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Empujados por el Espíritu
1º Domingo de Cuaresma (Mc 1.12-15)
26 de febrero de 2012
Entramos en nuevo tiempo litúrgico como es la Cuaresma. Tiempo de conversión honda, en donde
aquilatar humildemente nuestra verdad reconociendo que hay cosas que olvidamos, otras que no logramos
ni entrever, y otras de las que siempre seremos mendigos. Esta es nuestra procesión, la que va más por
dentro. Desde otros escenarios más carnavalescos tal vez se vuelvan otra vez las miradas de burlona
compasión, tratando de condolerse por esta manía cristiana cuaresmal, tan distinta y tan distante del
desenfado frivolón y divertido de la charanga. ¿Será verdad que los cristianos somos morbosos? ¿A cuento
de qué viene de nuevo esto de la cuaresma con sus ayunos, sus abstinencias y sus plegarias?
Hay que decir que la cuaresma no es sinónimo de tristeza, como si nos disfrazásemos a nuestra vez
de luto tacan. Sin embargo, y nunca mejor dicho, da la impresin que somos “cenizos”. Pero ¿es así
realmente? ¿Por qué, entonces, nos empeñamos en un hacer cuaresmal tejido de oración, de ayuno y de
limosna? Los cristianos somos invitados por la Iglesia a volver nuestro corazón a Dios. La andadura de un
año, el pisar tantos caminos y dormir en tantas posadas, puede habernos traído no sólo el cansancio y el
desgaste inevitables, sino también las dolencias en el alma apagada, las arrugas en la sonrisa acartonada,
el desencanto en el corazón endurecido..., en fin, todo eso que llamamos pecado. Y por eso, tal vez
tengamos exceso de caretas que se nos van pegando a la verdad de nuestro rostro en este frecuente
carnaval de la vida. Necesitamos ir despegando con paciencia y decisión todos esos disfraces que oculta la
verdad de Dios en nosotros: para eso es la cuaresma. Dolencias, arrugas, desencantos... que a lo largo de
estos 40 días queremos ir acercando al Señor para que Él nos vuelva a estrenar la salud, la gracia, la luz.
Este tiempo litúrgico nació con una triple e interdependiente finalidad: como preparación intensiva
de los que aspiraban al bautismo; como período de conversión de los que necesitaban hacer una
penitencia pública por un pecado notorio; y como camino que hacía todo el pueblo de Dios hacia la gran
fiesta de la Pascua de Resurrección, corazón del año cristiano.
Lo que vamos a escuchar de mil modos a lo largo de estos 40 días, es lo que dice el Evangelio de
este domingo 1º de cuaresma: “se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed la
Buena Noticia” (Mc 1,15). En medio de tantas malaventuranzas como nos asedian, de tantas pésimas
noticias como nos acorralan, somos invitados a consentir que en nosotros Dios haga acontecer una Buena
Noticia: su Reino en nosotros y entre nosotros. Hay que convertirse, creérselo, desearlo. Dejarse empujar
por el Espíritu de Dios como Jesús, y con Él aprender que es posible todo recomienzo.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Corrada del Obispo 1. 33003 Oviedo