VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
La misericordia liberadora de Jesús
La curación del leproso por parte de Jesús es un signo revelador de la cercanía del
Reino de Dios que él ha anunciado e inaugurado (Mc 1,39-45). La enfermedad
maldita de la lepra era motivo de exclusión de la comunidad israelita por razones de
impureza y de prevención de su transmisión. Así aparece legislada la actuación con
los enfermos de lepra en el libro bíblico del Levítico (Lv 13) y así fue desarrollada
posteriormente en las legislaciones rabínicas de la Misná. El leproso era, de hecho,
como un muerto en vida.
En ese contexto social y religioso de exclusión de los enfermos de lepra por razones
de seguridad y de prevención, interviene Jesús de manera provocadora. Un leproso
no podía acercarse a nadie y todo lo que tocaba quedaba impuro. Por eso tenía que
vivir fuera de los poblados y advertir de su presencia por dondequiera que pasaba.
En cambio para Jesús el leproso es, sobre todo, un marginado y excluido de la
comunidad que necesita ayuda. El amor de Jesús hacia el leproso le conmociona
profundamente, le remueve sus entrañas de misericordia. Entonces extiende su
mano, lo toca y le devuelve la salud. Sin embargo más importante incluso que la
recuperación de la salud fue la recuperación de la dignidad como persona liberada
de la marginación a la que estaba sometido por la legislación vigente. El que había
sido leproso quedó limpio y reincorporado a la sociedad.
Jesús desobedeció la ley y quebrantó todas las medidas preventivas. La reacción de
Jesús merece gran atención. En vez de temer al contagio y a contaminarse con la
impureza del leproso, él sintió una gran convulsión interior al ver el sufrimiento
cruel del enfermo marginado. En lugar de velar por su propia seguridad y de
protegerse ante la presencia de una supuesta amenaza a la salud pública y al
control social de la misma, Jesús se mueve en otro sentido y tiende su mano al
excluido. Había visto en el leproso al ser humano sufriente, indigente y necesitado
de ayuda, maltratado y oprimido por la ley. La intervención de Jesús es digna de
admiración en toda su extensión. Tan admirable como el efecto de la curación es la
acción sorprendente y extraordinaria de tocar al leproso. El prodigio de Jesús ha
consistido en romper con una ley de exclusión y marginación del ser humano y
saltarse las medidas preventivas de seguridad para poner al necesitado en el centro
de mira de su amor. Tal actuación de Jesús es una señal inequívoca de la cercanía
del Reino de Dios a este mundo. Por aquí va el cambio de mentalidad que el
evangelio reclama.
Esa nueva mentalidad es la que deriva de la misericordia entrañable y compasiva
de Jesús, que como tantas veces en los evangelios, va desvelando el amor de Dios
en él y su concentración en los últimos de la sociedad, en los marginados y en los
pobres. El Evangelio expresa ese amor con un término específico como primera
reacción de Jesús ante un marginado: Conmocionarse. En algunas traducciones se
pueden perder algunos matices, pues no sólo se trata sólo de la emoción pasajera
de conmoverse, ni de un mero sentimiento de lástima o pena, ni sólo de una actitud
interior de compasión hacia otro, sino de todo un movimiento espiritual personal,
interior y físico que impulsa desde el amor más profundo y desde la indignación por
el mal que aniquila a la persona a la acción curativa de la enfermedad y liberadora
de la marginación. Splanjnizomai es un verbo griego que implica un movimiento
intenso, corporal, íntimo, desde las entraas, como cuando decimos “me da un
vuelco el corazn”. Es un amor que nace de las vísceras y es apasionado. Pero es
un amor que afecta a toda la persona y la pone en movimiento hacia la persona
amada. Es un amor profundamente espiritual, puesto que pone en marcha al ser
humano para que pueda atender con la fuerza del espíritu la miseria humana
presente en el prójimo. Y es un amor que se verifica en múltiples acciones que
nacen del corazón.
Ese tipo de amor rompe todas las barreras con tal de atender a la persona sumida
en la miseria. Tocar al leproso es romper con la barrera de lo puro y lo impuro. Ese
mismo verbo lo encontramos en las parábolas del hijo pródigo, donde el padre viejo
rompe la barrera de la limitación física hasta salir corriendo hacia su hijo, y también
en la del prójimo samaritano, donde éste rompe las barreras de las diferencias
étnicas, nacionales y religiosas. Lo mismo ocurre en la reacción de Jesús ante la
multitud hambrienta y ante la multitud abandonada como ovejas sin pastor, cuando
Jesús desborda lo imaginable superando por amor las leyes de la naturaleza y
capacitando a los suyos para llevar a cabo el milagro sorprendente y maravilloso
del pan compartido que sacia a todos. Ese mismo amor es el protagonista en el
corazón de Jesús, que muestra la misericordia entrañable y liberadora de Dios,
curando y restableciendo a la vida y a la sociedad al leproso marginado.
Hagamos nosotros lo mismo que Jesús ante cualquier tipo de marginación de
nuestros hermanos y seamos capaces de romper todo tipo de barreras, también las
de las ideas, para poder afrontar la situación crítica de un mundo en el que los
marginados, sumidos en las miserias de la desigualdad y de la injusticia, del
hambre y de tantas otras barbaries, constituyen la inmensa mayoría de los seres
humanos.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura