VI Semana del Tiempo Ordinario. (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO
a.- Lev. 13, 1-2. 44-46: El leproso vivirá solo y fuera de la ciudad.
La primera lectura trata de las normas para los leprosos respecto, no de la persona,
sino de la impureza, para participar en el culto. No se mira al leproso como
enfermo, como persona, sino desde la perspectiva religiosa y ética. Se mira cuidar
la comunidad, alejando al leproso, porque esta última debe estar pura a la hora del
culto divino, porque ese tipo de enfermedades dañan la integridad corporal,
cualidad necesaria para poder participar en el homenaje que se rinde a Yahvé.
Hablamos entonces de la pureza e impureza legal. El mal, se une a la culpa, de
forma que es difícil, separar ambas realidades, por lo que se puede considerar la
enfermedad, como un castigo de Dios. El sacerdote, es quien declaraba si la
persona estaba enferma o sana, y decretaba el tiempo de aislamiento del resto de
la comunidad. El leproso debía darse a conocer como tal, con signos externos con
tal, de no contaminar con su enfermedad y la impureza que conlleva (cfr. Ez. 24,
17. 22; Lv. 10,6). Estas medidas parecen buenas para la comunidad, pero olvidan
la condición del enfermo. A la luz del NT., hoy no se identifica la enfermedad con la
culpa, ni con la impureza cultual, ni tampoco se exige la integridad personal, para
ser parte de la comunidad santa y pura para rendir culto a Dios. Jesús despejó
todas estas dudas, favoreciendo en todo al enfermo, devolviéndole la salud del
cuerpo, y la fe y el amor, para salud del alma. Vemos entonces una desproporción
entre el interés por la comunidad que celebra, y la persona individual.
b.- 1Cor. 10, 31- 11,1: Seguid mi ejemplo como yo sigo el de Cristo.
El texto del apóstol Pablo, es la conclusión sobre el tema de la participación en los
banquetes sagrados de los cultos paganos y la participación en la Eucaristía. Invita
a sus fieles a seguir su ejemplo y se entrega a la obra de la evangelización de
judíos y griegos, dando a conocer el misterio de Cristo, a todos para que se salven.
“Lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi
propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven” (v.33). Lo que pretende el
apóstol, es que una vez que han ingresado a la comunidad eclesial, dejen atrás las
costumbres paganas, en concreto la idolatría y participación en los sacrificios a los
ídolos que crean comunión con las divinidades. Sólo a Dios se le rinde culto, sólo ÉL
es digno de adoración, y la Eucaristía, es el momento oportuno para ello, y no
perderse en costumbres ya caducas. El proceso de la evangelización, no se detiene
por comidas o bebidas, lo importante es que Cristo sea predicado para llevar la
salvación a todos los que la quieran escuchar y acoger en su vida.
c.- Mc. 1, 40-45: Le desapareció la lepra y quedó limpio.
El evangelio nos narra la curación de un leproso. Luego de recorrer toda la Galilea,
Jesús va al desierto, y viene hacia Él un leproso, lugar habitado por este tipo de
enfermos. Lleva un mensaje de vida y de obras, hecho de palabras nuevas y
acciones prodigiosas. El leproso expresa su mundo interior con su actitud humilde
de ponerse rodillas y una propuesta en sus palabras. Su actitud manifiesta un gran
respeto por Jesús, y una delicada sensibilidad porque en su oración encontramos
un: “Si quieres” (v.40), lo que deja en manos de Jesús y de su infinita libertad de
acción. Marcos destaca los gestos que relata: le leproso se acerca y toca a Jesús,
cosa inaudita contra lo establecido por la Ley (Lv.13-14). El leproso no era sólo un
enfermo sino que según la ley era un inmundo, impuro, “primogénito de muerte”
(Jb.18,13). Era el impuro por excelencia, lo que se extendía a la dimensión social,
religiosa, familiar y personal. Si bien la ley procuraba un estilo de vida, segregaba,
dividía, separaba a estos enfermos, creando para ellos un estado de muerte. La
actitud de Jesús también es extraña por que se deja tocar, habla con el leproso;
extraño para los hombres que le acompañan, contrario a las leyes establecidas.
Pero, “compadecido” o “encolerizado” (v. 41), es la expresión más que de un
sentimiento, es la participación en el dolor del leproso. Es la manifestación casi de
un amor materno profundo (cfr. Is.49,15). Pero un sentimiento de compasión y de
ira; de compasión por el sufrimiento de esa gente y de ira, no con el enfermo, sino
por la marginalidad en que vivía, impuesta por la Ley.
Compadecido, Jesús se acerca y toca al leproso, cosa prohibida, y al contemplarlo
en este estado no tolera el sufrimiento, al saber cómo lo ama Dios. Acerca dos
mundos que estaban separados por la ley; Jesús hace caer los muros de la
exclusión, suprime los prejuicios, caen las fronteras, estableciendo así un nuevo
modo de relacionarse de los hombres. Jesús comunica la Vida, trae consigo la Vida
de Dios para el hombre, toca con sus manos poderosas y germina la vida para el
leproso. Brota la alegría y el reconocimiento de los hombres, Jesús le manda a los
sacerdotes del Templo para certifiquen su sanación y readmitirlo a la sociedad, a la
familia, a la sinagoga, en definitiva volvía a ser hombre (cfr. Lev.13, 49).
