VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"El que cree en Cristo como vencedor del mal, nunca desaprovechará el paso del
Señor"
Lv 13,1-2.44-46: "El leproso vivirá solo y tendrá su morada fuera del
campamento"
Sal 31,1-2.5.11: "Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación"
1 Co 10,31-11,1: "Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo"
Mc 1,40-45: "La lepra se le quitó y quedó limpio"
Al leproso se le consideraba un castigado por Dios por pecados ocultos. Debía ser
declarado "oficialmente impuro". Por eso se llama a algunas intervenciones de
Cristo "purificaciones". Apartado del culto, no podía entrar en la sinagoga; si alguno
mejoraba de su mal, se le permitía entrar y ponerse en un sitio aparte.
La lucha contra el pecado es manifestada por los evangelistas a través de las
curaciones. Y cuando la enfermedad lleva consigo el apartamiento y la segregación
social, es reintegrada la persona y devuelta a la comunidad como signo, no sólo de
curación, sino de reconciliación. Entendiendo así los milagros, son verdaderas
señales del Reino de Dios, y la victoria de Cristo como anticipo de la definitiva por
la resurrección.
El modo de dirigirse a Jesús el leproso revela una gran fe. Sabe que puede ser
curado y lo pide. La curación será consecuencia de la misma fe.
En nuestra sociedad se dan diferencias sociales, raciales, políticas, culturales, etc.:
son siempre secuelas del mal inserto en el corazón del hombre del que difícilmente
se libera.
Sin embargo, el hecho de que la humanidad luche contra estos males es señal de
una gran sensibilidad al considerarlos como tales. Porque además del mal que se
sufra puede haber otro mayor: que los demás no quieran enterarse.
— La providencia y el escándalo del mal:
"Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado
de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante
como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta
simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la
bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al
encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo,
con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los
sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son
invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio
terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no
sea en parte una respuesta a la cuestión del mal" (309; cf. 310; 549).
— Y líbranos del mal:
"La última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración de Jesús:
«No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn
17,15). Esta petición concierne a cada uno individualmente, pero siempre quien ora
es el «nosotros», en comunión con toda la Iglesia y para la salvación de toda la
familia humana. La oración del Señor no cesa de abrirnos a las dimensiones de la
economía de la salvación. Nuestra interdependencia en el drama del pecado y de la
muerte se vuelve solidaridad en el Cuerpo de Cristo, en «comunión con los
santos»" (2850; cf. 2852).
— "El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os
protege y os guarda contra las astucias del Diablo que os combate para que el
enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien
confía en Dios, no tema al Demonio. «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará
contra nosotros?»" (San Ambrosio, sacr. 5, 30) (2852).
Superar el mal puede ser señal de lucha o de coraje; superar el pecado es signo de
la salvación de Jesucristo.
Con permiso de Almudi.org