Encuentros con la Palabra
Domingo III del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 1, 14-20)
“Después que metieron a Juan en la cárcel...”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Benjamín González Buelta, un jesuita que trabaja actualmente en Cuba, y cuyos libros me
han inspirado muchas veces, tiene la gracia de percibir en lo cotidiano los brotes germinales
del reino. Cuando lo conocí, usaba unas gafas gruesas de miope perdido, pero eso no le
impedía reconocer las señales de Dios en la vida ordinaria. Al comienzo de uno de sus
libros, dice lo siguiente: “En los campos de la República Dominicana crece una hierba que
los campesinos llaman «junquillo». Tiene media docena de hojas alargadas. Por debajo de la
tierra se van extendiendo sus raíces en todas las direcciones, de tal manera que, cuando se
arranca una planta, a los pocos días nace otra al lado. Es imposible eliminarla. Un día vi
echar una capa de asfalto en el patio de una casa para acabar con el junquillo. Pero, algunos
días después, unas hojas pequeñas empezaron a sacar sus cabezas verdes a través del
asfalto negro. ¿Cómo unas hojas tan frágiles pueden atravesar un asfalto tan duro? ¿Cómo
se incuba en el misterio de la tierra esta vida tan fuerte? (...) Dios crea inagotablemente vida
y libertad en el secreto de la tierra fecunda hasta que llegue la hora y brote la justicia”
( B ENJAMÍN G ONZÁLEZ B UELTA , Bajar al Encuentro de Dios. Vida de oración entre los pobres ).
El impacto que causó la noticia de que el profeta Juan había sido encarcelado debió ser
muy grande en todos aquellos que fueron desde muy lejos a bautizarse, al otro lado del
Jordán. Grandes multitudes que escuchaban los bramidos de este hombre vestido con
pelo de camello y alimentado con langostas y miel del monte, quedaban profundamente
impresionados; regresaban a sus aldeas convencidos de que Dios estaba hablando por
su medio a todo el pueblo y que su bautismo debía transformar la vida de todos.
La predicación de Juan, recogida más ampliamente en el Evangelio de san Lucas, era
inquietante, aún para hoy. Cuando la gente le pregunt: “¿Qué debemos hacer? Juan les
contestó: –El que tenga dos trajes, dele uno al que no tiene ninguno; y el que tenga
comida, compártala con el que no la tiene”. A los que cobraban los impuestos para Roma
le decía: “–No cobren más de lo que deben cobrar. También algunos soldados le
preguntaron: –Y nosotros, ¿qué debemos hacer? Les contestó: –No le quiten nada a
nadie, ni con amenazas ni acusándolo de algo que no haya hecho; y confórmense con su
sueldo. (...) De este modo, y con otros muchos consejos, Juan anunciaba la buena noticia
a la gente. Además, reprendió a Herodes, el gobernante, porque tenía por mujer a
Herodías, la esposa de su hermano, y también por todo lo malo que había hecho; pero
Herodes, a todas sus malas acciones aadi otra: meti a Juan en la cárcel”.
Jesús, que también había ido a bautizarse en el Jordán, no podía permanecer indiferente
ante el encarcelamiento de Juan y se “fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte
de Dios. Decía: „Ya se cumpli el plazo sealado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a
Dios y acepten con fe sus buenas noticias”. Y comenz a llamar a sus primeros discípulos
para llevar adelante su misión. Los que encarcelaron a Juan pensaron que con esto se iba a
terminar la fiebre del reino, pero lo que hicieron fue alborotarla más; porque la vida de Dios,
como el junquillo, siempre sigue buscando salidas, aún atravesando el asfalto negro de la
opresión.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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