VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
El paralítico perdonado
La escena evangélica de este domingo es muy llamativa por la cantidad de detalles
y circunstancias sorprendentes, casi inverosímiles, que presenta. Es el texto del
paralítico perdonado, narrado en el segundo evangelio (Mc 2,1-12) en el contexto
de la serie de milagros realizados por Jesús en Cafarnaún, a través de los cuales se
va revelando progresivamente su identidad y su autoridad para mostrar la cercanía
del Reino de Dios en la vida humana. La actividad pública de Jesús se lleva a cabo
mediante dos tipos de acciones, a saber, la predicación del mensaje sobre el Reino
y las acciones taumatúrgicas que abarcan los exorcismos y las curaciones de
enfermos. A esta última actividad dedica especialmente Marcos su atención. Tras la
curación del endemoniado, de la suegra de Pedro y del leproso, el milagro de la
curación del paralítico, más allá de las sorpresas narrativas que contiene, es una
primera gran manifestación de la identidad de Jesús y de su misión salvadora del
ser humano en toda su integridad, pues la curación del paralítico no consiste
meramente en la recuperación de su capacidad para caminar, sino en haber
obtenido el perdón de Dios por su encuentro con Jesús como Hijo del Hombre.
Sorprende mucho la necesidad de destechar una casa para poder acceder con el
paralítico hasta Jesús, después tendrían que subir y bajar en camilla al paralítico.
Sorprende la intervención de Jesús que al ver en primera instancia la fe de los
portadores, no la del enfermo, no cura al enfermo sino que le perdona los pecados.
Asimismo destaca la perspicacia de Jesús para captar los juicios internos y
condenatorios de los letrados acerca de su palabra portadora de perdón sobre el
paralítico. El milagro aparece aquí como una demostración de la fuerza de Jesús
ante los descreídos, para mostrarles su autoridad sobre la miseria invisible del ser
humano, el pecado, a partir de su potestad para curar la miseria visible de la
parálisis. Finalmente la reacción de todos los presentes ante los prodigios
contemplados reconoce la presencia de Dios en Jesús y la valoración extraordinaria
de lo acontecido como una novedad inédita, a través de la cual Dios está
cumpliendo sus promesas (cf. Is 43, 18-19) y dando un sí definitivo a la humanidad
en su anhelo de levantarse de la situación de postración en que se encuentra.
El montaje verdaderamente enrevesado de las circunstancias del milagro lo hacen
muy plausible como un recuerdo extraordinariamente prodigioso de la vida de
Jesús, aunque el relato elaborado por el evangelista nos conduce más bien a la
percepción del misterio de la persona de Jesús. Éste, todavía casi en los comienzos
del evangelio, empieza a revelarse plenamente. La mirada de Jesús es profunda en
todas las direcciones. Él mira la situación humana en toda su complejidad y actúa
inmediatamente. De los cuatro portadores del paralítico percibe una fe firme en él y
su enorme esfuerzo por sacar al paralítico de su situación de sufrimiento y
marginación. Del enfermo capta todos sus males, aunque no hable ni palabra ni se
diga nada de su fe. Jesús desborda con su palabra la necesidad de curación del
paralítico. Desde el primer momento Jesús da al enfermo mucho más de lo que
aparentemente le piden. La gracia del perdón sobrepasa el deseo de curación. La
gran tarea de la Iglesia en el mundo es propiciar el contacto con Jesús y con su
palabra a la humanidad caída en todas sus miserias para que ésta encuentre su
verdadera autonomía y libertad rompiendo con el pecado.
Pero este relato de milagro es también un relato de confrontación con los que
ostentan el poder. Jesús también ve en profundidad sus adentros y lo que anida en
sus corazones. La actuación de Jesús desenmascara el poder y se enfrenta a los
que condenan al paralítico legitimando su situación con argumentos probablemente
religiosos. Esta confrontación empieza muy pronto a mostrar su resultado contra él
mismo, pues después del milagro siguiente los letrados traman su eliminación (Mc
3,6). Es el destino del Hijo del hombre.
De este modo Jesús cumple lo anunciado en el profeta Isaías. Las palabras poéticas
del segundo Isaías anuncian el gran motivo de la esperanza en Dios para un pueblo
que está en el destierro. Abrir caminos en el en el desierto y ríos en el yermo son
imágenes de liberación y de vida nueva para ese pueblo oprimido que un día estuvo
esclavo en Egipto y ahora está en Babilonia (Is 43, 18-25). El Señor liberador de
antaño es el mismo que ahora sigue abriendo camino para su pueblo, pero ahora lo
hace mostrando una gran novedad: “Mirad que realizo algo nuevo; ya está
brotando ¿no lo notáis?”. La novedad de Dios es a veces casi imperceptible, pero
real. Con la Cuaresma, que el próximo miércoles empezamos en la Iglesia, está
brotando algo nuevo. Jesucristo, que es el Amén de Dios y del hombre, realiza algo
nuevo y sorprendente. La Pascua es la transformación paradójica de la muerte en
vida. Esa transformación llevada a cabo por el amor de Cristo a la humanidad irá
abriendo camino en la historia humana con la lentitud propia de los seres humanos
pero con la firmeza también propia de Dios. Cristo es el protagonista de esta
transformación y el que realiza con su muerte y resurrección la conversión
definitiva de Dios al hombre proporcionando una salvación irrevocable e
irreversible. Por eso es mediador de una Alianza nueva y eterna.
El evangelio del paralítico perdonado concluye con el reconocimiento y la
aclamación de la gloria de Dios en Cristo al decir los allí presentes: “Nunca hemos
visto una cosa igual”. Con Cristo y con su actuación a favor de los paralizados y
pecadores restableciendo al ser humano en toda su integridad empieza una nueva
creación del hombre. Jesús es el amén de Dios al hombre, que, de manera
irreversible, levanta a la humanidad caída y paralizada, dependiente y marginada, y
mediante el perdón le devuelve la autonomía y la libertad. Jesús es el Hijo del
hombre servidor y redentor del ser humano, que cancela el pecado del hombre y lo
levanta de todas sus angustias.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura