1
Fiesta. La Presentación del Señor (2 de Febrero)
Presentación de la víctima u ofertorio
Presentación del Señor Lc 2, 22-40
Cuarenta días después de su nacimiento, Jesús fue llevado por María y José al
templo para presentarlo al Señor (cf. Lc 2, 22), según lo que está escrito en la ley
de Moisés: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor» (Lc 2, 23), y para
ofrecer en sacrificio “un par de trtolas o dos pichones, como dice la ley del Seor”
(Lc 2, 24).
Simeón y Ana: un hombre y una mujer, representantes de la antigua alianza
que, en cierto sentido, habían vivido toda su vida con vistas al momento en que el
Mesías esperado visitaría el templo de Jerusalén. Simeón y Ana comprenden que
finalmente ha llegado el momento y, confortados por ese encuentro, pueden
afrontar con paz en el corazn la última parte de su vida: “Ahora, Seor, según tu
promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu
Salvador” (Lc 2, 29-30).
El anciano Simeón, dirigiéndose a María, añade: «Mira, éste está puesto para
que muchos en Israel caigan y se levanten; signo de contradicción, para que se
manifiesten los pensamientos de muchos corazones. Y a ti, una espada te
traspasará el alma» (Lc 2, 34-35). Así pues, mientras todavía nos encontramos al
comienzo de la vida de Jesús, ya estamos orientados hacia el Calvario. En la cruz
Jesús se confirmará de modo definitivo como signo de contradicción, y allí el
corazón de su Madre será traspasado por la espada del dolor.
Toda la vida de Cristo, desde el primer instante de su entrada en el mundo (cf
Heb 10,5) hasta su consumación sobre el altar de la cruz (cf Jn 19,30), fue una
ofrenda al Padre. Pero esta ofrenda habitual tuvo dos momentos fuertes, por
llamarlos así. La presentación en el templo fue uno de ellos. Podemos y debemos
repetir que existe una relación estrecha entre la presentación en el templo y la
inmolación sobre el Calvario: aquélla fue el ofertorio; ésta la consagración del único
gran sacrificio. Y en esta ofrenda e inmolación, la Virgen está presente y operante
(cf Lc 2,34-35; Jn 19,25-27).
Como el anciano Simeón y la profetisa Ana, salgamos al encuentro del Señor
en su templo. Acojamos la luz de su revelación, esforzándonos por difundirla entre
nuestros hermanos. Que nos acompañe la Virgen santísima, Madre de la esperanza
y de la alegría, y obtenga a todos los creyentes la gracia de ser testigos de la
salvación, que Dios ha preparado para todos los pueblos en su Hijo encarnado,
Jesucristo, luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo Israel. Amén.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)