Miércoles de Ceniza,
Meditación de MT. 6, 1-6. 16-18.
Introducción.
Estimados hermanos y amigos:
Os deseo que el tiempo de Cuaresma que hoy empezamos a vivir, os sea
provechoso, a fin de que logréis mantener una mejor relación, tanto con Dios, con
vuestros prójimos, como con vosotros mismos.
Muchos hermanos en la fe nuestros, ven la Cuaresma como una sucesión de
sacrificios y prácticas de oración que les cansan mucho. Para muchos de ellos, la
llegada del tiempo de Pascua, significa el fin de las prácticas penitenciales, y el
retorno a sus quehaceres ordinarios, de tal manera, que no parecen demostrar que
el Espíritu Santo, ha realizado ningún cambio en su vida.
Aunque una de las razones por las que vivimos la Cuaresma, consiste en
prepararnos a conmemorar la Pasión y muerte de Nuestro Salvador, ello no
significa que debemos permanecer tristes durante las seis semanas que anteceden
a la Semana Santa. Muchos cristianos estamos marcados por la vivencia del
sufrimiento, y, en la medida que nos sea posible, debemos aprender a
sobreponernos al efecto que producen en nuestra vida las circunstancias que
erróneamente consideramos adversas, porque las mismas tienen el propósito de
hacer de nosotros mejores seguidores de Jesús. La Pasión y muerte de Nuestro
Señor, nos produce tristeza, porque somos sensibles al sufrimiento, y porque
mantenemos la creencia de que el Unigénito de Dios murió para demostrarnos el
amor que nos manifiesta constantemente el Dios Uno y Trino.
San Pablo, nos instruye, en los siguientes términos:
"Estad siempre alegres en el Señor. Otra vez os lo digo: estad alegres" (FLP. 4,
4).
¿Por qué debemos estar alegres, si nuestra salud no es buena, si tenemos
problemas familiares, y/o si no encontramos trabajo?
San Pablo responde la pregunta que nos hemos planteado, con las siguientes
palabras:
"Hasta ahora, ninguna prueba os ha sobrevenido que no pueda considerarse
humanamente soportable. Por lo demás, Dios es fiel y no permitirá que seáis
puestos a prueba más allá de vuestras fuerzas; al contrario, junto con la prueba os
proporcionará también la manera de superarla con éxito" (1 COR. 10, 13).
Independientemente de que tengamos que superar tentaciones, o dificultades de
diversa índole, nunca nos sucederá nada que no podamos sobrellevar, porque Dios
está con nosotros. Esta es la causa por la que San Pablo les escribió a los cristianos
de Roma:
"Estamos seguros, además, de que todo se encamina al bien de los que aman a
Dios, de los que han sido elegidos conforme a su designio" (ROM. 8, 28).
¿Permitiremos que la creencia de que no podemos superar nuestras dificultades
actuales extinga la fe que profesamos de nuestros corazones?
"¿Quién, pues, podrá arrebatarnos el amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia,
la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, el miedo a la muerte?" (ROM. 8,
35).
Nada de lo que nos suceda será la causa de que Dios deje de amarnos, pero,
nuestra visión pesimista de la vida, puede separarnos de Nuestro Padre común, si
nos impide creer en El.
"Pero Dios, que nos ama, nos hace salir victoriosos de todas estas pruebas"
(ROM. 8, 37).
¿Creemos que Dios nos ayudará a superar nuestras dificultades actuales?
El hecho de que sea difícil para nosotros creer en Dios, y de que, a pesar de ello,
nos empeñemos en creer en El, no significa que somos pecadores irremediables,
sino que tenemos un gran mérito, al luchar contra nuestra aparente imposibilidad
de tener fe en Nuestro Padre común.
San Pablo, en su Carta a los cristianos de Roma, expone la dificultad que le
suponía el hecho de evitar la comisión de pecados.
"Realmente, no acabo de entender lo que me pasa: quisiera hacer lo que me
agrada (quisiera cumplir la voluntad de Dios), pero hago lo que detesto (no puedo
evitar siempre la seducción del pecado, y termino contradiciendo a Dios)... Quisiera
hacer el bien que me agrada, y, sin embargo, hago el mal que detesto" (ROM. 7,
15. 19).
A pesar de nuestras humanas imperfecciones, debemos aprovechar, no sólo el
tiempo de Cuaresma, sino todos los años que vivimos, para aumentar la fe que
tenemos en Dios. San Pablo nos insta a vivir inspirados en el cumplimiento de la
voluntad de Dios, cuando nos dice:
"Pero, gracias a Dios, vosotros, que erais en otro tiempo (antes de convertiros al
Evangelio) esclavos del pecado, habéis acogido de todo corazón la enseñanza que
os ha sido transmitida" (ROM. 6, 17).
Obviamente, aún no tenemos toda la fe en Dios que debe caracterizarnos, ni
somos los cristianos que debemos ser. Esta es la razón por la que, durante los años
que se prolongue nuestra vida, tenemos tres cosas que hacer, para creer más en
Dios, y, consecuentemente, ser mejores cristianos.
De la misma forma que cualquier profesional debe conocer su trabajo para
desempeñarlo perfectamente, los cristianos debemos conocer a Dios, y, cuanto
mayores sean nuestras cuitas, más debemos acercarnos al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo. Recordemos cómo oraba el Profeta Jeremías en medio de sus
dificultades.
"Se presentaban tus palabras, y yo las devoraba;
era tu palabra para mí un gozo
y alegría de corazón,
porque se me llamaba por tu Nombre
Yahveh, Dios Sebaot" (JER. 15, 26).
Jeremías llegó a sentirse tan desesperado por causa de sus padecimientos, que
llegó a desear haber sido abortado por su madre, con tal de no soportar su
angustia.
"Oh, que no me haya hecho morir (Dios) desde el vientre,
y hubiese sido mi madre mi sepultura,
con seno preñado eternamente!
¿Para qué haber salido del seno,
a ver pena y aflicción,
y a consumirse en la vergüenza mis días?" (JER. 20, 17-18).
A pesar de la angustia que lo embargaba, el Profeta no dejó de confiar en
Yahveh.
"Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir;
me has agarrado y me has podido.
He sido la irrisión cotidiana:
todos me remedaban.
Pues cada vez que hablo es para clamar:
«¡Atropello!», y para gritar: «¡Expolio!».
La palabra de Yahveh ha sido para mí
oprobio y befa cotidiana.
Yo decía: «No volveré a recordarlo,
ni hablaré más en su Nombre."
Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente,
prendido en mis huesos,
y aunque yo trabajaba por ahogarlo,
no podía" (JER. 20, 7-9).
La Palabra de Dios es el bálsamo que nos fortalece en las tribulaciones que
vivimos, y, gracias al conocimiento de la misma, tenemos fe en Nuestro Padre
celestial.
La fe es una de las virtudes llamadas teologales, porque procede de Dios, y nos
encamina a la presencia del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tal virtud, al mismo
tiempo que es una responsabilidad, porque nos exige que seamos buenos
seguidores de Jesús, es el gozo de saber que todo lo que nos sucede tiene sentido,
aunque tardemos años en descubrir esta realidad.
San Pedro nos anima a vivir inspirados en la fe que profesamos.
"La fuente de todo bien está en Dios, que os ha llamado a compartir con Cristo su
gloria eterna. Y Dios mismo, después de estos padecimientos que son al fin tan
breves (aunque a veces nos parecen eternos), os restablecerá, os confirmará, os
fortalecerá y os colocará sobre una base inconmovible" (1 PE. 5, 10).
¿Cómo podremos superar nuestras dificultades sin perder la fe en Dios, si no
encontramos hermanos en la fe con quienes compartir nuestros sentimientos?
Dado que los cristianos practicantes estamos dispersos por el mundo, con tal de
no perder la fe, debemos orar unos por otros, y, el Espíritu Santo, nos fortalecerá a
todos. Esta es la causa por la que San Pedro, -sabiendo lo difícil que es mantener la
fe en tiempos difíciles-, escribió, en su primera Epístola:
"No os dejéis seducir ni sorprender. Vuestro enemigo el diablo ronda como león
rugiente buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe, conscientes de que
vuestros hermanos dispersos por el mundo soportan los mismos sufrimientos" (1
PE. 5, 8-9)
¿Que es la fe?
"La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven"
(HEB. 11, 1).
Tenemos fe en que algún día viviremos en un mundo en que no existirá el
sufrimiento, y en que, durante los años que vivamos, Nuestro Santo Padre, nos
ayudará a vencer muchos obstáculos, y a sobrellevar pacientemente las vicisitudes
que hayamos de vivir durante mucho tiempo.
