Domingo Séptimo del Tiempo Ordinario B
“Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”
Los tres evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas, narran la escena del paralítico que es
llevado entre cuatro para que lo curara Jesús. Esta coincidencia está indicando la
importancia que tenía este episodio en las primeras comunidades cristianas.
Los relatos evangélicos no pretenden describir con detalle las curaciones que hacía
Jesús. Les interesaba más destacar diversos aspectos para ayudar a sus lectores a
reavivar su fe en Jesús como fuente de vida más humana. Así hemos de
acercarnos, también, nosotros a los relatos evangélicos.
El paralítico no puede moverse, o se mueve con mucha dificultad. Es una figura
totalmente pasiva, anclada en una situación que le impide actuar, avanzar. Por el
contrario los cuatro hombres que llevan la camilla son prototipo de vida, entrega y
actividad. Le llevan a Jesús superando todas las barreras y dificultades que
impedían acercarlo al Maestro.
El encuentro con Jesús, desde la fe y la confianza, se resume en estas dos
palabras: “Tus pecados quedan perdonados”. “Levántate y echa a andar”. Jesús le
devuelve la paz interior y fuerza para caminar. Lo pone de pie, rescatándolo del mal
que lo tenía anulado, le infunde vigor y seguridad para seguir viviendo. Admirados,
todos alababan a Dios: “Nunca hemos visto una cosa igual”.
La curación, como milagro que es, aparece además como signo al servicio del
mensaje: Jesús tiene poder de perdonar pecados. El viene a salvar a todo el
hombre, y aprovecha la ocasión que le brindan aquellos hombres que le traen al
paralítico para mostrar a los que le rodeaban la amplitud de su poder y la totalidad
de su misión. El perdonar los pecados es potestad reservada a Dios: “¿Quién puede
perdonar pecados fuera de Dios?” Perdonando los pecados, Jesús se revela como
Dios.
El perdón del pecado está muy presente en el mensaje de Jesús. Perdonar es
acoger, salvar, rehacer, curar, integrar en la comunidad. Encontrarse con uno
mismo, con la realidad limitada y pequeña, pero también con Dios que nos abraza
con su misericordia.
Hemos de reconocer que todos estamos un poco o un bastante paralíticos en la
sociedad, en la Iglesia y en la vida personal. En la sociedad, porque ante
situaciones injustas y de crisis, donde tanta gente lo está pasando mal o muy mal,
lo comentamos, nos quejamos, pero ¿qué hacemos para cambiarlo? Muchas veces
en la Iglesia lamentamos que los jóvenes pierden la fe, que los mayores no la
viven; que los obispos, que los curas…. Nos quedamos en cuatro devociones y
prácticas piadosas que no nos llevan a ir por el camino abierto por Jesús. ¿Hacemos
algo además de lamentarnos? ¿No estamos también paralíticos? En la vida
personal, como cristianos, nos hemos quedado con el “traje” de la Primera
Comunión, y nos conformamos con ello. Buscamos excusas, pero en la realidad lo
que sucede es que casi nada hacemos para cambiar, para mejorar, para que la fe,
de verdad, tenga una presencia en la vida. También, en nuestra vida personal,
somos muchas veces como paralíticos.
Los cuatro que llevaban al paralítico, movidos por la compasión y la fe en Jesús, es
una ayuda a la parálisis del enfermo. Hay muchos que viven con responsabilidad,
entusiasmo y con una fe contagiosa. Pueden ser un buen estímulo para acercarnos
a Jesús motivados por su testimonio y entrega. Encontraremos a Jesús
acercándonos con fe a El en la oración, en los sacramentos, en la Palabra, en la
Comunidad, en el hermano y en el necesitado. Así sentiremos su fuerza
transformadora que cura nuestra parálisis animándonos a seguir en la vida con
nueva ilusión: “Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”. A los tuyos, a tu
quehacer cotidiano y a los demás, para que con el testimonio de una fe personal y
viva, encuentren el camino hacia Jesús.
Joaquin Obando Carvajal