Comentario al evangelio del Jueves 02 de Febrero del 2012
Queridos hermanos:
Circula por ahí una bella historieta de una conversación entre un novicio y el abad de su monasterio; el
joven preguntaba al experimentado monje si habría posibilidad de conocer a Jesucristo “por dentro”; el
abad no se desconcertó ante tal pregunta; se limitó a abrir la biblia y mostrar al novicio un pasaje de la
carta a los Hebreos, que, citando textualmente un salmo, dice: “heme aquí, Padre, que vengo para
hacer tu voluntad” (Hb 10,9).
La fiesta de la presentación del Señor tiene carácter de síntesis y de programa; contemplamos a Jesús
apretando toda su existencia en sus manos y depositándola en las del Padre, confesándole que no tiene
un proyecto propio, sino sólo el de vivir atento a la voluntad del que le ha enviado.
La historia de Abrahán es la historia de una fe que se traduce en obediencia incondicional; y San Pablo
dice que su misión consiste en conducir a los paganos a la “obediencia de la fe” (Rm 1,5). Fe y
obediencia son términos intercambiables; es creyente el que se fía de Dios, y, por ello, se le entrega, le
obedece. No entraremos aquí en la sutil discusión teológica acerca de si es posible hablar de la “fe de
Jesús”. Sea o no adecuado este lenguaje, lo evidente es que, si todo creyente deposita su vida en las
manos de Dios, Jesús debe ser considerado el primero de la serie, el que sobrepuja la entrega de
cualquier otro al plan del Padre. Su “presentación” es permanente.
Esa entrega no es un cómodo abandono en Otro que le ahorre a él sus problemas (aunque ese “radical
abandono” también está). El propio Jesús (no sólo el Padre) será el combatido, el que se convierta en
piedra de escándalo y motivo de contradicción, el que pase por perplejidades, sufra “terror y angustia”
(Mc 14,33), y hasta pregunte al Padre “por qué le ha abandonado” (Mc 15,34).
La presentación de Jesús en el templo es un hecho gozoso; Simeón y Ana reconocen en él al salvador
prometido por Yahvé: ¡el Dios de las promesas cumple! Jesús goza en la presencia y en las manos del
Padre, entregándose a su voluntad.
Este hecho debe recordarnos nuestro bautismo y nuestra ulterior actualización responsable del mismo.
Fue también un hecho gozoso, con gozo para entonces y para ahora: el Padre nos adoptó como hijos y
nos confió su causa. Pero fue igualmente el inicio de una andadura en la que el radical disfrute de la
filiación divina y de la cooperación al plan del Padre se entremezcla con el dolor, el combate, la
“espada”: las situaciones de pecado, tanto personal como social, intentan presentar dura resistencia a
esta “fuerza de salvación” que quiere introducirse en nuestro mundo, por su propio poder y también
con nuestra decidida cooperación. Nuestra actitud deberá ser la del Siervo, la de Jesús: “Yahvé me ha
abierto el oído… y no me he echado atrás” (Is 50,5).
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf