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Día litúrgico: Martes IV deltiempo ordinario
Texto del Evangelio ( Mc 5,21-43): En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la
barca a la otra orilla (). Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al
verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de
morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él.
Le seguía un gran gentío que le oprimía.
Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que
había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin
provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús,
se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar
aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de
sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal (). Él le dijo: Hija, tu fe
te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo:
«Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían
dicho, dice al jefe de la sinagoga: No temas; solamente ten fe ().
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto
XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
La oración, un combate "cuerpo a cuerpo" con Dios
Hoy consideramos la oración como combate de la fe y victoria de la perseverancia.
En "Génesis" (cap. 32), aquella misteriosa lucha —"cuerpo a cuerpo", entre Jacob y
Dios— anuncia algo de lo que hoy contemplamos en la "hemorroísa" y en Jairo.
La oración requiere confianza, cercanía, un "cuerpo a cuerpo" simbólico con Dios,
tal como actúa la mujer que padecía el flujo de sangre: "si logro tocar". La "lucha"
connota fuerza de ánimo, perseverancia, tenacidad para alcanzar lo que se desea
ante un Dios que bendice, si bien permanece siempre misterioso, como
inalcanzable. Si el objeto del deseo es la relación con Dios, su bendición y su amor,
entonces la lucha culmina en el reconocimiento de la propia debilidad, que vence
precisamente cuando se abandona en las manos misericordiosas de Dios: "tu fe te
ha salvado".
—Cuando ya nadie me escucha, cuando ya no puedo invocar a nadie, cuando el
problema parece desbordar toda esperanza —tal era la situación de Jairo—
entonces Dios todavía me escucha y me ayuda.
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