Desierto y conversión
Los Árabes llaman al desierto “el Jardín de Alá”. Lo dejan libre de animales
y de árboles para que Dios pueda estar en paz. Detrás de esa expresión
encontramos un lugar ideal para el retiro, la reflexión, la contemplación.
Hablar de desierto implica además, el desafío, la lucha, la ascesis espiritual,
la búsqueda de encuentro consigo mismo, la conversión.
Iniciamos la Cuaresma desde esta perspectiva de ´desierto´. Jesús va al
desierto enviado por el Espíritu. Allí pasa cuarenta días. Lo hace en ayuno.
En diálogo y contemplación con su Padre. Se puede intuir la profundidad de
este encuentro: El Plan de salvación, la Misión de Jesús, la aceptación
gozosa de la santa voluntad entregada al Padre para la realización de este
Proyecto.
Los Padres del desierto habían hecho esta elección de vida en búsqueda de
ambientes propicios para la oración, para adquirir las destrezas suficientes
en el combate espiritual, para sumergirse en el silencio interior a la escucha
de la Palabra. De ahí surge una escuela de espiritualidad nueva que
marcará a muchas generaciones y que hoy goza de actualidad en varios
sectores de la sociedad.
El libro del Génesis y Pedro nos invitan a sumergirnos de nuevo en las
aguas del bautismo como signo de un nuevo nacimiento. Cuaresma y
bautismo van unidos. Ambos nos regresan al desierto. Es decir, a la vida
que nace de una confrontación permanente entre bien y mal, entre
realización y frustración, entre gozo en el Espíritu y encerramiento egoísta,
entre conversión e inercia espiritual.
Cochabamba 26.02.12
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com