Domingo Tercero del Tiempo Ordinario B
“Convertíos y creed la Buena Noticia”
Según el evangelista Marcos, Jesús comienza su predicación con una llamada
urgente e ilusionada a la conversión:”Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino
de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia”.
La palabra conversión no tiene gran atractivo en nuestros ambientes. Se piensa en
algo costoso, poco agradable; con una ruptura que no lleva a una vida atractiva; a
reformar unas maneras de proceder no muy en consonancia con unas normas
establecidas, lo que exige sacrificios y renuncias.
Conversión significa, en realidad, revisar el enfoque de nuestra vida. Ya no es sólo
corregir unos defectos, sino ir más a la raíz, a la manera de pensar y de actuar
teniendo clara la meta a conseguir. Es abandono de nuestras mediocridades, de
nuestras cerrazones y servidumbres, para abrirnos a la salvación que Dios nos
ofrece, que es plenitud de vida y libertad. La conversión al Reino nos exige amar
hasta ser capaces de perdonar, ser libres incluso para hacernos servidores,
ensanchar nuestro espíritu, hasta hacer nuestras las alegrías y esperanzas, las
tristezas y angustias de los demás.
Cuando Jesús invita a la conversión no lo hace solo para que quitemos lo negativo
de nuestra vida, sino para que acojamos el Reino de Dios como Buena Noticia. Es
abrirnos, con sencillez y confianza, a la acción de Dios, como acontecimiento
salvador. Dios quiere intervenir en la vida de las personas, para que esa vida
cambie de verdad y sea una vida libre y feliz para todos porque El nos ha creado y
nos quiere como hijos.
El Reino de Dios no es una institución, ni es un nuevo conjunto de formas jurídicas.
Es una vida, plena, total. Es un acontecimiento que suscita una vida nueva para
cambiar los modos de convivencia que tenemos, nuestros criterios de actuación,
nuestra forma de valorar a la gente, nuestras concepciones religiosas, nuestra idea
de Dios y de los hombres, de todos, aún de los pecadores. La fe ya no es vivir
sometidos a unas normas para después de morir ganarse el cielo. Es confiar en que
Dios va a hacer algo grande para que podamos vivir bien todos, antes y después de
la muerte. Esto exige un cambio, una conversión, porque Dio no coacciona, propone
su mensaje sin imponerlo, enfrentando a cada uno con la opción personal de acepar
o no la soberanía de Dios.
Para implantar el Reino de Dios en el mundo, Jesús escoge a un grupo de hombres.
Junto a la acción del Espíritu, es tarea de un grupo, de una comunidad, de sus
seguidores. La Buena Nueva, que Jesús pone en marcha, es algo que necesita
personas concretas que, atraídos por Jesús, se comprometan a vivir como El, y así
difundir su fuerza salvadora. No es necesaria una “vocación específica”. Todos
estamos llamados, si somos de verdad seguidores de Jesús, a difundir el Reino de
Dios. Cada uno desde su realidad y tarea personal, viviendo el estilo de vida de
Jesús, los valores del Evangelio, sabiendo que la fuerza del Espíritu alentará esta
tarea. Se trata de recorrer el mismo camino de Jesús, hacer sus mismas opciones,
asumir sus pensamientos y su toma de postura ante la vida, inspirarse en sus
criterios, tener sus preferencias.
Si el Reino de Dios debe llegar a todos, “fermentar” la realidad de nuestra vida,
nada mejor que hacerlo “desde dentro”, cada cristiano en su profesión y tarea,
consciente de que todos formamos la comunidad de Jesús con un mismo objetivo.
La reunión del Domingo tiene que ser expresión de esa comunidad, que se reúne
para actualizar el misterio pascual de Cristo, cargando de esta manera las pilas, ya
que al final la asamblea va a recordar, con el podéis ir en paz, la misión que tiene
de, convertida, difundir la Buena Noticia de que el Reino de Dios está cerca.
Joaquin Obando Carvajal