Comentario al evangelio del Jueves 09 de Febrero del 2012
EL ATREVIMIENTO DE UNA MUJER
He aquí una escena, un
relato de Marcos, que crea incomodidad y extrañeza. Por lo que dice, por cómo lo dice, y por lo que se
calla.
Veamos. En primer lugar Jesús se marcha a la región de Tiro. En el Antiguo Testamento, esta
ciudad era símbolo de gentes malas y perversas. De esta ciudad llegó la princesa Jezabel, en tiempos
de Salomón, que es la que introdujo el culto a Belzebú, el Dios pagano de la fecundidad y adversario
de Yahveh. Jesús no se mueve mucho fuera de los confines de Israel y sus contactos con los paganos
son bastante excepcionales. Pero en este caso, se salta la costumbre judía de no pisar territorio pagano
(impuro).
¿Qué es lo que lleva a Jesús a hacer esta visita, en la que, por otra parte, quiere pasar
«inadvertido, y en la que los discípulos parecen haberse esfumado? El evangelista no nos lo dice.
¿Quizá quiere evitarse complicaciones con Herodes Antipas, que gobernaba esta región? Pero entonces
bastaba con que se hubiera dirigido a otro sitio. Quizá necesitaba «cambiar de aires»: debía haberse
quedado agotado, aburrido, vacío y harto de las discusiones legales con los judíos que acababan de
tener lugar. Eran debates inútiles, porque ellos, en su cerrazón, la única conclusión que sacaban es que
Jesús andaba muy perdido y que se tomaba demasiadas «libertades» ante las sagradas tradiciones de
toda la vida. Pero no lo sabemos.
El caso es que su pretensión de que le dejasen tranquilo en aquella «casa» (tampoco sabemos de
quién, aunque de nuevo era otro rasgo de impureza: hospedarse en casa pagana) tiene muy poco éxito.
Y se presenta una mujer. Marcos la etiqueta con pocas palabras: es griega (pagana, por tanto), y
debe ser de la clase alta, dirigente; es sirofenicia (nacionalidad) y tiene una hija poseída por un espíritu
inmundo. Es decir: impura por los cuatro costados. No se molesta el evangelista en describir en qué
consiste ese «espíritu inmundo». En general tendremos que decir que hay dentro de su hija algo que la
destruye, que la llena de violencia, de odio, que la incomunica con los demás. Por otros casos
similares, podemos intuir que hay algo en su interior que no la deja ser ella misma, pero también algo
que la condiciona desde el exterior: ¿su cultura, ideologías, educación...?
Esta mujer es bien atrevida. Sabía perfectamente que no debía acercarse a un judío, a quienes, en
general, consideraban inferiores. Pero se echa a sus pies, con lo cual reconoce su superioridad. Y
acepta, sin cuestionarlo, que la comparen con los perros, y está dispuesta a conformarse con las
«migas». ¿Le puede su amor de madre, por encima de cualquier otra norma, ideología o convicción
personal? El caso es que Jesús se va a encontrar en tierra pagana una fe y un respeto... que no ha
encontrado entre los fariseos con los que ha estado discutiendo.
La referencia de Jesús al «pan de los hijos» tiene que ver por una parte con los relatos de la
multiplicación de los panes, símbolo del banquete mesiánico, de la salvación. Parece como que el
propio Jesús es «víctima» de las concepciones religiosas de su pueblo, que se cree con la «exclusiva»
de la salvación de Dios, ellos solos son «el pueblo, los hijos». Y hasta ahora... los únicos destinatarios
de su misión evangelizadora. La frase con la que Jesús se dirige a aquella mujer es dura. No pega
mucho con el estilo con el que se normalmente él se comporta, aunque el calificativo «perros» con el
que habitualmente se referían a los paganos, Jesús lo amortigua hablando de cachorros o perrillos.
Como también resulta chocante esa despedida tan «seca»: «¡Vete!».
Cuando Marcos redacta su Evangelio, aprovecha también la escena para reflexionar sobre el lugar
que los «paganos» que van entrando en su comunidad tienen en la Mesa Eucarística. Este es el tema de
fondo de este extraño relato.
Seguramente hubiéramos preferido que Jesús cuestionase la mentalidad de aquella mujer, que
utilizase otro lenguaje, que expresamente a ella la hubiera llamado «hija». Pero en este momento
todavía no ocurre. Sí que alaba a aquella mujer «por eso que has dicho». ¿Y qué ha dicho? Que
también los paganos (las mujeres, los impuros) pueden beneficiarse de las sobras del pan (como en la
multiplicación), sin cuestionar si es o no justo que unos tengan más derecho que otros. Pero también
hay que anotar el título con el que se ha dirigido a Jesús: es la primera vez en el Evangelio de Marcos
que alguien se refiere a Jesús con el nombre de «Señor».
Aquella actitud, aquella confianza (fe) lleva a Jesús a cuestionarse sus propias convicciones.
Mateo lo dirá de modo más explícito: ¿Realmente su misión evangelizadora es sólo y exclusivamente
para las ovejas de Israel? ¿Realmente el banquete mesiánico (y su sacramento, la Eucaristía), la
salvación, ¿es para unos pocos, para un pueblo elegido? ¿No es un banquete universal, no es una
salvación abierta a todos, no es el nuevo pueblo de Dios la humanidad? Parece que a esta mujer pagana
y tan tozuda, y hábil con las discusiones... le debemos que Jesús se replantease su misión. Y que la
comunidad cristiana tomase la decisión de abrir sus puertas desde la fe.... y no desde la raza u otros
condicionamientos excluyentes.
Enrique Martínez, cmf
Enrique Martinez, cmf