Solemnidad. Epifanía del Señor.
Epifania
Padre Pedrojosé Ynaraja
Pese a la aparente superficialidad y frivolidad con que se escogen los nombres de muchas cosas,
todavía la palabra con que se denomina a objetos o acontecimientos, dice mucho de cual es su
contenido. Cuando a la jornada de este viernes 6 de enero le llamamos día de reyes, nos estamos
refiriendo, pienso especialmente en España, a un montón de compras que se convertirán en regalos
obligados, y recibirán principalmente los niños, diciéndoles que se los traen unos seres más o
menos fantasmagóricos y que un día descubrirán que, mezclado con ilusiones, se esconde un
engaño. Añádasele unas cabalgatas, que complacen al respetable, al que de alguna manera
también se le pretende engañar. Lo que os he contado, mis queridos jóvenes lectores, este cúmulo
de costumbres consumistas, no pertenecen al contenido cristiano de la solemnidad de hoy y pienso
que perjudican a nuestra Fe, que tiene fundamentos mucho más sólidos.
La Santa Madre Iglesia denomina a esta fiesta, día de la Epifanía. La palabreja se deriva de la
lengua griega y significa manifestación por encima (tal vez, alrededor). Lo que celebramos es que el
Niño nacido en Belén, fue reconocido en primer lugar por los pastores, poco más tarde por los dos
viejecitos del Templo y, al cabo de un tiempo, seguramente algo más de un año, por estos
enigmáticos personajes. Nos lo cuenta el Evangelio de San Mateo. No nos dice cuantos eran,
tampoco si se relacionaban entre sí e investigaban juntos. Desconocemos su procedencia y
apariencia. Lo de que uno era rostro pálido, el otro moreno y el tercero de tez oscura, es pura
invención, para dar apariencia simbólica a la universalidad que representaban. De alguna manera,
el primero sería europeo, el segundo asiático y el tercero africano. Los otros dos continentes en
aquel tiempo eran desconocidos. Pese a que los relatos de los viajes de Marco Polo ya se refieran a
sus reliquias y que cuando uno visita Colonia, vea en el escudo de la ciudad tres coronas que los
simbolizan y en la preciosa catedral una hermosa gran arca de plata dorada, minuciosamente
cincelada y bruñida, donde se dice reposan los restos de nuestros personajes, las noticias que de
ellos tenemos son escasas.
Tal vez creáis, mis queridos jóvenes lectores, que lo que he escrito ha sido con ánimo de destruir
mitos y costumbres, sin aportar nada positivo. Os confieso con sinceridad que no es este mi
propósito. Fueran los que fuesen, se les denomina magos y que es lo que signifique esta profesión,
no es cosa clara. La magia puede ser puro espectáculo, para diversión de un auditorio. Puede ser
también engaño de cautos. Lo que denominamos magia negra, sin poder detallar por su ocultismo,
es otro aspecto. Les parece a los autores que investigan, que la traducción más correcta sería
llamarlos simplemente sabios. Gente de categoría intelectual, tal vez investigadores de los astros,
para arrebatarles a los cuerpos celestiales enseñanzas que a los demás les eran ocultas. No
podemos olvidar que entre nosotros hemos restringido las ciencias a unos pocos apartados y que
con sinceridad hemos de reconocer, son insuficientes. Y así se aceptan hoy, paralelamente a la
medicina hipocrática, la que llamamos alternativa: flores de Bach, homeopática, acupuntura etc.
Con la física o la geología, pasa algo semejante. Puede uno salir con moderno instrumental repleto
de circuitos electrónicos, en búsqueda de lo que sea y otro, con una inocente piedrecita que cuelga
de vulgar cadena, descubrir manantiales. Os confieso que hasta no hace mucho, me reía de estas
prácticas. Un día que estaba solo y había decidido que aquella tarde sería de vacaciones, se me
ocurrió tomar un pinchito que abrazaba una amatista barata, atarle una vieja cadenita, de la que en
sus tiempos habría colgado alguna medalla. A continuación, cuidadosamente, extendí el brazo
asegurándome la inmovilidad. Para sorpresa mía, casi fue un susto, la piedrecita se puso a circular
en sentido opuesto a las agujas del reloj. Repetí la prueba al otro lado de done estaba sentado y
permaneció quieta. Como tenía la tarde libre, fui experimentando en diversos lugares, lo que hay a
mi derecha lo ignoro, no voy a agujerear el suelo en su búsqueda. En los demás sitios, fui
afortunado: allí donde existía un contenido espiritual, se movía alegremente. En los otros lugares,
no. Nunca he querido experimentar con el Sagrario, le tengo respeto y adoración. Pero sí con
imágenes, con antiguas aras de altar, que en el centro tienen reliquias, con lugares de antiguas
iglesias que albergaron a su alrededor venerables cementerios, etc. No me he dedicado a
progresar, pero estoy convencido de que la radiestesia es algo serio. Como los ideogramas chinos
lo son y no por ello me dedico a estudiar lenguas asiáticas. Os he contado esto porque los
protagonistas de la fiesta de hoy, los Magos de Oriente, sin saber nosotros cómo lo hacían, el caso
es que investigaban. Debemos imaginar que eran estudiosos de documentos antiguos,
observadores del firmamento e intérpretes de fenómenos naturales. Su sabiduría y el empeño que
pusieron, les llevó al convencimiento de que el deseado, el que era esperanza de muchos, la
salvación de pueblos enteros y que muchas gentes ansiaban, había aterrizado en un lugar concreto
y era preciso encontrarse con Él, rendirle pleitesía. Justo y obligado sentían que lo era e intuían que
el encuentro les permitiría progresar personalmente. Eran personas inquietas, decididas, ni
apáticos, ni perezosos. Mucho más que simples “indignados”, sumergidos en una sociedad que les
ahogaba.
A los Magos se les debería nombrar patronos de los que creemos que nuestra vida debe ser
siempre respuesta a una vocación, a cualquier edad que uno se encuentre. La llamada la recibieron
mediante una estrella, como vosotros, mis queridos jóvenes lectores, os puede llegar por vuestro
móvil, con motivo del encuentro con una persona o con un grupo, que os abre los ojos interiores a
realidades sublimes.
Les toco esfuerzos físicos, si el texto dice que llegaron de Oriente, significa que no eran de una
ciudad o un territorio vecino. Seguramente os habrá tocado, cuando habéis ido de viaje, preguntar
donde esta una calle, o en que sitio se levanta un monumento, o donde se alberga un museo.
Preguntar, y entender la respuesta que te den, siempre resulta molesto. Pero ellos no cejaron en su
empeño. Lo que buscaban merecía vencer molestias. Lamento experimentar que hay gente hoy en
día, gente mayor y jóvenes, que no quieren molestarse en buscar, en salir al bosque a recoger, en
subir a un monte a descubrir un camino. Quieren solucionarlo todo, yendo al supermercado y si lo
que compran se estropea, volver de nuevo al mismo establecimiento.
Preguntaron ellos en Jerusalén, a autoridades e indirectamente a sabios. Fueron humildes. Cuando
llegaron, el objeto de sus desvelos, vieron que era una criatura, pero no se decepcionaron. Tenían
proyectado un camino de vuelta y, a instancias de voces superiores, lo modificaron. Nada nuevo les
molestó, la sorpresa no les desanimó. Contemplan, regalan y desaparecen, sin esperar ellos
homenajes.
A propósito ¿Habéis observado que el Niño no necesitaba oro y que el incienso y la mirra no se le
hubiera ocurrido pedírselo a nadie?. A tantos de hoy, que solo saben hacer regalos de compromiso,
porque toca, porque también a mi me lo hicieron, porque este objeto, este cachivache le será útil, o
esta prenda es lo que más se vende esta temporada, a tantos vulgares entregadores de cosas que
se acostumbran a repartir sin imaginación ni generosidad, hoy les vendría muy bien aprender de
ellos. Porque, os lo he dicho muchas veces y no me canso de repetirlo, la elegancia espiritual, se
expresa en el arte de regalar.
Padre Pedrojosé Ynaraja