I Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Segunda Lectura: 1Pe 3, 18-22
El agua del diluvio es un símbolo del bautismo, que los salva
La Iglesia considera que los grandes acontecimientos de la historia de la
salvación prefiguraban ya el misterio del Bautismo. Así, por ejemplo, «ha visto en el
arca de Noé una prefiguración de la salvación por el Bautismo. En efecto, por medio
de ella “unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvados a través del agua”
(1Pe 3,20). (Catecismo de la Iglesia Catlica, 1219; ver también n. 1217) “Aquello
-sigue diciendo el Apóstol- fue un símbolo del Bautismo que actualmente los salva a
ustedes” (2ª. lectura: 1Pe 3,21).
Por consiguiente, en este primer Domingo de Cuaresma, tiempo de
conversión y salvación, las dos primeras lecturas se relacionan con el sacramento
del Bautismo cristiano. En efecto, el Bautismo es el lugar principal de la conversión
primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo se renuncia
al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don
de la vida nueva.
Así, el Bautismo hace partícipe a la persona concreta del don de la
reconciliación que el Señor Jesús ha obtenido para la humanidad entera por el
misterio de su Pasin, Muerte y Resurreccin. Cristo “muri por los pecados una vez
para siempre para conducirnos a Dios”, escribe San Pedro (2ª. lectura). Es Él
quien, por la entrega amorosa de su propia vida en el Altar de la Cruz, así como por
su resurrección gloriosa, nos reconcilia con Dios y se convierte en fuente de vida
eterna para todos los que creen en Él.
Gracias a este sacramento todo bautizado queda liberado del pecado y
regenerado como hijo de Dios (Cfr. CIgC 1213). De este modo, “el que está en
Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de
Dios, que nos reconcili consigo por Cristo” (2Cor 5,17-18).
El Bautismo, si bien libera del pecado y regenera como hijos de Dios, no
suprime la inclinación al pecado. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña
claramente que “la vida nueva recibida en la iniciacin cristiana [el Bautismo] no
suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al
pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a
fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por
la gracia de Dios. Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida
eterna a la que el Seor no cesa de llamarnos” (1426).
Todo bautizado ha de vivir, pues, con la certeza de que una vez liberado del
pecado y hecho hijo de Dios debe “seguir luchando contra la concupiscencia de la
carne y los apetitos desordenados” (CIgC 2520), así como contra las astutas
tentaciones de Satanás que “ronda como len rugiente, buscando a quién devorar”
(1Pe 5,8). Como al Señor Jesús en el desierto, a todo bautizado le aguarda en este
mundo una lucha tenaz contra el Demonio y sus seducciones, contra el mundo que
le pertenece a él, y contra su propio hombre viejo. En esta lucha debe tener la
certeza y confianza de que ninguna tentacin “puede daar a los que no la
consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo”, y que en esta lucha
será coronado con la victoria todo aquel que sostenido por la gracia divina
“legítimamente luchare” (CIgC 1263).
San Juan Crisstomo nos dice que en el desierto Cristo “luch contra el
diablo para que cada uno de los bautizados resistiera pacientemente las mayores
tentaciones después del bautismo, y para que permaneciera vencedor resistiéndolo
todo, no turbándose si algo sucedía fuera de lo que esperaba. Pues aunque Dios
permita que las tentaciones sean de muchas y variadas maneras, las permite
también para que sepamos que el hombre tentado se constituye en el mayor honor,
pues no se dirige el diablo sino a los que ve en grande elevacin”.
Por tanto el llamado a la conversión y a creer en el Evangelio es siempre
actual y se dirige a todo bautizado, ya que la conversión, que nunca será una meta
plenamente alcanzada aquí en la tierra, es un empeño que abarca toda la vida.
Busquemos la intercesión de María, que Ella nos obtenga la fuerza del
Espíritu Santo, que Ella nos haga seguir las enseñanzas del Señor Jesús; amemos a
la Madre de Jesús y Madre nuestra y que cada vez más convertidos a su Hijo, al
final de la cuaresma podamos exclamar con el Apstol: “vivo yo, pero no yo”, sino
Cristo, quien vive en mí”.Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)