Ciclo B. III Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
A diferencia de los demás evangelios, el evangelista Marcos elabora al comienzo de
su narración una presentación de la persona de Jesús sin recurrir a relatos de su
infancia o apelando a un himno que hable sobre su origen divino. Para él, es preciso
hilvanar el misterio de la identidad de Jesús desde el esquema: afirmación-
negación-reafirmación (el conocido secreto mesiánico de Marcos). Por ello, los que
están llamados a realizar esta identificación se convierten también en protagonistas
de esta narración, es decir, sus discípulos. Marcos inició su evangelio confirmando
de quién se trataría el mismo: Jesús, el Cristo, Hijo de Dios (1,1) y lo presenta
como tal desde la teofanía de su bautismo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me
complazco”.
Es desde aquí, donde se teje la trama del reconocimiento de Jesús como el Hijo de
Dios por parte de quienes se sienten motivados a seguirlo dentro de un contexto
teológico y que no está ajeno al histórico. Por ello, Jesús proclama que el “tiempo
se ha cumplido y el Reino de Dios se ha acercado”.
Este tiempo no es uno cualquiera; no es el que está preso en el esquema presente,
pasado, futuro; es un “momento oportuno”, es un tiempo de salvación, el momento
en que Dios irrumpe en la historia y abre una nueva etapa para el hombre.
La imagen del reino de Dios siempre se ha entendido en Israel como la aceptación
de su soberanía sobre toda la creación y el reconocimiento del mismo por su pueblo
y por toda la humanidad, insistencia muy propia del profetismo como nos lo
recuerda el pasaje de Jonás preparado por la liturgia dominical. Sabemos que la
historia de Jonás parece más una historia ejemplar que un libro meramente
profético y recoge el sentir de la misericordia de Dios que se extiende a todos los
pueblos por lo que se cita a Nínive, capital del imperio asirio, que acoge la
proclamación del difícil Jonás, resultando más bien para él, una lección de lo que
significa plenamente la misión del profeta. Por ello, si la salvación pudo ser buena
noticia para Israel, ¿por qué no lo podría ser para las naciones paganas?
Es Jesús quien trae esta buena noticia (evangelio), por lo que se hace necesario
una disposición para aceptarlo plena y urgentemente: “cambiad y cree” (son verbos
imperativos). Esta claro que se está abriendo un diálogo: la revelación de la
salvación de Dios y la respuesta urgente y comprometida del creyente, o mejor
dicho, siguiendo a Marcos, del discípulo.
Por ello, inmediatamente, Jesús irrumpe la vida de estos pescadores en su paso por
el Mar de Galilea (lugar muy citado por este evangelio). Hay, sin duda, aspectos
muy llamativos en este peculiar llamado de Jesús.
1. Jesús va buscar y llamar a sus seguidores, rompiendo el esquema tradicional de
los rabinos de Israel. ¿Nos sentimos realmente “llamados por él” o más bien
pensamos que somos nosotros los que le hemos escogido?
2. Jesús llama en esos dos momentos relatados a dos hermanos. Propiamente
estamos ante un solo llamado articulados o narrados en dos momentos, pero la
fraternidad es la constante. ¿En qué medida me siento parte de esta fraternidad del
llamado?
3. Jesús los vio y los llamó para que lo sigan “detrás de él” (propiamente, detrás de
mí). Esto aunque pueda parecer trivial, tiene mucha importancia para Marcos (se
repetirá en el momento clave de su evangelio Mc 8,33). La clave del discipulado es
ir detrás de Jesús; ni al costado ni mucho menos delante de él. Jesús ha fijado su
mirada en nosotros y nos ha llamado a participar de una identidad (“los convertiré)
que luego se revestirá de misión y tarea (“en pescadores de hombres”)
4. Jesús exige sopesar este llamado y en ello hay que elegir entre Él y la vida
cotidiana. Ello dejaron (“abandonaron”) mucho: redes, barca, padre, jornaleros.
¿Qué dejamos por seguir a Jesús?
No es dejar lo ordinario por dejarlo sin más; hay una exigencia de transformar eso
ordinario en algo extraordinario. El Reino de Dios no anula lo ordinario de la vida
del hombre; lo lleva a que se entienda en su plenitud. Quizá por ello de la
insistencia del evangelista Marcos de presentar la dimensión del aprendizaje del
discípulo antes de poder ser enviados con la luz de la resurrección. Es cierto, que
estos hermanos fueron luego convocados a formar parte de los Doce, pero en ellos
está centrado el llamado que hace Jesús a todos los que quieran seguirlo y esto no
es particularidad de algunos pocos. En esto quizá pueda ayudarnos la reflexión de
Pablo hecha a los corintios subrayando la urgencia del “momento oportuno” (el
mismo vocablo que el usado en Marcos) y cómo el discípulo de Cristo está llamado
a trascender la realidad ordinaria (la apariencia de este mundo) viviendo esta
experiencia extraordinaria de ser “pescador de hombres”.
Reflexionemos en torno a esta invitación que Jesús nos ha hecho a ser sus
discípulos y que hoy a la luz de la Palabra recordamos y renovemos el compromiso
de hacer de nuestro quehacer cotidiano un reflejo de lo que estamos llamados a ser
por la gracia de Jesús. El requisito es uno: caminar detrás de Jesús. Pidamos, pues,
que sea Jesús quien nos enseñe su camino, que nos instruya en sus sendas y así
podamos caminar con lealtad hacia él.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)