¡NOS TIENE CUENTA LA ORACIÓN!
DOMINGO 5º PER ANNUM B
8 de febrero de 2.009
En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y
Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y
se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre
y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los
enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a
muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los
demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y
sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. Él les
respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí;
que para eso he salido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Marcos 1, 29-39
Otro gallo le cantaría al hombre de hoy, si dedicara tiempo o más tiempo a la
oración. Mejores serían nuestras ciudades y más fraterna nuestra civilización, si en
cada casa hubiera un pequeño oratorio, y si, al comienzo de nuestras empresas y
coronándolas a todas ellas, contáramos con la gratificante y rentabilísima vivencia
oracional. Como en el caso de Cristo que, en la soledad y oración, completa e inicia
su ministerio de liberación y enseñanza.
Cuando nos falta el sentido del por qué y del para qué de todas nuestras
actividades, podremos estar más o menos tiempo absorbidos y entretenidos en el
teje y maneje de la vida; pero llegan momentos en que todo nos resulta vano e
insatisfactorio, al faltarnos ideal y sentido para nuestro obrar y padecer, para
nuestro recordar y nuestro esperar.
Algo parecido nos ocurre cuando nos desborda la alegría de gozos que sabemos
perecederos y fugaces, gozos que quisiéramos eternizar pero que se escapan de
nuestro intento posesivo, a pesar del amor y hasta necesidad que sentimos de
hacer eternas a las personas y cosas que queremos y amamos.
Y una como necesidad de pedir, de agradecer, de contemplar a Aquel que está en la
base de todo y de todos, nos arrastra al gratificante y fecundo descampado de la
oración. Para, entre otras cosas, aprender a descubrir el único Rostro Paterno de
Dios a través de tantos y tantos rostros humanos, a través de tantas caras y
caretas en las que ese rostro de revela y oculta, se desfigura y configura. Para
pulsar, asimismo, el protagonismo de Dios que instrumenta su actividad a través de
nuestras responsables actividades, con la voluntad irreversible de llevar a todo
hombre y a todo el hombre hacia su plena y total realización.
A esto nos incita y capacita el hecho de que Cristo, después de una jornada de
intensa y extensa actividad y antes de marchar a otras aldeas cercanas para
predicar y sanar también allí, se marchara de noche y se pusiera a orar en soledad
y silencio. Y eso que las gentes tenían necesidad de Él.
No obstante todo esto, a la vista de lo poco o nada que oramos ¿no será que somos
poco pragmáticos, de tal forma que si quisiéramos construir casa inconmovible y
hacer una ciudad estable, deberíamos más veces recurrir y sentir a Dios como
albañil principal y como vigilante imprescindible?
Juan Sánchez Trujillo