“Es un profeta como los antiguos”
Mc 6, 14-29
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
MARTIRIO DE JUAN -HOMBRE RECTO Y SANTO
Éste es el único pasaje del evangelio de Marcos cuyo protagonista directo no es
Jesús. En realidad, tanto por la colocación como por el contenido, el relato del martirio
de Juan -hombre «recto y santo» (v 19)- no tiene otra finalidad que ser la prefiguración
puntual de la suerte de Jesús, a quien los Hechos de los apóstoles refieren los
mismos atributos (cf. 3,14; 7,52; etc.). Tanto el Bautista como el Mesías mueren por
«voluntad» de poderosos perplejos e indecisos. Más aún, puede decirse que Herodes,
infiel a Dios por haber tomado como esposa, contra la ley, a la mujer de su hermano,
es un rey adúltero: personificación del pecado de todo el pueblo que ha traicionado a
su Señor y Esposo para ir detrás de los ídolos. Así pues, Juan muere como Jesús, el
justo por los injustos, pero ésta será asimismo la suerte a la que están llamados los
discípulos a quienes el Maestro envía a predicar la conversión. «La oportunidad se
presentó» (cf v 21a). Paradójica coincidencia la de una extraña fiesta para una vida
que, en realidad, es muerte y de una muerte que es un himno a la vida verdadera, una
vida que va más allá de la dimensión temporal, porque es capaz de sacrificarse a sí
misma por amor a la Verdad.
También el desenlace del banquete resulta grotesco, dado que acaba ofreciendo a los
invitados -campeones en riqueza, orgullo, poder, lujuria y otras cosas así- una
macabra bandeja con una cabeza cortada bajo la responsabilidad de una atractiva
muchacha. Esto nos hace pensar en muchas de nuestras pasiones que nos parece
imposible dejar de satisfacer... «Sus discípulos fueron a recoger el cadáver y le dieron
sepultura» (v 29); lo mismo ocurrirá con Jesús, sepultado como semilla en la tierra, de
la que, no obstante, resucitará para convertirse en pan fragante ofrecido en la mesa
de sus discípulos, pan para una vida que no muere.
ORACION
«El Señor es mi ayuda, no tengo miedo; ¿qué podrá hacerme el hombre?» (Heb
13,6). La afirmación de la primera lectura parece ampliamente desmentida por el
evangelio de hoy, en el que Marcos pone como centro de atención a Juan el Bautista
y su cruel martirio. Sí, hay quien, por un capricho simple y trivial, con cualquier motivo
fútil, hace callar con la violencia la voz que invita a la conversión o que anuncia el
Reino. El discípulo, llamado a seguir a Jesús, a predicar a los hermanos en medio de
la pobreza (cf. Mc 6,7-13), no por ello queda exonerado de la prueba, sino al contrario.
Todo el relato de Marcos nos presenta a Jesús trabajando para hacer comprender a
los «suyos» el destino del Maestro, que sube a Jerusalén para padecer la pasión. Sin
embargo, Jesús nos invita también a no tener miedo de los que pueden hacer mal al
cuerpo. Hay algo peor que eso: vivir sin saber por qué y para quién se vive.
Todo hombre es mortal, pero tiene como destino la vida eterna; lo importante es entrar
conscientemente en esa vida que es Jesús mismo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida » (Jn 14,6). Constituye una gracia para quien es discípulo ser asimilado al
Maestro hasta la entrega total de sí mismo en el martirio, y ésta es una situación que
vive todavía hoy la Iglesia en muchos de sus miembros. Cada uno de nosotros está
llamado a morir a sí mismo, al hombre viejo, al egoísmo, al orgullo que nos impide
vivir, como el Bautista, afirmando: Es preciso que él crezca y que yo disminuya».
Puesto que Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre, cuanto más nos perdamos en él,
que es el Amor, tanto más saborearemos la verdadera Vida.