Domingo VII Ordinario del ciclo B.
Jesús, Dios verdadero, y Hombre admirable.
Meditación de MC. 2, 1-3, 6.
Introducción.
Jesús se atraía muchas dificultades con una facilidad asombrosa. El Señor
siempre fue muy consecuente con su forma de proceder, pero tenía muchos
problemas, porque no padecía de "excusitis", ya que decía lo que creía que debía
decir, y hacía lo que debía hacer. El Mesías no quería engañar a nadie ni mentirse a
sí mismo imitando a quienes disimulan su miedo y pereza, en aquellas ocasiones en
que ven que pueden enredarse en dificultades, hasta el punto de poner en peligro
su vida.
Jesús sabía mejor que nadie que, cuando le llegara la hora de entregar su vida
para redimir a la humanidad, Nuestro Santo Padre recompensaría su actitud
heroica, aunque también tenía muy claro que no actuaba intentando sobornar a
nuestro Creador para ser premiado por ello, pues, el amor a Dios y a los hombres,
constituían la fuerza que le impulsaba a llevar a cabo fielmente el cumplimiento de
la voluntad de Nuestro Santo Padre.
Antes de meditar el Evangelio correspondiente a la Eucaristía que estamos
celebrando (MC. 2, 1-12), recordemos algunos textos que hemos meditado durante
las últimas semanas, para comprender mejor la forma de pensar y proceder de
Nuestro Salvador.
El mensaje predicado por Nuestro Señor, consistía en el hecho de inculcarles a
sus oyentes que este mundo en que se mezclan el gozo y el dolor no es nuestra
patria definitiva. Vivimos de paso en un mundo destinado a convertirse en el Reino
de Dios, y, aunque no sabemos cuánto tiempo falta para que acontezca este
portentoso hecho, debemos vivir como si estuviera a punto de suceder, porque,
para que seamos habitantes del citado Reino divino, necesitamos ser plenamente
purificados de nuestras imperfecciones, y tenemos que aprender a imitar a Jesús.
Esta es la razón por la que San Pablo les escribió a los cristianos de Éfeso:
"Sois hijos amados de Dios. Procurad pareceros a él y haced del amor norma de
vuestra vida, pues también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros
como ofrenda y sacrificio que Dios recibe con agrado" (EF. 5, 1-2).
Jesús empezó a predicar el Evangelio, en estos términos:
"-El tiempo ha llegado y el reino de Dios ya está cerca. Convertíos y creed en el
mensaje de salvación" (CF. MC. 1, 15).
Aunque Jesús podría haberse valido de su poder divino para llevar a cabo su
misión, quiso inmiscuirnos en la misma a sus seguidores, con el fin de que la
continuáramos, a partir del día en que aconteció su Ascensión al cielo. En los
Evangelios se nos relata cómo los Apóstoles, a pesar de sus defectos, se
sometieron al cumplimiento de la voluntad de Dios, lo cual se refleja de una forma
especial en los Hechos de los Apóstoles. Sigamos el ejemplo que los Apóstoles de
Nuestro Señor nos dejaron, a la hora de dejarse purificar y convertirse a Nuestro
Salvador.
Andrés, Pedro, Juan y Santiago, fueron llamados por el Hijo de María, para que se
convirtieran en pescadores de hombres (MC. 1, 16-20). Aunque todos los cristianos
no vivimos exclusivamente para predicar el Evangelio, se nos ha concedido el
privilegio de ser ejemplos de fe a imitar en nuestro entorno familiar y social, no
sólo por causa de la predicación del Evangelio, pues también debemos ser dignos
de ser imitados, a la hora de hacer el bien.
Jesús tenía muy claro el mensaje que debía predicar, y por eso no se arredraba
cuando sus adversarios lo acechaban. Esta es la razón por la que san Marcos nos
dice en su Evangelio:
"Todos quedaban impresionados por sus enseñanzas, porque les enseñaba con
verdadera autoridad y no como sus maestros de la Ley" (MC. 1, 22).
Los escribas -o maestros de la Ley-, se jactaban porque se sabían muchos
versículos del Antiguo Testamento, y presumían porque sus discursos no eran de su
propia cosecha, sino que se los aprendían de memoria, de boca de sus instructores
religiosos.
¿Somos nosotros cristianos conocedores de la Biblia, el Derecho Canónico, las
Encíclicas papales y el Catecismo de nuestra Santa Madre la Iglesia, y, a pesar de
ello, no somos buenos ejemplos a imitar, porque no ejercitamos la caridad, con
nuestros prójimos los hombres?
¿Somos capaces de predicar el Evangelio de tal manera que quienes nos oyen
sienten el deseo de hacerse cristianos?
¿Saben quienes nos ven hacer el bien que actuamos movidos por la fe que
profesamos, y por amor a Dios y a nuestros prójimos los hombres?
Jesús expulsaba de los hombres a los demonios que impedían que los mismos
pudieran alcanzar la plenitud de la felicidad (MC. 1, 23-27, 32-34), porque tales
espíritus satánicos son sus enemigos, y curaba a los enfermos, porque, la
recuperación de la salud de los tales, es un signo evidente de la completa
instauración del Reino de Dios entre nosotros (MC. 1, 29-35, 40-45).
El Domingo VI Ordinario, al recordar la curación del leproso (MC. 1, 40-45),
vimos que Jesús no sólo vino a predicar el Evangelio, a expulsar demonios de los
hombres y a sanar a los enfermos, pues su misión también consistía en ocupar el
lugar de los más marginados de la sociedad, para, a partir de la nada de la
humanidad, hacer de este mundo el Reino de Dios. Cuando el Señor tocó al leproso
(MC. 1, 41), Jesús hubo de esconderse (MC. 1, 45), porque, al transgredir la ley
que impedía mantener contacto con los leprosos, se excluyó a sí mismo de la
sociedad automáticamente. San Marcos nos dice que la gente le buscaba donde se
escondía (MC. 1, 45), pero, dado que se le trataba como excluido del mundo de los
humanos, es probable que, quienes iban a su encuentro en aquel tiempo, fueran
marginados que, como el citado leproso, necesitaran que el Mesías los fortaleciera,
para que se les volviera a aceptar en la sociedad nuevamente.
Jesús nos enseñó, al curar al leproso, que todos somos iguales ante Dios,
independientemente del estado social al que pertenezcamos.
Durante los próximos Domingos, deberíamos seguir meditando el Evangelio de
San Marcos, pero, dado que el próximo Miércoles empezamos a vivir la Cuaresma,
no nos será posible seguir esta serie de meditaciones, por lo cuál vamos a meditar
brevemente MC. 2, 1-3, 6, pues, si en el capítulo uno de su Evangelio San Marcos
nos describió las señales características de la proximidad del Reino de dios a
nosotros, en los textos que vamos a considerar, veremos cómo, al no igualarse la
doctrina de Nuestro Salvador a la enseñanza de los fariseos, estos se confabularon
con los herodianos, -a pesar de que no mantenían muy buenas relaciones-, para
eliminarlo lo antes posible (MC. 3, 6).
1. Jesús, por ser Dios, puede curar a los enfermos, y perdonar nuestros pecados.
Meditación de MC. 2, 1-12.
"Algunos días después, Jesús regresó a Cafarnaún. En cuanto se supo en la
ciudad que él había vuelto a casa, se reunió tanta gente, que no quedaba sitio ni
siquiera ante la puerta. Y Jesús les anunciaba el mensaje de salvación" (MC. 2, 1-
2).
¿Se decidieron a creer en el Evangelio todos los curiosos que se amontonaron
dentro y fuera de la casa en que Jesús se hospedaba?
¿Somos cristianos practicantes todos los que asistimos a las celebraciones
eucarísticas los Domingos y demás días festivos?
Jesús, sabiendo que no todos los que lo escuchaban serían sus seguidores, no
dejaba de predicarles, con tal de intentar convertir a algunos de ellos al Evangelio.
Quizá nos desanimamos cuando tenemos la oportunidad de predicar el Evangelio en
nuestro entorno familiar y social, y evitamos hacerlo, por miedo a que nuestras
creencias sean rechazadas. Si nos sucede esto, ello significa que tenemos una fe
muy débil.
¿Pensamos que nadie se burló de Jesús durante los años que se prolongó el
Ministerio público de Nuestro Salvador?
¿Hemos olvidado cómo se burlaron de Nuestro Salvador los soldados que lo
azotaron antes de que fuera crucificado?
"Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y
reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un
manto de púrpura; y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su
cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le
hacían burla diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!»; y después de escupirle,
cogieron la caña y le golpeaban en la cabeza" (MT. 27, 27-30).
"Le trajeron entonces, entre cuatro, un paralítico" (MC. 2, 3).
El hecho de que el paralítico estuviera en una camilla, hace suponer que estaba
acostumbrado a pasar mucho tiempo solo, pues los palestinos eran muy proclives a
marginar a los enfermos, culpándolos de padecer las enfermedades que los
caracterizaban, por causa de los supuestos pecados cometidos, ora por ellos, ora
por sus antepasados. Recordemos que, por ejemplo, los cojos, tenían prohibido
participar en el culto religioso, lo cual era un importante motivo de exclusión social.
Jesús no creía que las enfermedades estaban relacionadas con la comisión de
pecados, así pues, recordemos el siguiente extracto del inicio de la curación del
ciego de nacimiento, que podemos leer en JN. 9.
"De camino, Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le
preguntaron: -Maestro, ¿por qué ha nacido ciego este hombre? ¿Quién tiene la
culpa, sus propios pecados o los de sus padres? Jesús respondió: -Ni sus propios
pecados ni los de sus padres tienen la culpa; nació así para que el poder de Dios
resplandezca en él" (JN. 9, 1-3).
Los hebreos estaban tan obsesionados con la exigencia que Dios nos hace de que
nos dejemos purificar del pecado para merecer estar en su presencia, que, a
quienes ejercían el sacerdocio, les exigían que no padeciesen ninguna enfermedad,
y, en el caso de que la contrajeran durante su ministerio religioso, podían comer de
los productos sacrificados al Señor, pero debían abstenerse de ejercer su oficio,
porque, las enfermedades que padecían, los hacían indignos de participar en el
culto divino.
"Como a causa de la multitud no podían llegar a Jesús, levantaron un trozo del
techo por encima de donde él estaba y, a través de la abertura, bajaron la camilla
con el paralítico" (MC. 2, 4).
¿Habéis observado cómo cuando alguien quiere hacer algo que se estima
prácticamente imposible de lograr, la mayoría de quienes le rodean no cesan de
desanimarle?
No sabemos si el paralítico tenía fe en Jesús, pero está claro que sus portadores
sí la tenían. Es de suponer que la casa en que estaba el Señor era muy humilde, lo
cual indica que era fácil romper el techo, pero, si el dueño exigía que se le reparara
perfectamente, no era nada fácil evitar que, cuando lloviera, entrara agua en la
vivienda.
A pesar de la dificultad que podría entrañar la reparación de la abertura del
techo, los amigos del paralítico, sin estar acostumbrados a portar enfermos
probablemente, introdujeron al enfermo en la presencia del Señor, propinándole
varios golpes involuntariamente porque la abertura del techo estaría muy ajustada
a la anchura de la camilla, y haciendo que el pobre paralítico fuera objeto de
vergüenza al ser observado por la multitud, sobre todo, si estaba acostumbrado a
vivir aislado.
"Jesús, viendo la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: -Hijo, tus pecados
quedan perdonados" (MC. 2, 5).
Jesús sabía que las enfermedades no tenían por qué estar relacionadas con la
comisión de pecados, pero no ignoraba que, el pobre paralítico, si bien estaba
acostumbrado a su situación, había sido estigmatizado durante los años que se
prolongó su padecimiento, por el hecho de ser marginado por sus hermanos de
raza. Antes de curar físicamente al enfermo, Jesús quiso remediar su padecimiento
espiritual, porque el mismo sería como el dolor físico, o aún mayor.
Es posible que tanto el paralítico como sus portadores se decepcionaran cuando
Jesús le perdonó sus pecados al enfermo, porque la recepción del perdón es de
carácter psicológico, y el paralítico tenía necesidad de dejar de ser marginado
socialmente, y, si era verdad que Jesús hacía milagros tal como se decía del Señor,
necesitaba más la curación física, que saberse perdonado por Dios.
Cuando vivimos una situación difícil, y nos desesperamos porque no podemos
resolverla fácilmente, quizá nos impacientamos cuando se nos insta a confiar en
Dios, porque no comprendemos que, por causa de la espera que debemos vivir, El
quiere hacernos aprender algo importante para nosotros, que quizá tardaremos
años en descubrir.
Aunque nos cueste comprenderlo, todo lo que nos sucede en la vida, contiene
lecciones útiles para nuestro crecimiento personal.
"Había allí también unos maestros de la Ley, que pensaban para sí mismos: ¿Qué
dice éste? ¡Está blasfemando! ¡Solamente Dios puede perdonar pecados!" Jesús,
que al instante se dio cuenta de lo que estaban pensando, les preguntó: -¿Por qué
pensáis así? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados quedan
perdonados, o decirle: "Levántate, recoge tu camilla y anda?" Pues voy a
demostraros que el Hijo del hombre tiene autoridad para perdonar pecados en este
mundo. Se volvió al paralítico y le dijo: -A ti te digo: Levántate, recoge tu camilla y
vete a tu casa" (MC. 2, 6-11).
Mientras que Jesús tuvo compasión del enfermo, los escribas, -cuya pretensión
era echar por tierra el Ministerio de Nuestro Salvador-, lejos de preocuparse por el
paralítico, encontraron una excusa por la que actuar contra el Señor, porque solo
Dios se atribuyó el poder de perdonar pecados, porque a nadie ofende como a El el
pecado de los hombres, por causa de su divina perfección.
Jesús, siendo consciente de que no podía demostrar empíricamente que le había
perdonado los pecados al paralítico, se vio obligado a curarlo, porque, si le
restablecía la salud, para todos los presentes, -exceptuando a los escribas por su
terquedad-, sería evidente, que habría perdonado al recién sanado.
Si en el capítulo primero del Evangelio de San Marcos descubrimos las señales
características de la cercanía del Reino de Dios a nosotros (MC. 1, 14-45), en el
texto que estamos considerando, descubrimos que Jesús puede realizar dichas
señales perfectamente, porque es Dios. Esta es la razón por la que el ciego de
nacimiento les dijo a los fariseos, cuando los tales lo presionaron para que les
confesara que se había puesto de acuerdo con Jesús, para fingir su falsa curación:
"Todo el mundo sabe que Dios no escucha a los pecadores; en cambio, escucha a
todo aquel que le honra y cumple su voluntad" (JN. 9, 31).
Dios podía concederle el don de curar enfermedades a cualquiera de sus santos
siervos, pero, el poder de perdonar pecados, se lo había reservado a Sí mismo.
Jesús, -por ser Dios verdadero-, tiene poder para perdonar pecados, pues El es el
Hijo del hombre mencionado en la Profecía de Daniel.
"Yo seguía contemplando en las visiones de la noche:
Y he aquí que en las nubes del cielo venía
como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el Anciano
y fue llevado a su presencia.
A él se le dio imperio,
honor y reino,
y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron.
Su imperio es un imperio eterno,
que nunca pasará,
y su reino no será destruido jamás" (DN. 7, 13-14).
Dios Padre es representado como un anciano, porque, para los hebreos, la
ancianidad, era símbolo de sabiduría. Jesús es el Hijo del hombre, el Señor de los
señores, a quien Dios, después de su Ascensión al cielo, lo coronó como Rey de la
eternidad. Recordemos el siguiente texto de San Pablo:
"A pesar de su condición divina, Cristo Jesús no quiso hacer de ello ostentación.
Se despojó de su grandeza, tomó la condición de siervo y se hizo semejante a los
humanos. Más aún, hombre entre hombres, se rebajó a si mismo hasta morir por
obediencia y morir en una cruz. Por eso, Dios le exaltó sobre todo lo que existe y le
otorgó el más excelso de los nombres, para que todos los seres, en el cielo, en la
tierra y en los abismos, caigan de rodillas ante el nombre de Jesús, y todos
proclamen que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre" (FLP. 2, 6-11).
¿Qué hubiera sucedido si Jesús, después de haberse comprometido a curar al
paralítico, hubiera fallado?
En el Levítico, leemos:
"Y hablarás así a los israelitas: Cualquier hombre que maldiga a su Dios, cargará
con su pecado. Quien blasfeme el Nombre de Yahveh, será muerto; toda la
comunidad lo lapidará. Sea forastero o nativo, si blasfema el Nombre (de Dios),
morirá" (LV. 24, 15-16).
Si Jesús no hubiera podido curar al paralítico después de decir que iba a realizar
el citado milagro, los escribas hubieran podido denunciarlo para que fuera
apedreado, porque, según su mentalidad, al atribuirse el poder de perdonar
pecados, había blasfemado.
"Y él, delante de todos, se levantó, recogió su camilla y se fue. Todos los
presentes quedaron asombrados, y alabaron a Dios diciendo: -Nunca habíamos
visto cosa semejante" (MC. 2, 12).
Muchos fueron los testigos presenciales de la curación del paralítico, pero,
seguramente, fueron muy pocos, los que se hicieron discípulos de Jesús.
San Marcos nos muestra a un paralítico que no se resignó a vivir en su estado
en espera de la muerte. Nosotros no nos hemos convertido a Dios por iniciativa
propia, ha sido el Espíritu Santo quien nos ha movido a creer en nuestro Padre y
Dios. A pesar de lo dicho, Jesús necesita que le demos gracias por todo lo que nos
ha concedido, incluyendo aquellas cosas que son superfluas a nuestro parecer. De
igual manera, las personas que nos transmiten la Palabra de Dios, también
necesitan de nuestro agradecimiento, para no perder el ánimo, y así poder seguir
comunicándonos las verdades de nuestro Dios Uno y Trino.
Jesús es Dios, y tiene poder para perdonar pecados y curar enfermedades. Los
palestinos no concebían imagen alguna de Dios, así pues, ¿cómo podrían aceptar
que Jesús es Dios y Hombre? El pensamiento de los escribas que contemplaron
aquella escena, me recuerda a los cristianos que, negándose a dar a conocer a
Jesús, no cesan de buscarnos defectos a quienes no perdemos la ilusión de que
toda la humanidad se convierta al Señor.
El paralítico se levantó de su camilla, y se marchó ante la admiración de quienes
presenciaron aquel milagro.
¿Recibimos a Jesús Sacramentado para salir de la Iglesia haciendo el bien a todos
los hombres?
¿Tenemos las manos atrofiadas a la hora de concederles dádivas a nuestros
familiares?
2. La vocación de San Mateo.
Jesús, acusado de comer con gente de mala reputación.
Meditación de MC. 2, 13-17.
"Salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a él, y él les enseñaba.
Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice:
«Sígueme.» El se levantó y le siguió" (MC. 2, 13-14).
Al igual que los humildes habitantes de la región de Galilea seguían a Jesús,
nosotros debemos hacer lo propio, valiéndonos de la Liturgia de la Iglesia, la Biblia,
los documentos de la Iglesia, la asiduidad a la hora de orar, y todas las
oportunidades que tengamos de hacer el bien. No seamos como quienes seguían al
Señor por curiosidad, y no dieron el paso de convertirse al Evangelio.
Aunque el trabajo de la recaudación de impuestos estaba bien remunerado, los
recaudadores eran muy mal vistos en Palestina, por causa de su colaboración con
los dominadores romanos. Los palestinos estaban acostumbrados a pagar
impuestos para la realización de obras en el Templo de Jerusalén, pero odiaban
hacer lo propio, pensando que los romanos, además de tenerlos subyugados, se
iban a beneficiar de sus bienes.
Es probable que San Mateo siguiera a Jesús porque, aunque ganaba mucho
dinero, se sentía abandonado en un mundo cruel, caracterizado por la vivencia de
grandes dificultades.
La conversión al Evangelio supone para nosotros un gran cambio de vida.
¿Estamos dispuestos a adaptarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios como lo
hizo San Mateo, aunque tengamos que renunciar al trabajo que realizamos, y a
algunos hábitos?
"Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y
pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que
le seguían" (MC. 2, 15).
El mensaje de Nuestro Señor, y la posibilidad de vivir en familia por ser miembro
de la comunidad de creyentes de Jesús, causaron un impacto tan grande en Mateo,
que éste tomó la decisión de hacer una fiesta, con el doble propósito de
homenajear a Jesús para agradecerle el bien que le hizo, y de invitar a la misma a
todos sus conocidos, para darles la oportunidad de conocer al nuevo Profeta de
Nazareth.
¿Sentimos el deseo de compartir la fe que profesamos con nuestros familiares y
amigos?
¿Qué estamos haciendo para predicar el Evangelio, y/o para que, por medio de la
realización de nuestras obras, en el entorno social en que vivimos, se descubra
claramente, que actuamos impulsados por la fe cristiana, y el amor que sentimos,
para con Dios, y sus hijos los hombres?
Los publicanos de que se habla en el texto que estamos considerando, eran los
cobradores de impuestos imperiales. Tales cobradores de impuestos, y otros
palestinos que observaban conductas irreprobables por los fariseos, eran los
pecadores de quienes obtenemos información, en el texto que estamos
considerando.
Los fariseos eran conscientes de que Jesús no solo estaba rodeado de gente
maldita según su punto de vista, pues también estaba siendo observado por la
gente curiosa del pueblo, que, impacientemente, esperaba a ver en qué acababa el
atrevimiento del Señor y de sus amigos, de mezclarse con gente maldita de Dios.
Dado que los maestros de la Ley sabían que si se enfrentaban abiertamente con
Jesús, el Maestro refutaría sus argumentos con gran facilidad, tomaron la decisión
de intimidar a sus aún inexpertos discípulos desconocedores del Evangelio, a fin de
hacer que los tales huyeran avergonzados, para lograr que Jesús sufriera un gran
altibajo, en la realización de su obra evangelizadora, al constatar que se quedaba
solo.
"Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos,
decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?"
(MC. 2, 16).
Los escribas les preguntaron a los discípulos de Jesús:
¿Cómo es posible que vuestro Maestro se mezcle con la gente más vil y pecadora
de nuestro país?
¿Cómo podéis considerar que vuestro Maestro es un enviado de Dios, si osa
comer con los pecadores?
Quizá los discípulos de Jesús no sabían cómo deshacer aquel angustioso entuerto,
pero los escribas no parecían contar con el hecho de que, el mismo Jesús, defendió
a sus amigos, magistralmente.
"Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los
que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (MC. 2, 17).
Jesús les dijo a sus adversarios que no le necesitan quienes creen que tienen
asegurada la salvación porque son hijos predilectos de Dios, sino los que no pierden
el tiempo presumiendo de su dignidad personal, porque son lo que Dios quiere que
sean, -es decir-, son hijos muy humildes del Dios Todopoderoso.
La segunda máxima que el Señor les dirigió a sus enemigos, debió exasperarlos,
y aumentar su deseo de asesinarlo, pues El no vino al mundo a reunir a quienes se
consideran santos por excelencia, sino a quienes, aunque son pecadores, reconocen
el mal que han hecho, y se muestran dispuestos a ser purificados y santificados,
independientemente de lo doloroso que sea el doble proceso, que culminará con su
salvación.
3. La cuestión del ayuno.
No llevemos a cabo prácticas religiosas cuyo sentido ignoramos, y seamos buenos
cristianos, evangelizando y haciendo el bien, a la manera de Jesús, Nuestro
Hermano y Señor.
Meditación de MC. 2, 18-22.
"Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vienen y le dicen:
«¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan,
tus discípulos no ayunan?" Jesús les dijo: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la
boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden
ayunar. Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en
aquel día. Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de
otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un
desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo,
el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos:
sino que el vino nuevo, en pellejos nuevos" (MC. 2, 18-22).
Los discípulos de San Juan el Bautista y los seguidores de los escribas, estaban
ayunando. Dado que la fe de los fariseos se ejercitaba por la imitación de los
escribas, -los cuales actuaban imitando perfectamente a sus antiguos maestros-,
resultaba extraño y novedoso, el hecho de que Jesús no obligara a sus seguidores a
ayunar, para que imitaran las prácticas, tanto de los discípulos de Juan, como de
los seguidores de los fariseos.
Traslademos el relato evangélico a nuestros días. Imaginemos que en un
supuesto retiro de Semana Santa que se lleva a cabo en una casa de espiritualidad,
en el que participan cien cristianos, la mayoría de los mismos ayuna el Viernes
Santo en conformidad con la tradición católica, y uno se niega a seguir dicha
práctica, porque piensa que es más productivo el hecho de hacer el bien, que el
ayunar. ¿Podría ser comprendido el citado cristiano por sus hermanos, o los tales le
verían como un transgresor de los Mandamientos de la Iglesia?
Jesús, sabiendo que nuestra relación con Dios es equiparada a un banquete de
bodas, les dijo a sus adversarios que, mientras el novio esté con los invitados, es
imposible que los mismos ayunen. ¿Qué significan tales palabras de Nuestro
Salvador?
Mientras Jesús estuvo con sus amigos, no quiso someterlos al ayuno, porque, a
partir de que El fuera ascendido al cielo, empezaría el tiempo de las privaciones
para sus creyentes. Jesús, -el novio de la parábola que estamos considerando-, se
iría al cielo, y, los invitados a la boda de la instauración del Reino de Dios en el
mundo, tendrían que pasar muchas penalidades, mientras esperaran el retorno de
su Salvador, que acontecerá al final de los tiempos.
Jesús les enseñó a sus seguidores una doctrina nueva, de la que ellos tardaron
muchos años en comprender, que no era compatible con las antiguas prácticas
hebreas. Las palabras con que finaliza el relato que estamos considerando (MC. 20,
21-22), nos hacen comprender que, entre el Judaísmo y el Cristianismo, hay una
diferencia muy grande, lo cual indica que, ambas religiones, no son compatibles
entre sí, a modo de ejemplos, porque los judíos practicaban la circuncisión y los
cristianos el Bautismo, y porque los judíos no podían comer sangre, y los cristianos
paganos, -a pesar de la prohibición conciliar de Jerusalén-, terminaron por ignorar
su sumisión a la Ley mosaica, la cual no tenía más sentido, que el de contentar a
los judíos, que querían forzar a los paganos, a someterse a sus antiguas y
tradicionales prácticas.
¿Qué pensaron los escribas al ver la soltura con que Jesús se defendía en su
presencia?
Dado que el Señor curó enfermos y expulsó demonios, se arrogó el poder de
perdonar pecados, y al mismo tiempo se sentó a la mesa de los pecadores, sus
enemigos concluyeron que no actuaba por el poder que había recibido de Dios, sino
por el poder que le dio Beelzebub. Aunque no podían demostrar empíricamente
quién dotó de poder al Señor para que hiciera milagros, convenía a sus
pretensiones, hacer que la gente, creyera que el Mesías actuaba impulsado por el
Príncipe de los demonios, a fin de intentar que el público le aislara.
4. Jesús y sus discípulos fueron acusados de transgredir la Ley del descanso
sabático.
Meditación de MC. 2, 23-28.
"Y sucedió que un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos
empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por
qué hacen en sábado lo que no es lícito?" (MC. 2, 23-24).
No fue casual el hecho de que los fariseos sorprendieran a los discípulos de Jesús
cogiendo espigas en día de Shabbat, -el único día de la semana hebrea que tenía
nombre, pues los demás eran nombrados desde el primero hasta el sexto, y se
corresponden con los días que transcurren entre el Domingo y el Viernes actuales-,
pues, por causa de sus eternas controversias, no dejaban de espiar a Jesús, con tal
de encontrar un argumento válido, que los autorizara a asesinarlo.
¿Incumplieron los discípulos de Jesús alguna Ley bíblica al arrancar espigas?
En el Deuteronomio, leemos:
"Cuando entres en la mies de tu prójimo, podrás arrancar espigas con tu mano;
mas no aplicarás hoz a la mies de tu prójimo" (DT. 23, 25).
Los discípulos de Jesús no incumplieron ninguna Ley bíblica al arrancar espigas
con sus manos para comérselas, pero sí incumplieron la ley de los fariseos, los
cuales catalogaron treinta y nueve actividades que podían ser realizadas en días
festivos, con el doble propósito de que se le rindiera culto a Dios, y de que los
trabajadores se dedicaran a descansar, para utilizar todas sus fuerzas, para seguir
trabajando, durante los días laborales.
Jesús les dijo a sus enemigos que sus discípulos no hicieron mal alguno al
incumplir la ley de los fariseos, de la misma manera que David tampoco pecó, al
comer del pan que sólo estaba destinado a los sacerdotes de Dios, porque tanto sus
compañeros como él, tenían necesidad de saciar su hambre. Jesús no quiere que
cumplamos la Ley de Moisés al pie de la letra, sino que la interpretemos
sabiamente, y nos adaptemos a su cumplimiento de tal manera, que hagamos el
mayor bien posible.
"El les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y
los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en
tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a
los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?» Y les dijo:
«El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De
suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado"" (MC. 2, 25-28).
Jesús les dijo a sus enemigos que el hombre ha sido creado por Dios para que se
beneficie del trabajo y del cumplimiento de los preceptos religiosos, y que los
preceptos legales y religiosos deben beneficiar al hombre, y no esclavizarlo.
Las palabras del Señor enfadaron a los fariseos, porque ellos se aprovechaban del
pueblo sometiéndolo a la realización de sus intereses, pues ello les resultaba
económicamente rentable, tal como sucede con muchos líderes religiosos, los
cuales obtienen dinero de sus humildes seguidores.
Jesús terminó su discurso exasperando más a sus enemigos, pues les dijo que El,
-el Hijo del hombre mencionado en DN. 7, 13-14, según recordamos anteriormente,
al meditar MC. 2, 1-12-, por ser Dios, es el Señor de las leyes cívicas y religiosas.
5. Jesús curó la mano atrofiada de un hombre en Sábado.
Meditación de MC. 3, 1-6.
"Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano
paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle.
Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio.» Y les dice: «¿Es
lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?»
Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su
corazón, dice al hombre: «Extiende la mano.» El la extendió y quedó restablecida
su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra
él para ver cómo eliminarle" (MC. 3, 1-6).
Jesús interrogó a sus enemigos antes de curar al hombre de la mano atrofiada,
pero los tales se callaron, previendo que, la gente del pueblo, en su interior,
deseaba más la curación del enfermo, que la sumisión a sus antiguas leyes, pues
no habían catalogado la curación de enfermos, para que la misma fuera realizada
en día sabático.
6. Reflexión conclusiva.
En MC. 1, leemos el Bautismo del Señor que sigue a la predicación de San Juan el
Bautista (MC. 1, 1-11), y descubrimos las señales evidentes de la proximidad del
Reino de Dios a nosotros (MC. 1, 14-45).
En MC. 2, 1-3, 6, descubrimos que Jesús puede llevar a cabo las citadas señales
perfectamente, porque es Dios. Una muestra de este hecho, es el poder que tiene
de perdonar pecados (MC. 2, 5).
Al ser Dios, además de tener el poder de perdonar pecados, Jesús tiene el poder
de humanizar las prácticas religiosas de su pueblo, poniéndolas al servicio del
crecimiento espiritual de los creyentes, pues no quería que dichas prácticas
esclavizaran a sus hermanos de raza, tal como sucede con los cristianos que
celebran los Sacramentos, en parte por rutina, y en parte por miedo a que los
quemen en el infierno.
Una vez que Jesús diferenció su pensamiento y forma de actuar de las creencias
de los fariseos, estos se confabularon con los herodianos para asesinarlo (MC. 3, 6),
viendo que la gente seguía a Nuestro Señor, por los prodigios que hacía, y por la
sencillez de su estilo de vida.
Concluyamos esta meditación evangélica, pidiéndole a Dios, -nuestro Padre
común-, que nos conceda avanzar en el seguimiento de Cristo, de manera que
nunca creamos que nos hemos terminado de convertir a nuestro Padre, para que
así podamos adquirir más dones y virtudes, que nos permitan fructificar, para bien
de nuestros prójimos y nuestro.
José Portillo Pérez