Tiempo y Eternidad
______________________
José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Déjate quemar, si quieres alumbrar
La humanidad lleva siglos con el inveterado deseo de querer tocar a Dios, de
experimentarlo tal cual es, sin resolver. Hemos conquistado el espacio, pero no hemos
resuelto el problema de Dios. La dificultad puede ser de orden metodológico, ya que en
realidad es Dios quien toca al hombre y no al revés.
Dios nos toca de varias maneras: Una primera forma es a través de la ciencia. Recomiendo
leer el libro, ¿Cómo habla Dios?, de Francis S. Collins, director del National Human
Genome Research . Este científico dio a conocer, en el año 2005, uno de los hallazgos más
fascinantes de la historia, “el genoma humano”. Un código oculto de 3,000 millones de
letras. ¡Un mundo de información contenido en cada célula! Todo un manual de
funcionamiento que explica el desarrollo básico de un ser humano. Collins era un científico
ateo que llegó a Dios a través de la creación. Partió del ámbito de la razón para llegar a la
fe. No cometió el error de querer colocar a Dios en el portaobjetos del microscopio para
examinarlo, sino que, conociendo a la creatura, se encontró con el Creador.
El segundo camino es directo y rápido, el de la fe. El pasaje del leproso que sale al
encuentro de Jesús nos lo ensea. Este hombre le suplic de rodillas: “Si tú quieres, puedes
curarme. Jesús se compadeció de él y, extendiendo la mano, lo tocó e inmediatamente se le
quitó la lepra y quedó limpio” (Mc 1,40). En aquel tiempo la lepra era una enfermedad
frecuente e incurable. Había muchos leprosos, pero sólo éste dejó que Dios lo tocara por la
fe.
Finalmente, para los que ni somos científicos ni esperamos manifestaciones extraordinarias,
podemos experimentar a Dios a través de los sacramentos, especialmente el de la confesión.
Cuando una persona se confiesa experimenta sensiblemente la curación de su alma. Sabe
que sus pecados quedan perdonados. Yo he sido testigo al ver cómo los puños se aflojan,
cómo después de reconocer las faltas, la voz descansa, cómo salen totalmente dichosos del
confesionario. Dios quiere curarnos, pero antes debemos dejarnos tocar por él. Juan Pablo
II llamaba a la confesión, la caricia de la misericordia. ¡Qué hermosa definición! La caricia
es una expresión de cariño, de ternura, de amor, de consuelo. A Dios lo experimentamos
sensiblemente en la confesión humilde y sincera de nuestros pecados.
Dios sale a nuestro encuentro a través de la ciencia, de la fe, de las experiencias humanas y
en lo íntimo de nuestro corazón, por eso, hay que dejarse quemar para alumbrar, dejarse
querer para aprender amar, dejarse conquistar para triunfar.
twitter.com/jmotaolaurruchi