Domingo Cuarto del Tiempo Ordinario B
“Este enseñar con autoridad es nuevo”
En varias ocasiones aparece en los evangelios la reacción de asombro y admiración
de la gente, sobre todo del la sencilla, ante las palabras y la manera de proceder de
Jesús. Da la sensación de que perciben que algo nuevo se ha puesto en marcha.
Cuando aquel sábado en la sinagoga de Cafarnaún termina Jesús de comentar el
pasaje de la escritura que le ha tocado, y libera al poseído del espíritu inmundo,
“todos se preguntaban estupefactos: ¿Qué es esto? Esa manera de ensear con
autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”.
La palabra de Jesús es una palabra clara, directa, auténtica, con una fuerza
diferente que todos captaron. Es un mensaje vivo, una palabra que es llamada, que
impacta y se abre camino en lo más hondo de las personas. La fuerza de su palabra
no proviene de las ideas que expone o de la doctrina que enseña, sino de El mismo,
de su persona, de su espíritu, de su libertad. Habla de lo que vive y ha
experimentado. Lo que El decía, podían verlo en sus obras. Por eso maravillaba, por
eso tenía autoridad, por eso era noticia.
Este enseñar con autoridad es todo lo contrario a enseñar autoritariamente. No
sentaba cátedra, sino que daba testimonio. No imponía y amenazaba, sino que
ofertaba y animaba a acoger con sencillez sus enseñanzas, acomodándose a la
capacidad de sus oyentes. Tenía más presente a los que hablaba, que a lo que tenía
que decir, porque El venía a salvar no a “ensear”. Se mostraba como una luz que
se enciende, que sirve a todos los que quieren ver, pero que no se impone.
¿De dónde le venía a Jesús esa autoridad? Sus palabras brotaban de una
experiencia profunda con el Padre: “Yo hablo de los que he visto estando con el
Padre” (Jn 8, 38), y las confirmaba con obras: “Las obras que el Pare me ha
encargado realizar, esas obras que yo hago, me acreditan como enviado del Padre”
(Jn 5, 36). Nuestras palabras, como trasmisores del Evangelio, sólo tendrán algo de
aquella fuerza de conviccin si nacen no de un “saber”, sino de una verdadera
experiencia, si hablamos de lo que realmente vivimos, no sólo de que lo
aprendimos.
A la autoridad de la enseñanza se añade el poder de liberar del mal. En la
antigüedad las enfermedades se atribuían a espíritus malignos, que se presentaban
a menudo como la personificación del mal. Con la presencia de Jesús el mal queda
reducido a la impotencia. La curación del poseído de un espíritu inmundo es una
confirmación de ese poder de Jesús. Los milagros, más que pruebas de la divinidad
de Jesús, que también lo son, son signos de salvación, de liberación del mal, de una
toma de contacto de Jesús con el mundo y con su miseria, para arrojar fuera lo que
esclaviza al hombre y para curar la miseria intramundana.
Jesús quiere difundir la Buena Noticia en el mundo a través de sus seguidores: “Id
por el mundo entero pregonando la Buena Noticia a toda la humanidad” (Mc 16,
16). Esto exige tener una fuerte experiencia de Jesús, estar en camino de la
liberación de todo lo que personalmente nos hace esclavos del egoísmo, de la
injusticia, de la falta de amor y del servicio, afirmando todo el valor del hombre, y
detectando y denunciando a los “demonios” actuales: la ambicin de poder y de
dinero, la manipulación política y las desigualdades económicas, las opresiones de
unos hombres y de unos pueblos por otros, la violencia, la carrera de armamentos,
la degradación ecológica, la idolización y vanalización del sexo, la corrupción, las
envidias, rencores e incomprensiones a todos los niveles. En el aspecto religioso la
superficialidad, la rutina, la falta de sentido comunitario, el mantenerse en una fe
tradicional y heredada y no esforzarse un personalizar y profundizar esa fe que se
dice tener. Hablar con “autoridad” y luchar contra el mal es el gran reto de los
seguidores de Jesús.
Joaquin Obando Carvajal