Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
La apología de san Marcos
Conocer el autor de un libro es tan importante como su misma obra. Pasarlo por alto sería
tan grave como saborear un corte de carne sin saber si es lomo o punta de anca, pollo o
iguana, tilapia o bagre. Como será san Marcos quien nos guíe este año a través de su
evangelio, veamos quién fue y qué nos quiso enseñar.
San Marcos fue uno de los discípulos que convivió con san Pedro y san Pablo. Escribió
para los ciudadanos romanos que eran politeístas pues adoraban a muchos dioses, algo
semejante a nuestro tiempo. La intención del hagiógrafo ‒el escritor sagrado‒ fue dar a
conocer a Jesucristo, no sólo como un gran personaje, otro más de los profetas, un
taumaturgo, sino como el Hijo de Dios que se hizo hombre para enseñarnos el camino que
conduce al cielo.
¿Cómo lo hizo? Escribió su relato perfectamente articulado en 16 capítulos y colocó en el
corazón, es decir, a mitad de la obra, en el capítulo 8, una pregunta que Jesús formula y que
da sentido a todo el relato: “¿Quién dice la gente que soy yo?” (8,27). El evangelio ofrece
los elementos suficientes para responder correctamente a esta pregunta.
Como si se tratara de una película de Hollywood, la obra comienza con el anuncio del
Mesías por medio de Juan el Bautista: “Preparad los caminos del Seor”, y concluye con
una profesin de fe por parte del centurin romano: “Verdaderamente este hombre era Hijo
de Dios” (15, 39). La última escena esclarece y explica todo lo sucedido, las palabras y las
obras que nuestro personaje principal pronunció y realizó.
A lo largo de toda la primera parte, Jesús se va dando a conocer al pueblo judío a través de
los milagros y de la predicación, luego a sus vecinos y paisanos de Galilea y finalmente a
sus propios discípulos. Es paradójica la incredulidad de todos ellos, menos de los
demonios. Todos dudan de que Jesús sea el Mesías, pero los que confiesan y confirman la
divinidad de Cristo, sin ningún empacho, fueron los mismísimos demonios: “¡Sabemos
quién eres: el Santo de Dios!” (1,24) Entre los gerasenos otro demonio lo reconoció
diciendo: “¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que
no me atormentes” (5,7).
San Marcos es un auténtico apologeta que vale la pena estudiar, sobre todo ahora que
predomina una mezcolanza religiosa que produce vértigo y confusión. La fe necesita
razones para creer. La razón necesita a un Dios para entender. La fe y la razón se elevan
hasta Dios y Dios se manifiesta para aquellos que saben amar y pensar.
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