1
VII Domingo del Tiempo Ordinario (Año Par)
Lunes
Mc 9, 14-29
Creo, Señor, pero dame tú la fe que me hace
falta. Entre todas las súplicas que se le dirigieron a Jesús durante el
anuncio del Evangelio no hay quizá ninguna tan desgarradora como la de
aquel
pobre hombre: – ¡Creo, Señor, pero ayúdame en mi incredulidad! Y el buen
hombre
puso en nuestros labios una súplica que no se nos debiera caer de los labios: -
¡Fe, más fe, Señor, que necesitamos mucha fe!…
La fe en Dios nos mueve a volvernos solo a Él como a nuestro primer origen y
nuestro fin último, y a no preferirle a nada ni sustituirle con nada.
“Creo
en ti, Dios mío; aumenta mi fe”. La fe es ante todo un don, una gracia. Nadie
puede conquistarla o ganarla por sí solo. Sólo se puede pedir, implorar de lo
alto. Por eso, iluminados por la valiosa enseñanza del Evangelio, no nos
cansemos jamás de invocar el don de la fe, porque “el justo vivirá por su fe”
(He
2, 4).
Todos
necesitamos oración y Palabra de Dios, para tener más fe. El mundo sólo se
salvará cuando crea y rece, rece y crea, crea y viva lo que creo. Y los que
2
trabajamos por la salvación del mundo, no le arrebataremos al demonio su
dominio sobre las almas, sino cuando echemos mano de esas dos armas que
ha
manejado siempre la Iglesia con maestría: la oración y la penitencia, nacidas
de un profundo espíritu de fe.
Nosotros
tenemos fe, pero, como el buen hombre del Evangelio, reconocemos que
nuestra fe
en Dios es muy tibia a veces, y por eso hacemos nuestra y repitamos muchas
veces la súplica humilde y confiada: – ¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)