DOMINGO I DE CUARESMA B
A continuación, el Espíritu le empuja al desierto, y permaneció en el desierto
cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y
los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y
proclamaba la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios
está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva."
Con la celebración del miércoles de ceniza la Iglesia nos ha introducido al tiempo
fuerte de la cuaresma. El Papa Benedicto XVI, en el ángelus, del 22 de febrero del
presente año, nos ha hecho recordar, que la cuaresma no es tiempo para estar
tristes, es más que eso, es un tiempo que se debe vivir mirando a Cristo
Resucitado, tiempo de pedirle la conversión sincera del corazón al Señor. Al
respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: Con una expresión que es típica en la
liturgia, la Iglesia llama al período en el que hemos entrado hoy, «Cuaresma», es
decir, un tiempo de cuarenta días y, con una clara referencia a la sagrada escritura,
nos introduce en un contexto espiritual específico. Cuarenta es, de hecho, el
número simbólico con el que el Antiguo y el Nuevo Testamento representan los
aspectos más destacados de la experiencia de fe del Pueblo de Dios. Es una cifra
que expresa el tiempo de la espera, de la purificación, de la vuelta al Señor, de la
conciencia de que Dios es fiel a sus promesas. Este número no es un tiempo
cronológico exacto, dividido por la suma de los días. Más bien indica una
perseverancia paciente, una larga prueba, un periodo suficiente para ver las obras
de Dios, un tiempo en el que es necesario decidirse y asumir las propias
responsabilidades, sin dilaciones adicionales. Es el tiempo de las decisiones
maduras (Benedicto XVI, Ángelus, 22 de febrero de 2012).
Este es un tiempo que debemos vivir pidiendo profundamente al Señor que nos
conceda la conversión del corazón, como dice el profeta Ezequiel: "...os daré un
corazón nuevo, y os arrancaré el corazón de piedra...". El mismo San Agustín decía
que la cuaresma expresa la vida del hombre peregrino en la tierra; por lo tanto
tenemos que decir: la Palabra de Dios no queda reducida a cuatro paredes, sino
que Dios nos la da porque en este peregrinar por la vida humana: nos mostrará el
camino, que nos sostendrá como alimento y bebida, será el refugio, saciará nuestro
existir como anticipo hacia el final del camino y paso a la otra orilla, que será la
vida eterna, la Pascua en Cristo.
En la primera lectura, esta alianza que Dios hace con Noé, es muy importante,
dentro del tiempo de la cuaresma. Dios dice: "... no destruiré nunca más al ser
viviente, ..."; si la cuaresma es un tiempo de conversión, es precisamente porque
Dios ha empeñado su palabra, y si Dios no destruirá más al hombre quiere decir
que le proporcionará los medios necesarios para que retorne a la comunión con Él.
Así la Alianza que se prefigura a través del arco iris, expresa el querer de Dios de
Salvar al hombre, y este pacto es para todos los hombres, pero al mismo tiempo
Dios quiere pactarlo con cada uno de nosotros. Y así como Dios ha dialogado con
Noé, hoy a través de su Iglesia dialoga con cada hombre, para pactar esta alianza
de amor y fidelidad. Tenemos que decir, que para pactar la alianza con Noé, Dios lo
ha preparado, igualmente tiene que ayudarnos, preparándonos para aceptar este
pacto con Él.
En el evangelio encontramos varios elementos que nos pueden ayudar a vivir este
tiempo litúrgico. Dice el evangelista: "...el Espíritu Santo llevó a Cristo al
desierto..."; podemos señalar que en la primera Bienaventuranza dice San Mateo
que serán bienaventurados los pobres de espíritu. Esta pobreza de espíritu, hace
referencia a los humildes, y sólo un humilde puede ser guiado y acepta ser guiado
por el Espíritu Santo. Así tenemos el tercer cántico del Siervo de Yahvé:
"...conducido como oveja al matadero...". Por eso el segundo capítulo de San Pablo
a los Filipenses, expresa por excelencia esta humanidad de Cristo, pues dice: "...se
despojó de su categoría de Dios...". En consecuencia este Espíritu que conduce a
Cristo al desierto, no es una formalidad del programa Divino, sino que está
indicándonos esta sumisión del Hijo ante la voluntad del Padre, que ya se ha
iniciado en el momento de su encarnación, pues el Hijo para quedar sometido
totalmente a la voluntad del Padre entra en la historia. Por eso el desierto está
expresando, en la vida de Jesús y para nosotros, este total abandono en la voluntad
del Padre, pues sólo pasando por el absurdo humanamente, el hombre se
encuentra con la fidelidad y el amor de Dios.
Otro elemento que podemos extraer del evangelio, es la obediencia, como dirá San
Isaac Abad, en su Disc. n.30: "...Jesús con su obediencia se ha sometido a la obra
del Padre..."; ampliando un poco más el sentido del desierto, la obediencia de
Cristo se ha manifestado y la hemos conocido porque ha aceptado el camino
(desierto), que el Padre le ha mostrado; la carta a los Hebreos dice: "...Señor me
has dado un cuerpo para hacer tu voluntad...". Tenemos por lo tanto, que el
anuncio del Reino de los Cielos, el llamado que Cristo hace a la conversión, pasa
por la experiencia del desierto; entonces el que Cristo anuncie la llegada del Reino
del Padre es, luego de la experiencia del desierto, la Buena Nueva del Reino de los
Cielos que se entiende y se acoge desde el desierto.
Como un último elemento, en el evangelio se nos presenta al Espíritu Santo, dice el
evangelista: "...y fue llevado por el Espíritu al desierto,..."; haciendo una lectura
desde Cristo, el Espíritu Santo nos lleva al desierto para que en nosotros se realice
la obra del Padre. Entonces podemos decir que la vida del hombre es un desierto:
de donde el hombre se escapa, se evade (sentido del pecado), pero para que en
nosotros se realice y vivamos la novedad del Reino, el Espíritu debe llevarnos a
nuestra propia condición humana, pues sólo desde nuestra condición (desierto),
podemos encontrarnos con el Dios de la vida, con Cristo Salvador. Pues el desierto,
a donde el Espíritu quiere llevarnos, no es para que el lugar se transforme sino para
que sea nuestra vida por el don del Espíritu la que se transforme y experimentemos
que el Señor es la única roca y fortaleza para nuestra vida, y así como el Espíritu
Santo ha actuado en Jesús, también la obra del Padre se verá en nosotros gracias a
la obra del Espíritu Santo.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar,