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IV Domingo del Tiempo Ordinario (Año Par)
Viernes
Mc 6, 14-29
Es Juan, a quien yo le corté la cabeza, y que ha resucitado . Esto lo decía
Herodes con motivo de sus temores ante la predicación y los milagros de Jesús. En
efecto, cuando llegan a oídos del tetrarca galileo las noticias de la aparición del
Maestro, se estremece. En su pavor, turbio y supersticioso, dice: es Juan el
Bautista. Este es aquel Juan que yo degollé, que ha resucitado de entre los
muertos.
En la cabeza de Herodes daba vueltas, sin duda, una sospecha que no le dejaba
tranquilo: “Ya está de nuevo aquí el Juan aquél al que yo le corté la cabeza”. Una
de las maneras de hablar de Dios, es la “voz de nuestra conciencia”. Herodes no
tenía la conciencia tranquila: una voz del fondo de sí mismo le recordaba su
pecado.
Herodes sintió un gran remordimiento por el crimen que cometió ordenando
decapitar a Juan, porque el pecado lleva consigo el remordimiento que golpea
fuerte la conciencia del que comete la falta, no le hace vivir tranquilo ni conocer la
paz. La conciencia, en cierto modo, pone al hombre ante la Ley, siendo ella misma
testigo para el hombre: testigo de su fidelidad o infidelidad a la Ley, o sea, de su
esencial rectitud o maldad moral. Por esto san Agustín exhortaba: Retorna a
tu conciencia, interrógala... retornen, hermanos, al interior, y en todo lo que hagan
miren al testigo, Dios (San Agustín).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)