IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
"¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo".
Las curaciones, una actividad clave del Reino de Dios
Jesús no se limitó a predicar el Reino de Dios únicamente con su palabra –como
suelen decir muchos clérigos–, sino que la actividad sanadora –unas veinte historias
de curaciones y de exorcismos– fue uno de los núcleos sobre los que se construyó
ese nuevo Reino de Dios. Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, declara y mantiene una
lucha a muerte contra las fuerzas del mal, que en aquel tiempo se personificaban
en Satanás y que hoy necesariamente tenemos que situar en los que con sus
decisiones causan graves sufrimientos a las personas más indefensas. Ésos son el
verdadero demonio moderno. Con el derrocamiento del reino de Satanás –
derrocamiento que consiste en vencer los sufrimientos de los hombres–, Jesús abre
paso al reinado de Dios. Por medio de los milagros se acalla la voz de la
desesperación humana y se restaura la dignidad de las personas.
Estas curaciones no eran milagros sobrecogedores
Tanto es así que a los incrédulos no les bastaban esos “portentos” para admirar a
Jesús y creer en él. ¿En qué consistían tales curaciones? ¿Remediaba Jesús el
aspecto orgánico de la enfermedad o actuaba sobre el rechazo y la marginación
social que se cernía sobre los enfermos? No lo sabemos. De lo que sí estamos
seguros es que las curaciones de Jesús significaron una transformación del mundo
social de su tiempo en relación con los enfermos. En efecto, baja estima social y
enfermedad formaban un círculo vicioso del que difícilmente podía liberarse un
enfermo por sí mismo. Por eso Jesús acude e interviene para liberar al ser humano
enfermo de ese callejón sin salida en que se encontraba, con lo que le devuelve la
dignidad y la estima social.
Las curaciones son un acto de rebeldía de Jesús
Los sacerdotes del Templo tenían el monopolio sobre la curación y sobre la
repercusión social de la enfermedad. Ellos –y sólo ellos– marcaban las líneas
divisorias entre los lugares para los enfermos y para los sanos. Jesús, al curar y
tratar a los enfermos en sus casas –no en el Templo– y al acogerlos como iguales a
los demás en aquellas comidas abiertas a todo el mundo (comensalías), estaba
rompiendo las barreras entre puros (sanos) e impuros (enfermos), con lo que Jesús
se estaba constituyendo en un revolucionario social peligroso.
De sanados a sanadores
Cuando los primeros seguidores salidos de las aldeas de la Baja Galilea le
preguntaron a Jesús cómo agradecerle sus curaciones, les dio una respuesta bien
sencilla. Es decir, sencilla de entender, pero dificilísima de llevar a la práctica. Sois
sanadores que han sido sanados –les dijo–, de modo que habéis de llevar este
Reino de Dios a los demás.
¿Qué podemos hacer los cristianos por paliar los sufrimientos de los
hombres?
El sufrimiento es expresión genuina de algún deterioro vital, el cual, a su vez, es
producido por contravalores. Cuando una niña llora, el llanto nos remite a un
sufrimiento, y éste a algún deterioro vital, sea una herida, la falta de atención, el
hambre, un fracaso, los celos, o algún disgusto. Así pues, la extensión del deterioro
vital y del sufrimiento es tanta y tan variada como variados son los contravalores.
No existe un sufrimiento humano general y homogéneo, sino que al menos
podemos distinguir ocho grandes diversidades de contravalores, de deterioros
vitales y, lógicamente, de sufrimientos: biopsíquicos (limpieza, salud, placer de los
sentidos, placeres psíquicos, sexo), del conocimiento, económicos, estéticos, éticos
(de la justicia), lúdicos, religiosos y sociopolíticos (relaciones sociales de todo tipo).
Cada tipo de contravalor causa sufrimientos específicos, irreductibles e
insustituibles. El sufrimiento que produce una ruptura familiar no es el mismo que
genera la rotura de una pierna, de un cuadro de Velázquez o de unas relaciones
justas. Los mecanismos para corregir esas respectivas roturas tampoco son los
mismos.
A ejemplo de Jesús, los cristianos no debemos ser «insensibles» a los sufrimientos
de los hombres. Una aguda «sensibilidad» acerca del dolor personal y del de los
demás, capta la especificidad de cada sufrimiento y las medidas adecuadas para
aliviarlo. Sobre muchos sufrimientos humanos no tenemos poder para mitigarlos,
como seguramente tampoco Jesús lo tuvo. Pero sobre aquellos que estén a nuestro
alcance, debemos dar testimonio de que Dios nos concede un poder para curar, y
no para deteriorar o destruir.
Baldomero López Carrera
Laico Dominico