Seguramente los sacerdotes habrán preguntado quién lo sanó, era el tiempo nuevo
del Mesías, y comprendido que Jesús estaba presente y obrando estos prodigios.
Ese es el sentido del testimonio que Jesús quiere que tengan desde ahora presente
en sus vidas (v. 44). El silencio que Jesús le pide al leproso tiene por fin evitar que
las gentes vengan a ÉL sólo para obtener favores materiales. Por otra parte, este
silencio es un poco imposible cumplirlo por la inmensa alegría y gozo que invadió el
alma del hombre ahora sano; es el gozo en el Espíritu que experimentan los pobres
al contacto con las palabras y obras de Jesús Salvador. Esto permite comprender
que ÉL quería un encuentro salvador con el leproso más que una simple curación,
con lo cual nos enseña que para ser salvos debemos encontrarle personalmente y
dispuestos a seguirle.
La lección que nos da el ex leproso es a ser solidarios con los leprosos de nuestro
tiempo, drogadictos, alcohólicos, depresivos, enfermos psíquicos y espirituales, etc.
Como Jesús que rompe la segregación debemos continuar caminando hacia estos
enfermos con una actitud compasiva, acercamiento físico que denota la intención
de participar del dolor que los aflige. Sus pies y sus manos se acercaron al leproso,
hoy se vale de nuestros pies y manos para acercarse y seguir sanando a los
enfermos, creando puentes de comunión para ir en su ayuda. Jesús, sigue sanando
hoy, por medio de las diversas pastorales, que hace ver al hombre caído de hoy
que no es rechazado por Dios por su estado actual, sino que es imagen de Dios,
porque Jesús se identifica con ellos, llamados a la santidad. Pero esto hay que
decirlo desde la propia experiencia de sanación que el Señor ha hecho en cada uno
de los que le siguen desde hace tiempo en la propia vida. El milagro se produce
cuando compasivos y atentos nos acercamos a los leprosos de nuestro tiempo, el
resto lo hace el Señor Jesús. Estas lecturas, nos invitan a ser solidarios, con los que
sufren, como signo que el Reino de Dios ha llegado a nuestra vida, y el dolor y el
sufrimiento humano deben ser visto desde la perspectiva nueva de la fe. Para todos
ellos, Jesús tiene una palabra de esperanza y amor renovado, pues los quiere tocar
con su mano poderosa, y devolverles la salud física y espiritual, con el don de su
Espíritu sanador. Él nos toca y nos sana, es fundamental para nosotros mantener el
contacto con Jesús por medio de su Palabra, la Eucaristía en que nos da el Pan de
vida para el mundo y la oración. Una vez sanados, tarea nuestra como discípulos
empeñados en el apostolado activo, pregonar estas maravillas a todos. Dios Padre
nos toca con su mano, el toque es el Hijo, el Espíritu nos comunica el amor de
ambos, dando vida enseña San Juan de la Cruz cuando enseña: “¡Oh cauterio
suave!/ ¡Oh regalada llaga!/ ¡Oh mano blanda!/ ¡Oh toque delicado./ que a vida
eterna sabe, / y toda deuda paga!;/ matando, muerte en vida has trocado” (Llama
de amor viva, n.2).
Santa Teresa de Jesús, en la primera morada de su Castillo Interior, explica que el
alma sin oración es como un tullido que no puede caminar. Necesita que lo toque
Jesús, que le devuelva la salud espiritual. Si al leproso le valió su oración, también
valdrá la nuestra si hecha con fe. “Decíame, poco ha, un gran letrado que son las
almas que no tienen oración como un cuerpo con perlesía o tullido que, aunque
tiene pies y manos, no los puede mandar, que así son: que hay almas tan enfermas
y mostradas a estarse en cosas exteriores que no hay remedio ni parece que
pueden entrar dentro de sí, porque ya la costumbre la tiene tal de haber siempre
tratado con las sabandijas y bestias que están en el cerco del castillo que ya casi
está hecha como ellas; y con ser de natural tan rica y poder tener su conversación
no menos que con Dios, no hay remedio. Y, si estas almas no procuran entender y
remediar su gran miseria, quedarse han hecha estatuas de sal por no volver la
cabeza hacia sí, así como lo quedó la mujer de Lot por volverla (Gn 19,26). Porque,
cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y
consideración, no digo más mental que vocal; que, como sea oración, ha de ser con
consideración; porque la que no advierte con quien habla y lo que pide y quién es
quien pide y a quién, no la llamo yo oración aunque mucho menee los labios:
porque aunque algunas veces sí será, aunque no lleve este cuidado, mas es
habiéndole llevado otras. Pareceros ha, hijas, que es esto impertinente, pues por la
bondad del Señor no sois de éstas. Habéis de tener paciencia, porque no sabré dar
a entender, como yo tengo entendido, algunas cosas interiores de oración, si no es
así; y aun plega al Señor que atine a decir algo, porque es bien dificultoso lo que
querría daros a entender, si no hay experiencia; si la hay, veréis que no se puede
hacer menos de tocar en lo que, plega al Señor, no nos toque por su misericordia.”
(1Moradas, 1,6-7. 9).