El conocimiento de la Palabra de Dios, nos hace poner en práctica todo lo que
aprendemos, a lo largo de nuestros años de formación espiritual. En la Biblia se nos
enseña a no guardarnos la fe en el corazón como si fuera una importante suma de
dinero que escondemos celosamente, pues, cuanto más la ejercitemos y
compartamos, más se nos aumentará.
Recordemos las siguientes palabras de San Pedro:
"Ante todo, amaos entrañablemente unos a otros, pues el amor alcanza el perdón
de los pecados por muchos que sean. Practicad de buen grado la hospitalidad
mutua. Que todos, como buenos administradores de los múltiples dones de Dios,
pongan al servicio de los demás el don que recibieron" (1 PE. 4, 8-10).
Por su parte, Santiago, -el primer Obispo de Jerusalén-, nos demuestra que, la fe
sin la práctica de la caridad, no es más que una mera ilusión.
"Vuestra conducta será buena si cumplís la suprema ley de la Escritura: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo... ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, alardear de
fe, si carece de obras? ¿Podrá salvarle esa fe? Imaginad el caso de un hermano o
una hermana que andan mal vestidos y faltos del sustento diario. Si acuden a
vosotros y les decís: "Dios os ampare, hermanos; que encontréis con qué abrigaros
y quitar el hambre", pero no les dais nada para remediar su necesidad corporal, ¿de
qué les servirán vuestras palabras? Así es la fe: si no produce obras, está muerta
en su raíz. Se puede también razonar de esta manera: tú dices que tienes fe; yo,
en cambio, tengo obras. Pues a ver si eres capaz de mostrar tu fe sin obras, que
yo, por mi parte, mediante mis obras te mostraré mi fe... ¿No querrás ver de una
vez, pobre hombre, que la fe sin obras es estéril?... Resulta, pues, que las obras, y
no solamente la fe, intervienen en que Dios restablezca en su amistad al hombre"
(ST. 2, 8. 15-18. 20. 24).
Mientras que la fe sin obras no es demostrable, porque no existe, y quienes creen
poseerla la tienen escondida en su interior, es posible demostrar que hacemos el
bien, tanto por amor a Dios, como por amor a nuestros prójimos los hombres.
Nuestra vida de fe y acción cristianas, no se desarrolla plenamente, si no oramos.
¿Es posible tener fe en Dios sin orar?
Quien no ora, no cree en Dios.
Imaginemos que vivimos con nuestros familiares, y, a pesar de ello, no les
dirigimos la palabra. ¿Cómo podrán saber nuestros seres queridos que les amamos,
si no se lo manifestamos?
Naturalmente, Dios conoce nuestros sentimientos, pero necesitamos hablar con
El, porque, si no le hablamos, no le creemos, y, si no le creemos, carecemos de fe,
y, por lo tanto, somos incapaces de hacer el bien, como nos corresponde a los
cristianos.
Recordemos las siguientes palabras del primer Obispo de Jerusalén:
"Reconoced, pues, mutuamente vuestros pecados y orad unos por otros. Así
sanaréis, ya que es muy poderosa la oración ferviente de los fieles" (ST. 5, 16).
A través de la meditación del texto evangélico correspondiente al inicio de la
Cuaresma, veremos cómo podemos tener fe, actuar como buenos cristianos, y orar,
cumpliendo la voluntad de Nuestro Santo Padre.
1. La relación que mantenemos con nuestros prójimos.
Meditación de MT. 6, 1-4.
Texto evangélico.
"Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de
ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los
cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como
hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los
hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des
limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en
secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público" (MT. 6, 1-4).
Meditación del texto.
1-1. Observemos una moral adulta.
"Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de
ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los
cielos" (MT. 6, 1).
En la Biblia, la palabra "justicia", tiene dos acepciones, la primera de las cuales es
sinónimo de fe, y, la segunda, se refiere al hecho de hacer el bien, y de practicar la
equidad.
Jesús nos dice:
"Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de
ellos" (MT. 6, 1a).
Muchos padres tienen la costumbre de motivar a sus hijos para que estudien,
ofreciéndoles recompensas, si se esfuerzan a la hora de formarse. Igualmente,
muchos profesores tienen la costumbre de alabar excesivamente a sus alumnos
más aventajados. Vivimos en una sociedad en que no somos valorados en virtud de
la bondad o maldad que nos caracteriza, sino en atención al poder, la riqueza y la
fama que tenemos.
