¡La incontenible alegría del Galileo!
Domingo 3º ordinario 012 B
Como la mariposa que recién salida del capullo extiende alegremente por primera
vez sus alas, como el pan sabroso y calientito salido del horno, como la rosa abre
por la mañana sus pétalos y su fragancia en medio del jardín, así apareció Cristo
Jesús en Galilea, “Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea”. Radiante de luz
y de vida iba Cristo por los poblados costeños de Galilea. Ya no eran las montañas
desérticas de la inmediaciones de Jerusalén y del Jordán, ya no se oían las austeras
e hirientes reconvenciones del Bautista, ahora eran las tierras soleadas de la
bienaventurada Galilea, las que podían oír la voz acogedora de Cristo. Así se
presentó Jesús quizá estrenando túnica que habría preparado su madre para el
momento en que él tuviera que irse. Cristo llegó para hacer presente el cielo en la
tierra, a acercarnos al Buen Padre Dios, a hacernos presente la salvación que Dios
destina a todos los hombres, haciéndose presente en cada uno de los que sufren la
injusticia y la maldad de otros hombres, insistiendo en que el Reino de Dios está
entre nosotros y que no encontraremos nada en la otra vida si en ésta no hemos
sabido ver en cada hombre un hermano: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de
Dios está cerca”.
Interesantísimo el mensaje de Cristo, los que a veces rezamos por que venga su
Reino y no queremos darnos cuenta que el Reino lo constituyen aquellos que han
sido despojados de sus bienes o de su fama o de su dignidad, aquellos a los que
nosotros tenemos a la sombra, lejos de nuestros intereses y de los bienes que
podrían proporcionarles una situación digna de los hijos de Dios.
“Conviértanse y crean en el Evangelio”, iba gritando Cristo Jesús por entre las
gentes, era el predicador itinerante que se metía en las casas, en las sinagogas, en
los plantíos, en las barcas de los pescadores, en sus sinagogas y lugares de
oración, y aún en sus fiestas y en sus fandangos, porque eran ocasiones propicias
para lanzar su mensaje salvador y liberador.
Convertirnos sigue siendo el mensaje de Cristo Jesús, una conversión que signifique
una respuesta entusiasta, cálida acogedora, limpia, al Cristo amigo de todos los
hombres, a quien se mire con admiración por su entrega, a quien se confíe y crea
en él por la acción del Espíritu que lo impulsa a ser como él, amigo de todos los
hombres aún de los que no piensan como tú, ni oran como tú. Convertirse hoy a
Cristo es decidirse a ser amigo suyo e ir tras de él, con una nueva manera de
pensar y de vivir, hasta dar la vida con él en la cruz, sabiendo que al fin y al cabo
“todo lo de este mundo es pasajero”, al decir de San Pablo.
“Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea”, me gusta volver a repetirlo,
porque siento que es Jesús que camina por la orilla de nuestra vida, de nuestro
corazón, de nuestra entraña y va buscando seguidores, gente en quién confiar,
gente que le ayude, a los que hace pescadores de hombres, como entonces lo hacía
con Andres y Pedro, con Santiago y Juan, a los que llamaba a dejarlo todo para
convertirse en nuevos pescadores, rescatando a los hombres de las profundidades y
la oscuridad del mal y del pecado.
Allá en Galilea Cristo sembraba, dejaba caer la semilla del Reino, la semilla de
gracia y de la Salvación, pero el mismo tiempo iba, como padre responsable,
buscando manos y corazones para levantar la cosecha, para almacenar el trigo,
para hornear el pan, para distribuir a todos los hombres el pan del perdón y de la
gracia, el pan de su Cuerpo dividido entre todos los mortales, el pan de la
fraternidad y del amor entre hombres de todas los colores y las razas y las
costumbres, pues Cristo es señor de todos ellos.
Convirtámonos hoy en alegres mensajeros, en pescadores de todos los hombres,
arribando a sus costas para hacerlos miembros del único pueblo de Dios por el que
Jesús dio su propia vida.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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