Domingo Sexto del Tiempo Ordinario B
“Quiero: queda limpio”
La respuesta de Jesús a la angustiosa petición del leproso, fue tajante y eficaz.
Siempre Jesús responde positivamente a las súplicas de quien se siente atenazado
por la desgracia y el dolor. Lo hace desde la comprensión y la cercanía, dejando a
un lado las leyes que regían en el pueblo judío. Porque las leyes se han hecho para
el hombre, y no el hombre para las leyes (cfr. Mc 2, 27). Lo primero y más principal
es el hombre. El ha venido a salvar a los hombres.
Los evangelios no intentan dar una visión curandera y populista de Jesús. Tratan de
presentarlo como el Señor de corazón compasivo y misericordioso, atento a
cualquier tipo de sufrimiento humano. En el caso del leproso se encuentran a la vez
la terrible situación de un hombre y la gran fuerza del amor. La lepra en aquella
época era considerada como un castigo de Dios y un contagio terrible. Era excluido
de la sociedad, condenado a vivir apartado de todos, “harapiento y despeinado, con
la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro!”, como leemos en la primera lectura
de este domingo, tomada del libro del Levítico.
Para Jesús hay algo que es más importante que la lepra, que la impureza legal y
que la misma ley de Moisés: la persona necesitada. Por ello permite que se acerque
el leproso, extiende la mano hacia él y lo toca. No tiene en cuenta ni el peligro de
contagio, ni el posible escándalo, ni el enfrentamiento con los guardianes de la ley.
Por encima de consideraciones oportunistas está aquella persona que tiene
necesidad de ayuda, que se le ha arrodillado suplicando: “Si quieres puedes
limpiarme”, manifestando al mismo tiempo su fe. Para Jesús, por encima de todo
está el amor y la compasión: “Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó
diciendo: Quiero, queda limpio”.
Los primeros seguidores de Jesús no se sentían miembros de una nueva religión o
de una institución, sino hombres y mujeres que han descubierto un nuevo camino,
una nueva manera de vivir. En la carta a los Hebreos, se habla de un camino
nuevo, inaugurado por Jesús que hay que recorrer con los ojos fijos en El (cfr. Hbr
10, 20). Saulo solicita del Sumo Sacerdote cartas de recomendación para perseguir
“a quienes siguiesen este camino” (Act 9, 2). Jesús, que comenzó a hacer y a
enseñar (cfr. Act 1, 1) traza un camino que tendrá su final y plenitud en el más
allá. El se autodefine “Yo soy en camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Su manera
de proceder es la que nos señala el camino de la salvación, por eso hemos de ir
descubriendo en El la manera nueva de vivir la vida.
En el episodio del leproso hay una serie de gestos que no podemos pasar por alto:
“Sintió lástima, extendió la mano, lo tocó y le dijo: Quiero, queda limpio” Jesús,
rompiendo todas las prescripciones, no sólo permite que se acerque, sino que él
mismo lo toca y manifiesta de manera rotunda su voluntad: “Quiero, queda limpio”.
Lo cual suponía no sólo curarle de la enfermedad, sino rehabilitarle para integrarse
de nuevo a la sociedad.
Con su gesto, Jesús provoca una verdadera revolución. Revela que Dios no castiga
con la enfermedad; arranca a aquel hombre del aislamiento y la exclusión, hace
saltar los prejuicios y discriminaciones de la sociedad, rompe las barreras y muros
que levantamos entre nosotros, y enseña a todos que el camino acertado es el
amor que lleva a la acogida, la inclusión y a la convivencia fraterna.
Los seguidores de Jesús hemos de seguir el camino que el va trazando. Oír los
gritos angustiosos de los leprosos de la sociedad en que vivimos: inmigrantes,
hambrientos, paro, droga, guerra, etc., sentir de verdad compasión y acercarnos
con las manos abiertas para limpiarlos e integrarlos en una sociedad más justa y
fraterna.
Joaquin Obando Carvajal