DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO
Jon 3, 1-5.10; Sal 24; 1Cor 7, 29-31; Mc 1, 14-20.
“Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena
Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos
y creed en la Buena Nueva." Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el
hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les
dijo: "Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres." Al instante,
dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago,
el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las
redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con
los jornaleros, se fueron tras él”.
En la presente liturgia, las lecturas nos ponen nuevamente frente a "la llamada" de
Dios que irrumpe en la vida de cada hombre; en este sentido se desvela, delante de
nosotros, una realidad, donde hoy en día, a causa de ciertas líneas de pensamiento
el mundo declara y afirma que: el hombre va construyendo su propio destino y es
dueño de su destino. En el sentido estricto de la vida cristiana, el hombre tiene un
diseño, de parte de Dios en su vida; que se debe realizar, y que en el hecho de la
Encarnación: Cristo nos lo ha revelado. Al respecto nos dice el Papa Benedicto XVI:
hay una voluntad fundamental de Dios para todos nosotros, que es idéntica para
todos nosotros. Pero su aplicación es diversa en cada vida, porque Dios tiene un
proyecto preciso con cada hombre. San Francisco de Sales dijo una vez: la
perfección, es decir, ser bueno, vivir la fe y el amor, es sustancialmente una, pero
con formas muy distintas (Benedicto XVI, Diálogo del Papa con los jóvenes de
Roma, 12 de noviembre de 2010).
De esta manera, tenemos que la llamada de Dios, no solo la debemos entender en
el sentido de la consagración, de una vida que se debe vivir en el celibato; sino en
el encuentro y seguimiento del Cristo que se nos revela. Por ello es importante
introducirnos en la misión que Dios le encomienda a Jonás, y en la actitud de
conversión de los lugareños. Aquí podemos encontrar una línea importante para
nuestro comentario de la presente semana.
En primer lugar se nos pone frente a la situación que enfrenta Jonás, quien no está
muy de acuerdo con la misión que le encomienda Dios en un principio, sobre todo
porque un judío practicante no podía imaginarse que el Dios del Sinaí pudiera tener
interés en los pecadores, esto simplemente era algo contrario a su formación
religiosa, como miembro del pueblo de la alianza. Cómo podía imaginarse un judío
piadoso que Dios se interesaría por los paganos Aún en el escepticismo y cierta
incredulidad, este hombre, invita a la conversión a los ninivitas, y estos a su vez,
escuchando la llamada a la conversión, la aceptan, lo que el pueblo de Israel no
había comprendido, que el Dios-Padre de la misericordia, actúa con referencia hacia
el hombre, como dice el profeta Ezequiel: «... Dios no quiere la muerte del pecador
sino que se convierta y viva...»; esta ternura del Dios de la alianza, es lo que no
llega a imaginar el profeta.
En segundo lugar tenemos la narración del evangelio, donde a diferencia de Jonás,
es diversa la manera como los discípulos son llamados. Pero el evangelista hace
notar, que esta llamada, lleva a cambiar radicalmente la vida de estos pescadores,
de otra manera, estos pescadores no habrían dejado del todo lo que poseían:
familia, trabajo, seguridad para lanzarse, como se diría, a la aventura. Aquí
tenemos que decir, que sólo puede haber esta separación repentina y radical por la
acción Divina; esta separación y renuncia, no se puede explicar de otra manera. El
hombre puede dejar todo lo que posee, si adquiere algo mayor y beneficioso, pero
no arriesgaría todo si no viera o percibiera el beneficio. Así tenemos que el
encuentro con Cristo, el escuchar su voz, puede llevar al hombre a cambiar de vida
radicalmente. Por eso Cristo, para ayudarles, les explica la llamada usando la labor
de pescadores que realizaban, pero esto pasará, sólo aceptándolo a Él, como la
causa y origen del cambio de vida que emprenderán, que iniciarán con Cristo.
Llegado a este punto, podemos decir que la llamada de Dios implica una ruptura
con la vida previa, con todo el pasado, al escuchar la llamada. Tanto la primera
lectura como el evangelio expresan esta realidad; por una parte los ninivitas:
llamados a la conversión; y los pescadores, para seguir a Jesús, dejan todo; eso
nos esta diciendo, que en el seguimiento de Cristo el hombre entra a vivir y poseer
aquello que el Padre de la Misericordia juzgue oportuno para nosotros. Entonces
responder a esta llamada significa vivir la vida que Dios, en el seguimiento del Hijo,
nos presenta. Esta es la gran crisis de la vida cristiana en general; el dejar que Dios
en Cristo nos diga: "sígueme; conviértete" cada día en nuestra vida y, realizar por
lo tanto el gesto de los ninivitas y los pescadores. Tantas veces pensamos que
seguir a Cristo significa adherirnos a unas verdades y normas morales, sin que esto
signifique un cambio de vida de aquel que acepta la llamada; las palabras de San
Pablo, resuenan en el trasfondo de esta llamada, como culmen de la misma: «... ya
no soy yo es Cristo que habita en mi...».
De esta manera la conversión: a la cual son llamados los ninivitas, y los
pescadores, el dejar todo para seguir a Cristo, implica como hemos dicho
anteriormente un cambio radical, lo que el verbo griego metanoia expresa en su
significado: cambio de mentalidad, teniendo como consecuencia directa un cambio
en el: ver-juzgar-vivir la vida, a través de la persona y vida de Cristo. La vida del
hombre, no es una vida que se realiza a su buena suerte o al azar; las lecturas del
presente domingo nos están diciendo que: el hombre expulsado del paraíso, a
través de una llamada a la conversión, retoma el camino hacia Dios, pero este
retorno implicará una ruptura que involucrará un morir del hombre a sí mismo.
Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: ¿En qué consiste? ¿Qué quiere decir
en concreto «seguir a Cristo»? Al inicio, en los primeros siglos, el sentido era muy
sencillo e inmediato: significa que estas personas habían decidido dejar su
profesión, sus negocios, toda su vida para ir con Jesús. Significaba emprender una
nueva profesión: la de discípulo. El contenido fundamental de esta profesión
consistía en ir con el maestro, confiar totalmente en su guía. () se trata de un
cambio interior de la existencia. Exige que ya no me cierre en mi yo, considerando
mi autorrealización como la razón principal de mi vida. Exige entregarme
libremente al Otro por la verdad, por el amor, por Dios, que en Jesucristo, me
precede y me muestra el camino. Se trata de la decisión fundamental de dejar de
considerar la utilidad, la ganancia, la carrera y el éxito como el objetivo último de
mi vida, para reconocer sin embargo como criterios auténticos la verdad y el amor.
Al perderme, vuelvo a encontrarme (Benedicto XVI, Homilía en el Domingo de
Ramos, 1 de abril de 2007).
De esta manera la respuesta a la llamada de Dios, como dirá San Pablo, en la carta
a los Efesios: «... predestinándonos a ser sus hijos adoptivos en la persona de su
Hijo, según el beneplácito de su voluntad...»; está en realizar la obra, por medio de
su Hijo, en nosotros; y en consecuencia la llamada de Dios a todo hombre es a la
santidad, que es la participación de su Vida en el Hijo Unigénito. El Papa Benedicto
XVI nos dice: No tengamos miedo de tender hacia lo alto, hacia las alturas de
Dios; no tengamos miedo de que Dios nos pida demasiado; dejémonos guiar en
todas las acciones cotidianas por su Palabra, aunque nos sintamos pobres,
inadecuados, pecadores: será él quien nos transforme según su amor (Benedicto
XVI, Audiencia General: La santidad, 13 de abril de 2011).
Para ser obra en las manos del Padre, en el Hijo, necesitamos ser llamados, porque
la iniciativa viene de Dios, como nos lo han presentado las lecturas de este
domingo: los ninivitas fueron llamados a la conversión por medio del profeta; los
pescadores por intermedio directo del Hijo; así en la Iglesia, todo creyente está
llamado a ser obra e instrumento en las manos del Padre, y nuestra vida sea
manifestación y proclamación del amor del Padre.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar