Fiesta. Bautismo del Señor
Siervo de Dios y Servidor del hombre
Recién comenzado el año nos viene bien una fiesta, la del bautismo de Jesús, el
Siervo de Dios y servidor de los hombres, que nos resitúe con los pies en la tierra y
con la mirada y el oído en el cielo, para poner en marcha los procesos personales y
estructurales que permitan el comienzo de una vida nueva según la justicia de Dios.
Con el bautismo de Jesús termina la fiesta cristiana de la Navidad. Cuando Jesús
sale de las aguas del Jordán, habiendo sido bautizado por Juan, se produce un
desgarrón del cielo y resuena la voz que revela su filiación divina. Jesús se ha
puesto en la fila de los pecadores y de este modo el que no tiene pecado alguno
podrá destruir el pecado en los seres humanos. Asumir la condición pecadora de los
humanos y amar a los hermanos con una misericordia infinita y una solidaridad sin
igual implica el extremo abajamiento de Jesús que no sólo se puso entre los
pecadores, sino que, por amor a nosotros, experimentó la consecuencia última del
pecado de la humanidad en el asesinato violento de la cruz. Jesús pasó por ser uno
de tantos hasta la cruz y murió entre los criminales, pero él convirtió ese crimen,
mediante su Pasión, en un sacrificio redentor. Se puede decir que su muerte fue la
peor de las muertes humanas, pero él la convirtió, con la fuerza del Espíritu, en
algo sagrado en virtud de su amor, un amor que irradia perdón, fortaleza y vida.
Los textos del Antiguo y Nuevo Testamento ayudan a comprender el sentido de
esta manifestación divina en el bautismo.
El primer poema del Siervo de Dios en Isaías (Is 42,1-7) es la presentación de una
figura enigmática, aplicada en la interpretación cristiana a Jesús, cuya prefiguración
se completa con los otros poemas del siervo sufriente (Is 49, 1-7; 50, 4-9; 52, 13-
53, 12). En ese primer cántico aparece la figura del Siervo elegido por Dios para
llevar adelante una misión singular, la de promover el derecho en la tierra e
implantar la justicia en la historia, encabezando el proceso de liberación de los
oprimidos de este mundo, en el máximo respeto a lo más débil y vulnerable de la
humanidad, y sin manifestar ningún tipo de alarde ni de vanagloria. Jesús es este
Mesías servidor, que impulsado por el Espíritu consumó su entrega por la justicia en
la injusticia de la cruz. El bautismo de Jesús es la manifestación abierta de su
misión y de su destino. Con la figura del Siervo, según el profeta Isaías, se pueden
describir las señas de identidad de quien se bautiza y se sumerge en el Espíritu de
Dios. Promover el derecho y la justicia de Dios, liberar a los oprimidos de la tierra y
hacer siempre el bien, como Servidor de los hombres, son las marcas del Siervo de
Dios que configuran la identidad profunda de los cristianos. Bautizarse para un
cristiano es sumergirse con Cristo en su misma misión y empaparse de este
Espíritu. Sin embargo, todo aquel que practique la justicia propia del Siervo, sea de
la nación que sea, es aceptado por Dios (Hch 10,34-38) más allá de su condición
religiosa, étnica e ideológica.
San Marcos relata brevemente el bautismo de Jesús destacando, sobre todo, su
sentido de manifestación divina. El cielo se desgarra para que la voz divina revele
que Jesús es el Hijo de Dios, pero el reconocimiento humano de tal manifestación
se reserva en Marcos a otro momento, capital en su evangelio, cuando otro
desgarrón, esta vez el del velo del templo (Mc 15,38), muestre de manera
inequívoca, tras la muerte de Jesús en la cruz, la epifanía de Dios en su Hijo. Esta
presencia verdaderamente sorprendente y paradójica de Dios en el crucificado está
preconizada en el desgarrón del cielo durante el bautismo. El Evangelio de Marcos
que leeremos este año desarrolla progresivamente esta revelación. La comprensión
de su persona y de su misión, la apertura del corazón al anuncio del Reino de Dios,
la conversión al evangelio y la solidaridad radical con los pobres mediante la
promoción del derecho y la justicia, son las señales de una vida auténticamente
cristiana y configurada por el Espíritu de Dios en el bautismo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura