Ciclo B. VII Domingo del Tiempo Ordinario B
Julio Suescun, C.M.
Tus pecados quedan perdonados
El evangelista San Marcos sigue presentándonos a Jesús, en Galilea, para que sus
lectores podamos responder a esta pregunta que hemos oído repetir de labios de
los oyentes de Jesús: ¿Quién es éste? Hoy nos presenta a Jesús como el perdón de
Dios que llega a los hombres que acuden a él con fe. Pero no todos aceptan las
enseñanzas y a las obras de Jesús como venidas de Dios. Son los escribas y
fariseos. Ellos van a intervenir en una serie de signos, realizados por Jesús en
distintos tiempos y lugares, que el evangelista reúne aquí por exigencias de
redacción. No parece que su intención sea condenarlos, sino más bien advertirnos
a sus lectores que desde prejuicios semejantes a los de los fariseos y escribas, es
imposible llegar a conocer quién es Jesús.
El primero de estos signos se coloca en Cafarnaúm, pero ya no en la sinagoga.
Terminada la gira misionera, Jesús volvió a casa. Y a penas se supo, acudió la
gente en tropel, hasta el punto de que no cabían ni a la puerta. El ansia de curación
y la fe en Jesús impulsó a un grupo de creyentes a una curiosa estrategia: pusieron
a un amigo paralítico en una camilla y retirando unas losas del tejado de la casa
donde estaba Jesús, descolgaron la camilla, le colocaron al paralítico delante. Jesús
reconoce la fe que tienen y dice directamente al paralítico: Tus pecados quedan
perdonados. Unos escribas, que habían acudido pronto y habían copado los
primeros asientos, para observarlo todo cuidadosamente, reaccionan para sus
adentros desde sus prejuicios teológicos. Sólo Dios puede perdonar los pecados,
por lo tanto si Jesús se atribuye este poder, está blasfemando. La conclusión de su
argumento podría haber sido otra: Si sólo Dios puede perdonar los pecados y Jesús
los perdona, es que Jesús es Dios. Ahora hace falta demostrar que Jesús puede
perdonar los pecados. Para ello, Jesús apela al poder de su palabra. Si cuando dice
levántate y anda, el paralítico se pone en pie y camina, también cuando dice tus
pecados quedan perdonados, sucede lo que dice. El paralítico plegando su camilla y
saliendo a la vista de todos, los dejó atónitos y daban gloria a Dios diciendo: Nunca
hemos visto cosa igual.
Estos escribas, aun presenciando lo que hace Jesús, no creen en él, porque están
seguros de saberlo todo sobre Dios. Como los fariseos, también ellos eran hombres
religiosos, cumplidores escrupulosos de la legalidad, pero intolerantes con cualquier
interpretación de la ley, distinta a la suya. Creen tener un conocimiento tan
absoluto de Dios, que ni Dios mismo puede obrar de manera distinta a como ellos
piensan. Su fidelidad a la ley no está basada en el amor, sino en la preocupación
por la exactitud de su “cumplimiento” con lo que piensan tener derecho a que Dios
se lo pague. No admiten que el premio no es conquista del hombre, sino don y
gracia de Dios, fruto de su amor. La suya es una fidelidad sin alma, sin amor. De
ahí la multiplicación de la casuística para poder cumplir la ley, haciendo su propia
voluntad, incluso contra la voluntad manifiesta de Dios.
La fe cristiana admite un Dios que tiene la capacidad de sorprendernos, de dejarnos
atónitos con lo que hace, porque su ser es infinitamente mayor que nuestro
conocimiento de él. Jesús, sus palabras y sus obras siguen causando en nosotros
una gozosa sorpresa. La Iglesia vive y celebra esta fe sorprendente en Dios, en el
sacramento del perdón. En él Dios, por el ministerio de los sacerdotes, sigue
perdonando los pecados. Basta acercarse a él con fe.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)