Ciclo B. II Domingo del Tiempo Ordinario
Julio Suescun, C.M.
Venid y lo veréis
Al comienzo del Tiempo Ordinario, terminadas las fiestas de Navidad, las lecturas
de la Eucaristía nos presentan un nuevo encuentro con Jesús. No se trata de un
encuentro con el Niño de Belén. Ahora Jesús es ya un adulto que está viviendo su
misión en el mundo. Los que le encuentran son dos discípulos de Juan. Uno de ellos
era Andrés, el hermano de Pedro. No sabemos el nombre del otro. ¿Será esto una
invitación a que cada uno nos pongamos en su lugar y acudamos al encuentro de
Jesús?
Los que encuentran a Jesús son dos hombres religiosos, seguramente cumplidores
de los preceptos judíos y de las enseñanzas recibidas de Juan y hasta bautizados en
el Jordán, pero insatisfechos con lo que hasta el presente han encontrado. Cuando
oyen la declaración de Juan sobre Jesús como el cordero de Dios, seguramente les
viene al pensamiento lo que los profetas, y en particular Isaías, habían dicho sobre
el Siervo que carga con los pecados del mundo, que justificará a muchos, porque
cargó con los crímenes de ellos (Cfr. Is.53), el Siervo sobre el que Dios ha puesto
su espíritu, que manifestará la justicia con verdad, que no vacilará ni se quebrará
hasta implantar la justicia en el país (Cfr. Is 42). Les viene a la mente sin duda
aquella otra declaración de Juan sobre el que está en medio de vosotros, que es
mayor que yo, a quien no soy digno de desatar sus sandalias, que será el que os
bautice con Espíritu Santo (Cfr. Jn. 1,19-34).
Jesús, viendo que le seguían les pregunta: ¿Qué buscáis? Ellos no aciertan a
formular el objeto de su búsqueda, porque no buscan nada en concreto, buscan
estar con Jesús a quien aceptan como el Salvador y Libertador señalado por Juan. Y
así, responden a Jesús con otra pregunta: Maestro, ¿Dónde vives? Y nuevamente
Jesús: Venid y lo veréis. La breve estancia con Jesús convirtió a aquellos dos
discípulos de Juan en propagandistas de la dicha y felicidad que les había
proporcionado el encuentro. Y transmiten a sus parientes, amigos y conocidos esta
felicidad: hemos encontrado al Mesías, al Cristo.
Podemos escuchar la pregunta de Jesús como dicha a cada uno de nosotros, a toda
la comunidad cristiana. También nosotros somos creyentes, fieles a las prácticas
religiosas de nuestra fe y tal vez además nos ejercitamos en algunas prácticas de
ayuda al prójimo por caridad, pero nos encontramos insatisfechos con lo que hemos
conseguido hasta ahora. El Evangelio nos habla de un mundo nuevo, de una vida
nueva, de una paz y de una justicia que no acabamos de ver realizada. Y se nos
cansa la esperanza. ¿Qué buscáis? nos dice Jesús. Y se nos llena la boca de
respuestas, porque buscamos mil cosas ajenas a su reino y su justicia. Nos falta la
limpieza de los dos discípulos de Juan, para buscarle sólo a El, su reino y su
justicia, seguros de que todo lo demás se nos dará por añadidura. Nos falta la
disponibilidad del joven Samuel que a la llamada de Dios responde: Habla, Señor,
que tu siervo escucha (1ª lectura). Vivimos preocupados por tantas cosas
materiales, olvidando que también nuestro cuerpo se ha de ordenar al servicio de
Dios (2ª lectura).
El encuentro con Jesús puede hacernos hoy gustar donde está la verdadera dicha,
la auténtica felicidad y hacernos salir a propagarla con alegría.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)