DOMINGO DE LA V SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO B
(Job 7:1-4.6-7; I Corintios 9:16-19.22-23; Marcos 1, 29-39)
A lo mejor algo como esto pasó en tu vida. Tu madre te dijo que tuvo que quedarte
en casa. No es que hicieras nada malo. Es que tu hermano tenía notas bajas y tu
madre quería que le ayudara con sus tareas. “Es injusto – te quejaste – él es quien
tiene el problema, no yo”. Algo parecido pasa entre los corintios causando los
comentarios de Pablo en la segunda lectura hoy. Pablo ha recomendado que los
fuertes en la comunidad no comieran carne usada para sacrificios porque la práctica
molesta a los sensibles. Dicen los fuertes – como tú a tu mamá – no es justo que
sufran por los demás. En la carta Pablo defiende su posición.
Pablo ofrece a sí mismo como ejemplo de sacrificarse por el bien común. Dice que
él no puede presumir de sus esfuerzos para predicar. Pues el Señor Jesús lo
comisionó de modo que no fuera su propia voluntad. Ni puede aceptar plata por la
misma razón. Para agradar a Cristo – Pablo cuenta – está haciéndose esclavo de
todos. De esta manera espera que se ganen todos por Cristo. Para sí mismo sólo
desea un rinconcito del cielo por sus labores.
Como cristianos pensamos en nosotros como miembros de una parroquia y
herederos de la tradición romana-católica. No nos vemos a nosotros como
comisionados por el Señor. Sin embargo, hemos sido bautizados en Cristo donde él
ha extendido a nosotros tanto como a los apóstoles la misión de desparramar el
evangelio. Es cierto que el mundo no va a escucharnos si le gritamos en el camino.
Ni es nuestro modo ir casa a casa tratando de convertir a la gente por el
proselitismo. No, nosotros cumplimos nuestra misión de evangelizar por contar a
los demás nuestra experiencia personal de Jesús.
Aunque muchos no se dan cuenta de la experiencia, la mayoría de nosotros hemos
encontrado al Señor. Como la gente volviendo de un retiro de ACTS, podemos
contar una historia en que hemos experimentado la Verdad que es el Amor. En la
Edad Media la gente pensó en san Francisco de Asís como el “segundo Cristo” por
su bondad envuelta en la sabiduría. En el siglo pasado un escritor convirtió al Cristo
después de conocer la siempre caritativa y no menos brillante Madre Teresa.
También es posible que hayamos visto huellas del Señor en la compasión de un
pariente. Un sacerdote atribuye su llamada de Jesús a la vez que vio a su madre
dándole a comer a un mendigo en la puerta trasera.
Hay un dicho atribuido a san Francisco: “Siempre prediquen; y si es necesario, usen
palabras”. Es cierto que acciones hablan mejor que palabras. Sin embargo, más
que nunca al mundo le falta testimonio de Jesús. Muchos se preocupan que vayan a
ofender a los demás si ponen en manifestó su fe. Pero el futbolista Tim Tebow no
tiene ninguna vergüenza a proclamar a Cristo. Este mariscal de campo ha llamado
la atención por su actuación inspiradora en los playoffs de la Liga Nacional de
Fútbol. Sin embargo, más importante a él es el hecho que está conquistando a las
almas por Cristo dondequiera que vaya. Reza abiertamente en el campo llamando a
los jugadores del equipo oponente tanto como a sus propios compañeros a juntarse
con él. Siempre visita a los enfermos y los prisioneros porque así nos enseña el
Señor. Como Tim Tebow nosotros podemos atraer a otros al consuelo de conocer a
Jesús por proclamar su presencia en nuestras vidas.
En una novela un hombre regala a una graduada una cadena con cruz. Ella la
aprecia tanto que la lleve veinticuatro, siete dondequiera vaya. La cruz le marca
como persona que conoce y ama a Jesús. Sugiere que ella no puede presumir de
sus logros porque tiene a él como compañero. Finalmente, le presenta a Jesús al
mundo, muchas veces injusto, como el esclavo que conquista por todos un
rinconcito del cielo. Jesús conquista por todos un rinconcito de todos.
Padre Carmelo Mele, O.P.