Enseñanza liberadora
DOMINGO 4º PER ANNUM B
29 de enero de 2.012
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado
siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina,
porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenla un espíritu inmundo, y se
puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con
nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.
Jesús lo increpó: Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un
grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: ¿Qué es esto? Este
enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le
obedecen.
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de
Galilea. Marcos 1,21.28
En ciertos sectores intelectuales y docentes, especialmente entre inspiradores y
reguladores de los nuevos planes de enseñanza, existe la implícita, y a veces
explícita, persuasión de que la enseñanza religiosa es algo que hay que tolerar
como un mal menor al dificultar la liberación integral del hombre. Opinan, muchas
veces desde su nula o deformada religiosidad, que todo lo religioso es doctrinario y
adoctrinador, convirtiendo al alumno en un doctrino y poseso de “espíritus”
extraños y perjudiciales al hombre mismo.
Ciertamente, pero denunciando al mismo tiempo la gran carga de sectarismo
obsoleto y de indoctrinación que llevan las pretensiones de una imposible y
presunta neutralidad educativa, merecen en parte ser tenidos en cuenta, para
purificar nuestros contenidos y métodos educativos de todo lo que pudiera conllevar
infantilismo doctrinal. Digamos, por ejemplo, todo lo referente a visiones fideístas y
oscurantistas de Dios, del mundo, del hombre; o a todo tipo de inhibición y
descompromiso por los hombres del hoy.
Pero en lo que no son escuchables semejantes escribas y doctores es en la
negación que hacen del poder liberativo del cristianismo. Religión ésta que, si de
algo se precia, es de su capacidad redentora, salvadora, liberadora. Jesús,
precisamente, se rebela contra los maestros de la ley, que imponen su visión
cerrada y personalista castrando los ojos creativos de sus propios educados. Su
Palabra, en efecto, es acción liberadora y educativa, haciendo que acontezca
siempre algo muy importante e innovador en las personas que se dejan libremente
enseñar por Él. Su autoridad, no en vano, viene de lo alto y de dentro de sí, sin
estar ligado a ideología alguna sino sólo al Padre de quien aprende y a los hombres
a quienes enseña. Y es que siempre es más lo que produce y educe del corazón de
los creyentes reales que lo que las palabras mismas declaran.
Por eso mismo, cuando el hombre acepta a Cristo como Palabra definitiva y
definidora de Dios y del hombre, como el “no va a más” de la Enseñanza del Padre,
como el Signo supremo con que Dios enseña y se enseña a los hombres, se
produce entonces en los hombres enseñados por Él la expulsión progresiva de todo
espíritu materialista, de toda actitud insolidaria, de todo horizonte temporero y
chato, de toda pedantería hueca y vaciadora. Y surge, por el contrario, en el mismo
hombre la deslumbrante fisonomía de hijo de Dios y de hermano universal, rebelde
a toda idolatría del poder, del tener y del placer.
Así, y a disgusto de los letrados que acechan a Jesús para ponerlo a prueba, lo
corroboran y afirman las multitudes estupefactas que se admiran de este inédito
método de enseñar con autoridad y eficacia liberadora. Al mismo tiempo que
invitan a que se lo piensen dos veces los detractores de la enseñanza religiosa,
para que, liberados de prejuicios reaccionarios, se matriculen en la escuela de
Jesús, si es que quieren de verdad saborear la Verdad y servirla en sus verdades.
Juan Sánchez Trujillo