IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
AUDACIA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Me ha tocado visitar bastantes anfiteatros romanos, os digo que me ha tocado, mis
queridos jóvenes lectores, porque no son edificios que me entusiasmen. Admiro su
solidez y su acústica, cualidades que repiten todos los guías turísticos, pero su
monotonía de líneas, me aburre. El Evangelio nos dice que Jesús había establecido
su “campamento base” en Cafarnaún. En la actualidad quedan las ruinas de la
población, que fue lugar fronterizo. Hoy queda un pequeño puerto, el trazado de
unas cuantas calles, los muros de las casas no superarán el metro de altura, creo
recordar, y, lo que más interesante, allí donde vivió el Señor y una sinagoga. Otro
día os hablaré de la mansión, ya que el fragmento que leemos en la misa de hoy se
refiere al edificio religioso. El que visitamos en la actualidad no es el que frecuentó
el Maestro, es unos siglos posterior a aquel. El que queda es de piedra caliza
blanca, extraña, pues, ya que por aquellos lugares las rocas son basálticas, negras
y duras. Está asentado siguiendo el mismo perímetro de un edificio anterior, que se
supone fue la sinagoga de la que hablan los evangelios. Se han hecho catas
buscando pruebas, pero no se ha llegado a la certeza absoluta. No os quiero cansar
con hipótesis arqueológicas.
Asombra el comportamiento de Jesús y os quiero comentar hoy dos aspectos. Si Él
quería predicar, lo lógico es que escogiera una edificación que permitiera un cierto
acomodo de los oyentes y tuviera acertada acústica. No muy lejos, en Bet-Shean,
había uno de esos anfiteatros de los que os hablaba al principio. Quienes influyen
en la sociedad son los que ocupan lugares o responsabilidades y poderes
importantes: militares, universitarios, potentados. Es este el criterio general. Jesús,
en cambio, huye de estas normas. Cuando visito el lugar recuerdo que un día
predicando a una multitud tuvo que subir a una barca, para que el gentío pudiera
escucharle. Admiro el tesón del Maestro y la capacidad auditiva del pueblo, que era
capaz de entender la doctrina que predicaba a cierta distancia. Escoger a aquellos
discípulos era una imprudente utopía. Se trata de la paradoja de la que el pasado
domingo os hablaba.
Israel tenía centrada su religiosidad en el Templo de Jerusalén, era el lugar
fundamental del culto sacrificial, al que se le añadían algunos otros menesteres.
Ahora bien, desde el tiempo del destierro, abundaron en las comunidades judías las
sinagogas, que eran lugares fundamentalmente de oración y aprendizaje de la Ley.
Allí, y aun hoy en día ocurre lo mismo, el judío fiel acude los sábados. El que
llamaríamos, con más o menos propiedad, gerente, custodio o conserje, encargaba
la lectura bíblica al que para ello estaba capacitado. Algunos días especiales tenían
señalado el texto que se debía proclamar y comentar, pero no existía una
estructura ordenada, semejante a nuestro “año litúrgico”.
Sorprendía a la gente que las enseñanzas de Jesús no fueran del estilo al que
estaban acostumbrados a escuchar. Yo imagino algo parecido a lo que hoy en día
diríamos de muchos conferenciantes o escritores, son un dechado de erudición. Los
oyentes piensan ¡cuántas cosas sabe este hombre! ¡Qué listo es! Sin que lo
escuchado tenga aplicación directa en su vida. El Maestro habla convencido, sin
acudir a citas de los demás.
Quienes le escuchamos ahora, debemos estar persuadidos de nuestra Fe, pese a
que, por ser auténtica, su contenido de misterio divino, suponga al aceptarla, un
riesgo. Quiero decir que estaremos convencidos, pero no seguros. Por eso nuestra
Fe, como la de Abrahán, es meritoria ante Dios. Quienes sí estaban seguros eran
los demonios. No es hoy momento de hablar del tentador, es suficiente recordar el
inciso. El Señor tiene potestad hasta sobre ellos.
La amistad de Jesús, la que buscamos y la que Él nos concede, debe satisfacernos.
Si conociéramos muy bien sus teorías, si supiéramos de memoria todo lo que hizo y
pronunció, pero en nuestro interior fuera un personaje tan importante como el
moro Muza, seríamos muy pobres espiritualmente. La Fe es conocimiento, pero
fundamentalmente es experiencia amorosa. Quisiera, mis queridos jóvenes
lectores, que os lo preguntarais hoy y siempre ¿Quién es para mí Jesús? ¿Le tengo
simpatía? ¿Me siento amigo suyo?, ¿estoy dispuesto a todo por Él, como Él lo
estuvo conmigo?
Padre Pedrojosé Ynaraja