fiesta del Bautismo del Señor.
Alcancemos la grandeza de Dios siendo humildes. El Sacramento del
Bautismo.
Estimados hermanos y amigos:
Al celebrar la fiesta del Bautismo del Señor, la Iglesia concluye el tiempo de
Navidad, y empieza a vivir la primera parte del tiempo ordinario, que será
interrumpido al iniciar el tiempo de Cuaresma.
En la celebración de Año Nuevo, recordamos lo importante que es para nosotros,
el hecho de acercarnos a Dios, para que El se acerque a nosotros.
Imitemos a Jesús quien, en vez de nacer en la capital de Palestina, entre los
miembros de la alta sociedad, quiso manifestarse a quienes por su pobreza tenían
fama de ladrones, y estaban privados del conocimiento de la Palabra de Yahveh.
Imitemos a Jesús quien, en vez de nacer en el seno de una familia que destacara
por su instrucción en el conocimiento de las antiguas Escrituras, quiso nacer en el
seno de una familia caracterizada por una gran fe que se manifestaba por medio de
obras de caridad.
Imitemos a Jesús, quien, desde su más tierna infancia, se enfrentó a la
experiencia de la persecución y la inmigración, para enseñarnos que, en medio de
nuestras inseguridades humanas, debemos acogernos a la certeza más grande que
tenemos, que es el amor con que el Dios Uno y Trino nos acogerá en su presencia.
Tal como recordamos al iniciar el tiempo de Adviento, nuestra vida es un tiempo
de preparación, para quienes queremos vivir en la presencia de Nuestro Padre
común.
Si queremos habitar en el Reino de Dios, lo mejor que podemos hacer, es
obedecer a Nuestro Santo Padre tal como hizo San José, confiando plenamente en
Nuestro Creador siempre, obedeciéndole especialmente, cuando sea más difícil
creer en El, por causa de la visión que tengamos de nuestras circunstancias vitales.
María Santísima sabía muy bien que, el hecho de estar embarazada podía ser
causa de su muerte, pero ella arriesgó su vida por causa de la fe que tenía en Dios,
porque, si El le había dicho que deseaba que fuera la Madre de su Hijo, ¿cómo no
iba a cumplir su Palabra?
Aunque los tiempos litúrgicos fuertes nos ayudan a creer en Dios, durante el
tiempo Ordinario, al volver a realizar nuestras actividades cotidianas, y descuidar
nuestro crecimiento espiritual, nos enfrentamos al riesgo de perder la fe.
Imitemos a Jesús, quien, siendo un hombre, en vez de vivir al margen de Dios,
quiso ser bautizado por San Juan Bautista, para simbolizar el compromiso que
adquirió, de servir a Nuestro Padre común.
Jesús no necesitó ser ofrendado a Dios en el Templo de Jerusalén ni ser
bautizado, porque, siendo Dios, no podía ofrecerse en sacrificio ni consagrarse a Sí
mismo, pero El llevó a cabo los citados actos por humildad. José y María
presentaron a su Primogénito ante Dios en el Templo cuando el pequeño Jesús
tenía cuarenta días. El hecho de que Nuestro Salvador fuera Primogénito no
significa que era el primer Hijo de dichos Santos tal como enseñan los
desconocedores de la Biblia, pues, en las Sagradas Escrituras, la primogenitura
indica el merecimiento del mayor honor. Esta es la razón por la que, en la
antigüedad, entre los hebreos, mientras que los primeros hijos heredaban los
bienes de sus padres, estos tenían que tener a sus hermanos menores como si
fueran sus siervos.
Aunque el Bautismo de San Juan el Bautista era una imagen del Bautismo
sacramental instituido por Nuestro Salvador, es importante para nosotros, el hecho
de meditar el siguiente texto bíblico:
"Juan el Bautista se presentó en el desierto bautizando a la gente. Proclamaba
que la conversión es necesaria para recibir el perdón de los pecados" (MC. 1, 4).
Los Sacramentos no son meros símbolos, sino signos sensibles. Si no tenemos la
intención de vivir cumpliendo la voluntad de Nuestro Padre común, de nada nos
aprovecha la recepción de los Sacramentos, pues ello se traduce en desprecio a
Dios y a su Iglesia.
Todos los años que vivimos, son el tiempo propicio de que disponemos para
convertirnos al Señor. Que nuestra fe crezca hasta que se equipare a la fe de San
Juan el Bautista, para quien era importante el hecho de que Jesús fuera cada día
más conocido, aunque ello le costara perder a sus discípulos, y morir como si
hubiera sido un asesino.
Los Sacramentos tienen frutos que nos enriquecen espiritualmente, siempre que
tengamos el deseo de cumplir la voluntad de Dios, y no actuemos como si no
creyéramos en Nuestro Padre común.
El Bautismo es un cambio de mentalidad que se lleva a cabo en nuestra
existencia, según le abrimos la mente y el corazón a Dios.
El Bautismo no es un invento de hombres, pues fue Jesús mismo, -el Dios hecho
Hombre-, quien lo instituyó, cuando, antes de ascender al cielo, les dijo a sus
Apóstoles:
"Id, pues, y haced discípulos entre los habitantes de todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles
a cumplir lo que yo os he encomendado. Y sabed esto: que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo" (MT. 28, 19-20).
Jesús sabía que no todos los que escucharan la predicación de sus siervos iban a
hacerse cristianos. Esa es la causa por la que no les insistió a sus amigos que
cristianizaran a toda la humanidad, porque Dios respeta la libertad que nos ha
concedido, aunque la utilicemos para renegar de El.
La predicación ha de llevarse a cabo en todas las naciones. Este hecho me
sugiere la idea de que aprovechemos los medios de comunicación que estén a
nuestro alcance para difundir el Evangelio.
No es necesario que quienes deseen bautizarse tengan un perfecto conocimiento
de la Palabra de Dios, pues, como hemos recordado, Jesús les dijo a sus Apóstoles
que, después de que bautizaran a sus nuevos discípulos, los enseñaran a guardar
los mandamientos divinos, es decir, Jesús quiere que nuestra formación espiritual
nunca termine, porque, por nuestra imperfección, en esta vida, no podemos
concluir nuestra formación cristiana.
Aunque en los relatos bíblicos se les administraba el Bautismo a quienes
deseaban creer en Dios y por consiguiente escuchaban a los predicadores, el
Bautismo de los niños recién nacidos no se debe invalidar, pues los padres y
padrinos, conforme los pequeños crecen, aceptan la responsabilidad de convertirlos
al Señor, de la misma manera que les enseñan su idioma y sus hábitos vitales. Una
vez que los niños sean adultos, deberán tomar la decisión de aceptar o rechazar a
Dios.
Ya que hemos empezado a vivir un nuevo año en que nos hemos hecho muchos
propósitos, no dejemos de adaptarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios,
pues, Nuestro Santo Padre, desea purificarnos, para que alcancemos la plenitud de
la felicidad.
No permitamos que nuestras múltiples ocupaciones y preocupaciones nos
impidan crecer espiritualmente, pues Dios quiere iluminar nuestra vida.
José Portillo Pérez