II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B (Año Par)
Introducción a la semana
Como si de un espacio singular de gracia se tratara, esta semana abre de
manera más que hermosa: que somos miembros de Cristo y nuestro cuerpo es
templo del Espíritu, nos dirá Pablo en la segunda lectura del Domingo; a su vez
Samuel nos pondrá en sintonía con la voz siempre oportuna de Dios para
provocar la respuesta fecunda y servicial: Habla, Señor, que tu siervo escucha.
El evangelio cierra este apretado ramillete dominical con el llamado de dos
discípulos que, a su vez lo fueron de Juan, y que llevan ante Jesús de Nazaret a
Simón Pedro, Cefas como nombre de misión.
En el transcurso de la semana, además, nos encontramos con las memorias
litúrgicas de seguidores de Jesús que gozan de notoria popularidad en la piedad
y la tradición: San Antonio abad, monje y líder de monjes, cuya retirada soledad
no le impidió escuchar el eco doloroso de los cristianos per-seguidos por
Diocleciano, a los que consoló vivamente. En el día 17 es costumbre en no pocos
lugares de bendecir a los animales domésticos y a las mascotas. Pueblan el día
20 un buen ramillete de mártires, entre ellos los protomártires de la Hispania
cristiana, en el siglo III, el obispo Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio; el
papa mártir Fabián y el milanés Sebastián, a quien el pueblo tributó siempre un
devoto homenaje. Cierra la semana la memoria de la virgen y mártir Inés, cuyo
natalicio para la vida resucitada fue cantado por Prudencio y otros poetas
cristianos.
Las primeras lecturas de estos días están escogidas del I Libro de Samuel, salvo
el sábado. Escucharemos algo de las vicisitudes de los últimos días de Saúl, la
unción de David, su enfrentamiento con el filisteo, y una serie de gestas que
formarán los cimientos de la leyenda que el pueblo construirá en torno al
reinado davídico; son algunos de los contenidos que desgranan las páginas del
Viejo Testamento de estos días.
La lectura evangélica, del texto de San Marcos, entra de lleno en alguno de los
puntos básicos del mensaje liberador del Maestro de Galilea: la neta diferencia
entre los discípulos de Juan y los de Jesús, la ley, incluso la religiosa, al servicio
del hombre y no al revés porque la prioridad siempre sin excepción, será hacer
el bien; la llamada a los que quiso para hacerlos compañeros predicadores del
Reino como privilegio y misión. Sugerente panorama para comprobar, una vez
más, el encanto de la Palabra viva.
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)