EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Sábado de la tercera semana del tiempo ordinario
Segundo Libro de Samuel 12,1-7a.10-17.
Entonces el Señor le envió al profeta Natán. El se presentó a David y le dijo: "Había
dos hombres en una misma ciudad, uno rico y el otro pobre.
El rico tenía una enorme cantidad de ovejas y de bueyes.
El pobre no tenía nada, fuera de una sola oveja pequeña que había comprado. La
iba criando, y ella crecía junto a él y a sus hijos: comía de su pan, bebía de su copa
y dormía en su regazo. ¡Era para él como una hija!
Pero llegó un viajero a la casa del hombre rico, y este no quiso sacrificar un animal
de su propio ganado para agasajar al huésped que había recibido. Tomó en cambio
la oveja del hombre pobre, y se la preparó al que le había llegado de visita".
David se enfureció contra aquel hombre y dijo a Natán: "¡Por la vida del Señor, el
hombre que ha hecho eso merece la muerte!
Pagará cuatro veces el valor de la oveja, por haber obrado así y no haber tenido
compasión".
Entonces Natán dijo a David: "¡Ese hombre eres tú! Así habla el Señor, el Dios de
Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl;
Por eso, la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has despreciado y
has tomado por esposa a la mujer de Urías, el hitita.
Así habla el Señor: 'Yo haré surgir de tu misma casa la desgracia contra ti.
Arrebataré a tus mujeres ante tus propios ojos y se las daré a otro, que se acostará
con ellas en pleno día.
Porque tú has obrado ocultamente, pero yo lo haré delante de todo Israel y a la luz
del sol'".
David dijo a Natán: "¡He pecado contra el Señor!". Natán le respondió: "El Señor,
por su parte, ha borrado tu pecado: no morirás.
No obstante, porque con esto has ultrajado gravemente al Señor, el niño que te ha
nacido morirá sin remedio".
Y Natán se fue a su casa. El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a
David, y él cayó gravemente enfermo.
David recurrió a Dios en favor del niño: ayunó rigurosamente, y cuando se retiraba
por la noche, se acostaba en el suelo.
Los ancianos de su casa le insistieron para que se levantara del suelo, pero él se
negó y no quiso comer nada con ellos.
Salmo 51(50),12-13.14-15.16-17.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga:
yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti.
¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío,
y mi lengua anunciará tu justicia!
Abre mis labios, Señor,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Evangelio según San Marcos 4,35-41.
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".
Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras
barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba
llenando de agua.
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?".
Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se
aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?".
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que
hasta el viento y el mar le obedecen?".
C comentario del Evangelio por
Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita descalza, doctora de la
Iglesia
Manuscrito Autobiográfico A, 75 v° - 76 r°
Jesús dormía
Antes de hablarte de esta prueba, madre querida, debería haberte hablado de
los ejercicios espirituales que precedieron a mi profesión. Esos
ejercícios, no sólo no me proporcionaron ningún consuelo, sino que en
ellos la aridez más absoluta y casi el abandono fueron mis
compañeros. Jesús dormía, como siempre, en mi navecilla.
¡Qué pena!, tengo la impresión de que las almas pocas veces le dejan
dormir tranquilamente dentro de ellas. Jesús está ya tan cansado de ser él
quien corra con los gastos y de pagar por adelantado, que se apresura a
aprovecharse del descanso que yo le ofrezco. No se despertará,
seguramente, hasta mi gran retiro de la eternidad; pero esto, en lugar de
afligirme, me produce una enorme alegría...
Verdaderamente, estoy lejos de ser santa, y nada lo prueba mejor que lo
que acabo de decir. En vez de alegrarme de mi sequedad, debería
atribuirla a mi falta de fervor y de fidelidad. Debería entristecerme por
dormirme (¡después de siete años!) en la oración y durante la acción de
gracias. Pues bien, no me entristezco... Pienso que los niños agradan
tanto a sus padres mientras duermen como cuando están despiertos;
pienso que los médicos, para hacer las operaciones, duermen a los
enfermos. En una palabra, pienso que «el Señor conoce nuestra masa, se
acuerda de que no somos más que polvo».
Mis ejercicios para la profesión fueron, pues, como todos los que vinieron
después, unos ejercicios de gran aridez. Sin embargo, Dios me mostró
claramente, sin que yo me diera cuenta, la forma de agradarle y de
practicar las más sublimes virtudes.
He observado muchas veces que Jesús no quiere que haga provisiones.
Me alimenta momento a momento con un alimento totalmente nuevo, que
encuentro en mí sin saber de dónde viene... Creo simplemente que Jesús
mismo, escondido en el fondo de mi pobre corazón, es quien me concede
la gracia de actuar en mí y quien me hace descubrir lo que él quiere que haga en
cada momento.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”