I Domingo de Cuaresma, Ciclo B
EL DESIERTO
Padre Pedrojosé Ynaraja
El fragmento evangélico de la misa de hoy es muy corto. Aparentemente no nos
aporta ninguna enseñanza. Cuando en ciertos viajes peregrinos, se pasa por el
desierto de Judá, existe idéntico peligro. El guía se limita a veces a decir: miren
ustedes a su izquierda y derecha, por aquí estuvo Jesús, después de bautizarse en
el Jordán. Más tarde les enseñaré el monasterio ortodoxo que lo recuerda, una
cenefa de celdas agarradas a la vertical montaña. En estos casos, los viajeros se
limitan a fotografiar la panorámica y continuar distraídos. Muy diferente es cuando
uno se apea y camina, se aleja un momento del grupo, se le mete la arena por el
calzado y las pocas plantas carnosas le pinchan, mientras una multitud de
montañas le caen encima. Es una minúscula experiencia, pero algo aprende.
Iba a iniciar el Señor una nueva vida. Pasó la inscripción y el exiguo examen junto
al profeta Juan, que bautizaba a aquellos que aceptaban que nuevos tiempos se
acercaban, pese a no apreciarse el cambio. Ni se recogió a estudiar, ni organizó en
su pueblo una fiesta de despedida. Se dejó llevar por el Espíritu. Esto ya es un
acertado detalle. Entre vosotros, mis queridos jóvenes lectores, es frecuente, que
quien cree debe elegir su futuro, se someta a pruebas psicotécnicas, estudie las
posibilidades que tiene de iniciarse, calcule las salidas profesionales y la
correspondiente remuneración que podría recibir. El Maestro no, se deja conducir,
le da la oportunidad al Paráclito. Primera enseñanza: docilidad, cosa que a la gente
no la atrae. El vulgar vecino quiere sentirse libre, no estar atado a nada, ni a nadie.
Son condiciones no negociables. Y así salen las cosas. Las grandes decisiones se
deben tomar, recogidos en silencio, tratando de escuchar la voz de Dios y de
descubrir el programa que para cada uno de nosotros nos tiene preparado.
El desierto es lugar de soledad. Cualquier desierto, no es preciso que sea de arena.
Es lugar de silencio, solo quebrado por el susurro del viento. No hay en él
establecimientos de consumo, la mente sube y baja, adentrándose en lo más
profundo de sí misma y elevándose a las más sublimes imaginaciones o visiones,
con mucha más facilidad que si se entregara a opíparos banquetes.
El Señor se entregó de lleno y durante un largo periodo, al desierto. Sacó mucho
provecho, de manera que con periodicidad, aunque pudiera estar en una población,
se levantaba de madrugada a un descampado a orar. Cualquier trocito donde reine
el silencio y donde al amanecer pueda uno ver asomarse lentamente al sol, es un
desierto al alcance. Así se explica uno que posteriormente no obrara
atolondradamente. Así entiende uno la serenidad con la que siempre obró.
¿Qué animales pudo encontrase? La fauna de este paisaje no ha cambiado
demasiado. Vería sobre Él volar pausadamente, monótonamente, aves rapaces.
Mientras viviera, mientras respirase, no peligraba que los buitres se le acercasen. A
ras de suelo podría ver abejas, saltamontes o escorpiones, poca cosa más. La
mayoría de las escasas plantas que hay, por pequeñas que puedan ser, siempre
tienen superficie dura, casi leñosa, muchas de ellas despiden penetrante olor. No he
visto ninguna que fuera comestible. (Las chumberas que los ilustradores dibujan
muchas veces, son fruto de crasa ignorancia. Llegaron allí después de haber sido
descubierta América).
Esta experiencia, que no la hizo para descubrir nuevas sensaciones, sino para
dejarse arrebatar por la contemplación, que no es pasividad, muy al contrario,
situación que enriquece de la máxima creatividad, acabó con la firme decisión de
trasladarse a la baja Galilea, la de los indómitos, allí donde no se entretenían en
cultivar la erudición, que la dejaban para los de la capital. El lugar era caldo de
cultivo de intrigas revolucionarias, los zelotas y sicarios nacían, crecían y
conjuraban por allí.
Venía del desierto que había sido un duro entreno, por eso fue capaz de atreverse a
proclamar: ha llegado la hora. El día D está próximo, diríamos en lenguaje de hoy.
Hay que cambiar radicalmente de vida, que no se trata de enriquecerse, ni
maquinar, ni agruparse en defensa de derechos. Recibirían sus elogios la pobreza,
la mansedumbre, la ingenuidad de corazón… Pero de todo esto, mis queridos
jóvenes lectores, nos tocará hablar otro día.
Padre Pedrojosé Ynaraja