Siempre se nos ha dicho que Dios castiga a los malos y premia a los buenos, para
que adquiramos la costumbre de vivir en sociedad, beneficiándonos unos a otros,
así pues, en la Biblia, leemos:
"A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto
delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para
que vivas tu y tu descendencia" (DT. 30, 19).
Para los hebreos, el hecho de escoger la vida, significaba cumplir la voluntad de
Dios, con tal de ser alcanzados por las promesas divinas. Para nosotros, el hecho
de escoger la vida, significa que nos comprometemos a amoldarnos al cumplimiento
de la voluntad divina, para que, la vida sobrenatural de la gracia, nos transforme,
para que seamos aptos, para vivir, en la presencia de Dios.
Aunque el hecho de hacer el bien nos dispone a ser receptores de las bendiciones
divinas, evitemos la posibilidad de practicar la justicia para ser recompensados, y
hagámoslo por la satisfacción de hacer el bien, para poder ser imitadores de Dios.
Jesús nos dice que, cuando hacemos el bien, o buscamos ser recompensados por
quienes alaban nuestra bondad, o buscamos ser premiados por Dios.
Si damos una limosna, no para beneficiar a un hermano carente de dádivas
materiales, sino para figurar en una lista de benefactores, que estará a la vista de
cientos o miles de personas, que sabrán de nuestra bondad, no estamos buscando
una recompensa divina, sino un galardón humano.
Hay ocasiones en que practicamos la justicia, y es inevitable el hecho de que se
nos vea, tal como me sucedió un día en que, cuando estaba cruzando una
carretera, un señor mayor que tenía una bicicleta tropezó conmigo, y lo sujeté,
para evitar que se cayera. En tales casos en que es inevitable que se nos vea hacer
el bien, no buscamos la recompensa humana, aunque la obtengamos, y sirvamos
de testimonio, para que, quienes nos observen, comprendan que es posible vivir,
según el querer de Nuestro Dios.
No podemos desear ser recompensados tanto por Dios como por los hombres al
mismo tiempo, porque hay situaciones en que, la forma de proceder de los
hombres, dista de la manera de actuar de Dios. Esta es la causa por la que Nuestro
Señor nos instruye, en los siguientes términos:
"De otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos"
(MT. 6, 1b).
En el texto que estamos considerando, Jesús no tuvo la pretensión de hablar mal
de los fariseos, -los legalistas que necesitaban la constante aprobación de todos los
actos que llevaban a cabo por parte de los hombres-, aunque lo hizo
indirectamente, ya que, todo aquello que nos dice que no debe hacerse, era
precisamente lo que hacían los tales.
Aunque San Mateo escribió su Evangelio en arameo, dicha obra fue traducida al
griego. La versión de la citada obra en arameo no se conserva. Para los griegos,,
los hipócritas, eran quienes representaban papeles teatrales que no estaban
relacionados con su personalidad. Entre nosotros, una persona hipócrita, se conoce
por el fingimiento, por ejemplo, de una bondad que no la caracteriza.
Muchos son los que hacen el bien para ser recompensados, porque, si no se les
reconocen sus virtudes y bondad constantemente, sufren mucho, porque, al
depender su estimación personal de lo que los demás creen de sí mismos, no se
percatan de que practican la justicia, no por amor a Dios y a sus prójimos, sino
para satisfacer su egoísmo. Un clásico ejemplo de ello, son las madres crucificadas.
San Mateo nos expone varios ejemplos de acciones realizadas por gente hipócrita
en su Evangelio.
"Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen
los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres;
de cierto os digo que ya tienen su recompensa" (MT. 6, 2).
"Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en
las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de
cierto os digo que ya tienen su recompensa" (MT. 6, 5).
"Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan
sus rostros para demostrar a los hombres que ayuna; de cierto os digo que ya
tienen su recompensa" (MT. 6, 16).
"¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la
viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja
de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu
propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano" (MT. 7,
3-5).
"Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios
me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando
como doctrinas, mandamientos de hombres" (MT. 15, 7-9).
"Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase
señal del cielo (que le acreditara como enviado de Dios a sus ojos). Mas él
respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene
arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo
nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de
los tiempos no podéis! (sois encapaces de conocer el designio de Dios)" (MT. 16, 1-
3).
"Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna
palabra. Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos, diciendo: Maestro,
sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de
Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres.
Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? Pero Jesús,
conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme
la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario. Entonces les dijo:¿De
quién es esta imagen, y la inscripción? Le dijeron: De César. Y les dijo: Dad, pues,
a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Oyendo esto, se
maravillaron, y dejándole, se fueron" (MT. 16, 15-22).
"Mas, ¡hay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de
los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los
que están entrando. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque
devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por esto
recibiréis mayor condenación. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!
porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis
dos veces más hijo del infierno que vosotros" (MT. 23, 13-15).
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el
eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia
y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello" (MT. 23, 23).
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del
vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo
ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de
fuera sea limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois
semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran
hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia.
Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero
por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los
monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros
padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais
testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los
profetas" (MT. 23, 25-31).
Los hipócritas no heredarán el Reino de Dios.
"¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa
para que les dé el alimento a tiempo? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando
su señor venga, le halle haciendo así. De cierto os digo que sobre todos sus bienes
le pondrá. Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir;
y comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los
borrachos, vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora
que no sabe, y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí
será el lloro y el crujir de dientes" (MT. 24, 45-51).
1-2. Practiquemos la justicia buscando como recompensa la satisfacción de hacer
el bien.
"Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen
los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres;
de cierto os digo que ya tienen su recompensa" (MT. 6, 2).
Jesús nos dice que, cuando practiquemos la justicia, no presumamos de nuestra
bondad buscando ser recompensados por el aplauso de los hombres, pues, si no
buscamos la aprobación divina, no la obtendremos, y tendremos que conformarnos
con la aprobación humana, que es, en definitiva, la que nos interesa lograr.
San Pablo nos indica cómo debemos servir desinteresadamente a nuestros
prójimos los hombres, en los siguientes términos:
"Si alguna fuerza tiene una advertencia hecha en nombre de Cristo, si de algo
sirve una exhortación nacida del amor, si nos une el mismo Espíritu, si alienta en
vosotros un corazón afectuoso y compasivo, llenadme de alegría teniendo el mismo
pensar, alimentando el mismo amor, compartiendo los mismos sentimientos,
buscando la común armonía. No hagáis nada por egoísmo o vanagloria, sed
humildes y considerad que los demás son mejores que vosotros. No busquéis el
provecho propio, sino el de los demás" (FLP. 2, 1-4).
Naturalmente, no siempre podemos considerar que las prioridades de nuestros
prójimos son más urgentes que las nuestras, pero, si nos lo propusiéramos,
podríamos exterminar la carencia de dádivas materiales de la humanidad.
1-3. Practiquemos la justicia por amor a Dios y a nuestros prójimos los hombres.
"Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para
que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en
público" (MT. 6, 3-4).
Hagamos el bien en secreto, y Dios nos recompensará públicamente, pero lo hará
en silencio, de manera que, sólo nuestros hermanos en la fe, se percatarán de que
el Señor nos beneficia, aunque no sepan por qué lo hace.
San Pablo nos dice:
"Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el
que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia. Cada cual dé
según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al
que da con alegría. Y poderoso es Dios para colmaros de toda gracia a fin de que
teniendo, siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aún sobrante para toda
obra buena. Como está escrito: Repartió a manos llenas; dio a los pobres; su
justicia permanece eternamente. Aquel que provee de simiente al sembrador y de
pan para su alimento, proveerá y multiplicará vuestra sementera y aumentará = los
frutos de vuestra justicia. Sois ricos en todo para toda largueza, la cual provocará
por nuestro medio acciones de gracias a Dios" (2 COR. 9, 6-11).
2. La relación que mantenemos con Dios.
La oración.
Meditación de MT. 6, 5-6.
Texto evangélico.
"Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en
las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de
cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu
aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que
ve en lo secreto te recompensará en público" (MT. 6, 5-6).
Meditación del texto.
Los versículos del primer Evangelio que estamos meditando, me recuerdan la
actitud de una señora que quiso hacerles promesas a diferentes imágenes de Jesús
y a diversos Santos de asistir con su descendiente a sus procesiones, si su hijo se
recuperaba de la enfermedad que padecía. Por su parte, el hijo, viendo que su
madre no vivía como cristiana practicante, y que cumplía sus promesas buscando el
aplauso de los hombres, -quienes supuestamente debían alabarla por su bondad de
madre crucificada-, se negó a asistir a dichos actos litúrgicos, cosa que su madre
aún le reprocha, -a pesar de que han pasado muchos años desde que hizo tales
promesas-, porque le impidió ser estimada por la gente, y seguir alimentando el
cumplimiento de promesas que, más que estar relacionadas con la fe, son causas
de superstición, ya que, el hecho de no cumplir las mismas, -según la creencia de
muchos católicos cuya fe no está bien formada-, es causa de recepción de un
castigo divino.
Desgraciadamente, la fe de muchos católicos está relacionada con la superstición,
porque los tales, o no han podido, o no han querido adquirir una buena formación
religiosa. Quienes predicamos el Evangelio, debemos hacer un buen examen de
conciencia, para averiguar si somos responsables de la deformación de la fe, que
afecta a muchos de nuestros hermanos, de entre los cuales, muchos, -una vez
perdido el miedo a la condenación en el infierno-, han dejado de creer en Dios,
porque se les ha inculcado la idea de que nuestra fe es una carga, y no un motivo
de dicha.
Si participamos en actos litúrgicos buscando el reconocimiento social, y no lo
hacemos para alabar al Dios Uno y Trino, tendremos que conformarnos con la
recepción del aplauso de los hombres, el cual, -por cierto-, es el único premio que
nos interesa recibir.
De la misma forma que Jesús nos insta a practicar la caridad y a hacer penitencia
en secreto, nos pide que oremos ocupándonos en cultivar la fe que profesamos. Si
no oramos tal como hablamos con nuestros familiares, hemos de dar por supuesto
que no tenemos fe en Dios.
San Pablo, nos dice:
"Estad, pues, listos para el combate: ceñida con la verdad vuestra cintura,
protegido vuestro pecho con la coraza de la rectitud y calzados vuestros pies con el
celo por anunciar el mensaje de la paz. Tened siempre embrazado el escudo de la
fe, para que en él se apaguen todas las flechas incendiarias del maligno. Como
casco, usad el de la salvación, y como espada, la del Espíritu, es decir, la palabra
de Dios. Y todo esto hacedlo orando y suplicando sin cesar bajo la guía del Espíritu;
renunciad incluso al sueño, si es preciso, y orad con insistencia por todos los
creyentes" (EF. 6, 14-18).
En otro lugar de las Escrituras Santas, leemos:
"Te encarezco, pues, en primer lugar, que se hagan oraciones, súplicas,
peticiones y acciones de gracias por todos los hombres. Por los reyes y por todos
los que gozan de poder sobre la tierra, para que podamos, de forma tranquila y
sosegada, realizarnos sin trabas en nuestra condición de personas creyentes.
Hermoso y agradable es este proceder a los ojos de Dios, nuestro Señor, por
cuanto él quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad" (1 TIM. 2,
1-4).
3. La relación que mantenemos con nosotros.
¿Qué pensamos de nosotros?
Meditación de MT. 6, 16-18.
Texto evangélico.
"Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan
sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen
su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no
mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre
que ve en lo secreto te recompensará en público" (MT. 6, 16-18).
Meditación del texto.
La práctica del ayuno puede estar causada por el hecho de pedirle a Dios perdón
por haber pecado, o con el hecho de pedirle dádivas, ora para quienes ayunan, ora
para sus seres queridos.
Las prácticas penitenciales pueden ser las más tentadoras que se pueden realizar
para atraer la aprobación de los hombres, porque no suponen desprendimiento de
dinero en beneficio de los pobres, ni inversión de un tiempo determinado en la
asistencia a los actos de culto públicos.
Supongamos el caso de una señora que pasa toda una noche en un hospital,
esperando que uno de sus familiares que está enfermo, sea dado de alta al día
siguiente. Al amanecer, la buena señora padece los efectos del sueño, y presume
ante sus familiares y amigos porque, si ella no fuera tan buena, dicho enfermo
hubiera pasado la noche sólo.
Tanto al hacer el bien, al orar, o al hacer penitencia, no necesitamos demostrar
que estamos haciendo esfuerzos sobrehumanos, a fin de lograr alcanzar los
propósitos que nos proponemos.
Jesús nos dice que, cuando hagamos penitencia, nos perfumemos y nos lavemos
la cara (el aceite es utilizado en la elaboración de Ungüentos), porque nadie va a
sentir lástima de nuestro estado, si nos ve con la cara sucia, fingiendo una tristeza
que no tenemos, o quejándonos porque tenemos hambre, porque toca ayunar.
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Dios que nos ayude a ser mejores
cristianos.
Comprometámonos a aprovechar, no sólo el tiempo de Cuaresma, sino toda
nuestra vida, para mejorar nuestras relaciones, con Dios, con nuestros prójimos los
hombres, y, con nosotros mismos.
José Portillo Pérez