Fiesta. Bautismo del Señor
Entrega de diploma
Padre Pedrojosé Ynaraja
La comunidad apostólica, la que reventó paredes y asombró a multitudes con un
anuncio prodigioso, no habló de la Navidad. Ni contó lo que había ocurrido en
Nazaret, el encuentro de Gabriel, el ángel, con la maravillosa chiquilla llamada
María. Y eso que en aquel tiempo los ángeles tenían entre las gentes un
predicamento muy superior al que hoy puedan tener los futboleros de primera, los
tenistas ganadores de la Davis, o los encestadores de la NBA.
El discurso que repetían era que deseaban que se conociera a un Hombre que un
día se presentó en el Jordán, allí donde Juan bautizaba y que este le había
reconocido, señalado y recomendado a sus más íntimos. Porque el Bautista era
archiconocido, famoso entre ricos y pobres, poderosos y víctimas de la injusticia.
Mucho más que lo era Jesús, conocido, seguramente, solo por los vecinos de
Nazaret y algún maestro de la Ley o artesano-artista de mosaicos, en la vecina
Séphoris.
Fue un momento para Jesús tan importante, como cuando un torero recibe la
alternativa y, si no os gusta el ejemplo, os lo diré de otra manera. El encuentro de
Jesús en el Jordán representó en su vida, como al estudioso que ha escogido un
tutor de prestigio y este le dice que ya está preparado para leer y defender la tesis,
evidentemente alcanzando la categoría de doctor. Pienso ahora que tal vez ninguno
de los dos ejemplos ha podido ser suficientemente expresivo para vosotros, mis
queridos jóvenes lectores. Tal vez acierte si os digo que es algo parecido a cuando
a un conjunto, que no ha tenido otra categoría que la de telonero, se le presenta un
profesional, ofreciéndoles bolos por todo el mundo y una larga temporada.
Jeshuá, Mesiah, Xristos o, en román paladino, Jesucristo, Nuestro Señor y
Salvador, llegado a la tierra en el seno de María en Nazaret, apareciendo en público
discretamente en Belén, es entronizado en un modesto meandro de los últimos
tramos del Jordán, junto a una villa de poco renombre, tan poco, que necesitaba un
apellido, para que supiera el lector el lugar exacto: el acontecimiento ocurrió en
Betania, la transjordana (no en la otra, la famosa cercana a Jerusalén).
Un acto aparentemente tan sencillo como el ser remojado ante la multitud,
representaba un gesto de humildad, que exigió que la Trinidad en peso, rompiera
las barreras del espacio y el tiempo y celebró allí una solemne Teofanía. Una fiesta
más clamorosa e imponente que las de la Cibeles o Canaletas, cuando ganan los
correspondientes equipos.
El Señor se escurrió y huyó del gentío. No espero homenajes ni medallas. Marcho al
desierto.
La soledad y el silencio, revalido el bautismo, le imprimió el marchamo de garantía.
Desde aquel momento, fue, a los ojos de los hombres, muy otro.
Nos toca en primer lugar contemplar el hecho. Imaginárnoslo como si allí
estuviéramos. Analizarlo para sacar consecuencias. Si bajó la voz del Padre y
descendió el Paráclito, nos toca caer de rodillas reverentemente.
No solo eso, puesto que debemos ser seguidores de Jesús, entretenernos hoy en
aprender la lección de humildad que nos da en el río, de austeridad y cultivo de la
interioridad en el desierto. Y proponernos nosotros imitarle, haciéndol sin prisa..
Padre Pedrojosé Ynaraja