Ciclo B. III Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos,
¿Recuerdan las parábolas del “grano de mostaza” (Mc 4,31-32) y de “un poco de
levadura” (13,33)? Jesús las contó para decirnos que, como el grano de mostaza y
el poco de levadura, el Reino de Dios empieza siendo muy pequeñito, pero con una
gran fuerza de expansión. Como en el caso del grano de mostaza, que crece hasta
convertirse en el mayor de los arbustos, el Reino de Dios crece hasta el tamaño del
mundo; y como en el caso del poco de levadura, que esponja y hace grande la
masa del pan, el Reino de Dios esponja y hace grande cuanto entra en su
influencia… Les digo todo esto porque el evangelio de hoy (Mc 1, 14-20) nos habla
de “Jesús y el Reino de Dios”, de lo que en términos reales significó para Él y de
cómo lo fue estableciendo. Es la otra cara del Reino de Dios, cuya implantación en
este mundo supone esfuerzo, sudor y estrategia.
Es como Marcos presenta a Jesús iniciando su Vida Pública o Ministerial (de Rabbí,
Profeta y Mesías). Decía: “Se ha cumplido el plazo; el Reino de Dios está a la vista;
conviértanse y crean en el evangelio” (Mc 1,15). Analizar cada frase y el conjunto
llenaría un libro, digamos solamente que, fiel a su Palabra, Dios Trinidad ha
cumplido su promesa (Gen 3,15), el Reino de Dios es ya una realidad, aunque
todavía no plena, y sus ciudadanos son los que, cambiando su manera de vivir,
acogen la Buena Nueva de Jesús, su persona y su enseñanza. Ciertamente cada
frase es importantísima, pero, no pueden hacernos perder de vista el bosque, es
decir, el Reino de Dios: ese Proyecto renovado de Dios para el mundo, que ha
traído Jesús y que es el objetivo principal y transversal de su vida y de su
evangelio. Aquello por lo que y para lo que el Hijo de Dios se hizo hombre.
Debió ser impresionante ver a Jesús desplazándose rápido y sudoroso y
proclamando a voz en grito el Reino de Dios, al mismo tiempo que acompañaba las
palabras con hechos milagrosos: ciegos que ven, leprosos que son curados, etc.
Unos días antes, estando con Juan el Bautista, había conversado con algunos de
sus discípulos (Jn 1, 35-42). y le habían asegurado que estaban listos para dejarlo
todo y seguirle. Podía encontrarlos a las orillas del Mar de Galilea, pues eran
pescadores. Y allí los encontró Jesús: eran los hermanos Andrés y Simón Pedro,
Juan y su hermano Santiago. Vengan conmigo, les dijo, y ellos, dejándolo todo, le
siguieron, para ser “pescadores de hombres”, en expresión del mismo Jesús.
Su llamado a los apóstoles (y en ellos a nosotros) para construir el Reino de Dios,
es de la máxima importancia. Los y nos llama no tanto porque su construcción
desborde la capacidad de Jesús, sino porque el Reino es de todos y a todos nos toca
construirlo. Cada uno según los talentos que Dios le dio y en la tarea que se le
confió (como seglar o consagrado o sacerdote). Como los apóstoles, ¿respondemos
con rapidez, generosidad y eficiencia? Es hora de preguntarnos qué estamos
haciendo por el Reino de Dios.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)