VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
UN LEPROSO
Padre Pedrojosé Ynaraja
La figura central del evangelio de este domingo es un leproso. Yo no sé, mis
queridos jóvenes lectores, qué nociones tenéis de estos enfermos que, para
vergüenza nuestra, todavía existen. Por mi parte, cuando era pequeño, no sabía
más que lo que me explicaban en el colegio de los buenos hermanos maristas de
Burgos. Imaginaba personas con un aspecto desagradable, repugnante y peligroso.
Añado a esto, que subió un día a casa mi padre, jefe de circulación del ferrocarril,
contándonos que había pasado un tren con un leproso. Nos dijo que era uno de
mercancías, al que habían intercalado un vagón de pasajeros, con un solo viajero,
aislado, solitario y vigilado por un policía. Lo llevaban a una leprosería. Por allí
pasaron de vuelta, militares de la “División azul” y hasta el mismo mariscal Pétain.
Nadie sufrió tal protección, tal aislamiento. La enfermedad suscitaba este pánico.
Era emblemática. El mismo Guy de Larigaudie, cuando decidió dedicar su vida en la
Iglesia al subcontinente asiático, se propuso dedicar un tiempo al servicio exclusivo
de estos enfermos, quería vivir con ellos, era su preparación ascética.
Un distinguido periodista, Raoul Follereau, iba un día por el desierto, en
cumplimiento de una misión de reportaje, cuando el vehículo se averió y precisó
pararse. Vio entonces huir unas siluetas, preguntó qué eran, le contestaron:
leprosos. ¿Y por qué se han alejado? Son leprosos, ¿pero qué les pasa? Son
leprosos, fue la única respuesta que pudo arrancar a aquellas gentes. Ocurría esto
en la década de los 40 del pasado siglo. Este episodio cambió su vida. Fundó la
asociación de ayuda, que se ha extendido por muchas naciones. También ha
dedicado y dedica muchos esfuerzos y ayuda a estos enfermos, la Soberana Orden
de Malta. Hoy, en el mundo, servida por unos u otros miembros de la Iglesia, hay
562 leproserías. En España queda la última del continente europeo, en Fontilles,
últimamente han atendido principalmente a enfermos emigrantes. La enfermedad
de Hansen, como se la conoce también, no es peligrosa y hasta curable en su fase
incipiente.
Me he entretenido contándoos estos aspectos, porque no son temas de los que se
ocupen los medios. Y permitidme que me salga del tema, aunque no del todo.
Siempre me ha extrañado, que tanto como se ataca al Vaticano, por sus riquezas y
el poder que se le atribuye, de nadie sé que arremeta contra la institución
mencionada, con soberanía reconocida internacionalmente, cuerpo diplomático
incluido y, paradójicamente, sin sede territorial. Cambio de tercio.
Se cuenta, creo que de Marilyn Monroe, que un día, viendo a una monja curando a
un leproso, en fase avanzada de su enfermedad, dijo: esto yo no lo haría ni por un
millón de dólares, la buena religiosa, mirándola fijamente, le dijo: yo, tampoco. Si
esta es la situación social de estos enfermos actualmente, podéis figuraros, mis
queridos jóvenes lectores, cual era en tiempos de Jesús. Pero el Maestro,
rompiendo normas, le deja acercarse y hasta le tiende la mano, cosa insólita. Y le
cura, pidiéndole que sea discreto, pero que se atienda a las normas legales. (Hoy
diríamos que se sometiera a un reconocimiento médico que le de un certificado de
buena salud).
El buen hombre es agradecido y no se calla, no oculta el milagro del que se ha
beneficiado. Era un intocable, insociable y marginado y se convierte súbitamente,
en apóstol de Cristo. El agradecimiento es una virtud cristiana. Os he dicho en otras
ocasiones, que me encanta el ballet, pues bien, añado que nunca dejo de ver el
final de la trasmisión. Me admira y disfruto, viendo el gesto elegante de saludo de
los artistas, ellos y ellas, dando gracias al público asistente por los aplausos que les
han dirigido. Y trato de aprender de ellos, fiel a las enseñanzas de Pablo (Col 3,15)
Escucharéis, mis queridos jóvenes lectores, que lideres reconocidos, dirigiéndose a
vosotros, dicen: la proverbial generosidad de la juventud. La frasecita la pronuncian
para ganarse vuestra simpatía y tal vez vuestros votos. Mi opinión, y, ojala me
equivocase, es que esta proverbial virtud, se fraguó en otros tiempos, alimentó
anhelos de muchos pretéritos idealistas, pero hoy tal vez lo proverbial, hay que ser
sinceros, sea vestir de marca, dominar idiomas y conseguir una plaza fija, donde se
sienta realizado. Es un buen criterio para subsistir, pero alejado de lo que piensa
Jesús. Os toca escoger. Unos son burgueses, el leproso nos enseña procederes que
a la comunidad cristiana le gustaron, porque era un comportamiento como el
Maestro había enseñado, de aquí que quiso conservarlos para provecho nuestro.
Pero no quiero olvidar las enseñanzas de Pablo, que nos ofrece la segunda lectura
de la misa de hoy. Aguijoneando yo conciencias, para estimular modos cristianos,
con frecuencia oigo que me dicen: pero si yo ya me comporto bien, el trabajo, la
familia y la hipoteca, los llevo honradamente, y no doy para más, no me digas que
no es suficiente. Hago lo que creo debo hacer y no creo que Dios me pueda pedir
más. Sí, la vida de un occidental está repleta de obligaciones y costumbres,
indiscutibles, aunque tal vez inútiles. Ser fiel a ellas le satisface. Pero no, este
quehacer diario, en casa, en el estudio o en el taller, los desplazamientos
necesarios, no se nos pide que los suprimamos. Todo ello es preciso que se imbuya
y vaya impregnado de Fe, de anhelo de comunicar la riqueza del Evangelio a
nuestro entorno, de tal manera, que los demás se den cuenta de que somos
diferentes, pese a estar aprisionados en la misma inhumana sociedad. La honradez
en el comportamiento, la sonrisa y amabilidad en las respuestas, la delicadeza y
generosidad, son cualidades que difícilmente se pueden practicar, si uno no es
consciente de lo que nos dice el Apóstol.
Hoy no lo advierte el texto, pero os lo recuerdo: el teléfono móvil, como el
cristiano, deben cargarse de energía. El primero se consigue con la fuente de
alimentación eléctrica, el segundo, ocupando un tiempo diario a la oración. De otra
manera, poco a poco, va perdiendo el hombre, capacidad de respuesta evangélica,
aunque pueda destinar dinero del que le sobra, a obras benéficas.
Padre Pedrojosé Ynaraja