II Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Pautas para la homilia
"Este es mi Hijo amado; escuchadlo"
Dios promete y exige
De Dios depende que se realice la promesa de que Abrahán sea padre de un pueblo
numeroso, para lo que Dios había concedido milagrosamente a Abrahán y Sara el
hijo Isaac. Éste sería quien realizaría la promesa de que Abrahán sería padre de un
gran pueblo, “por Isaac será conocida tu descendencia” Ese mismo Dios exige a
Abrahán la vida de ese hijo antes de engendrar descendencia y con ello la
imposibilidad de que se cumpla la promesa. Es el modo del autor del relato para
mostrar que la paternidad sobre un gran pueblo no depende sólo de la paternidad
biológica humana, sino de que Dios sea su Padre. (Pero a la vez el episodio es un
alegato en contra de los sacrificios humanos que pueblos contemporáneos de Israel
realizaban. El Dios de Israel, aunque sea dueño de toda vida, nunca consentirá que
se realicen esos sacrificios. Como dice el texto: la petición de Yahvé es sólo para
probar a Abrahán).
Esto sólo se puede aceptar desde la fe.
Para aceptar eso es necesario tener una fe, una confianza absoluta en Dios. Poder
decir como escuchamos en la segunda lectura: “si Dios está por nosotros, ¿quién
contra nosotros?”. Por eso Abrahán ha pasado a la historia de la salvación como el
hombre de fe profunda, de confianza absoluta en Dios, que le sacó de su fértil
tierra, de estar con los suyos; y además, en un momento dado, le pide hasta su
mismo hijo y él se lo entrega.
El episodio tiene una dimensión profética
El autor humano del texto no lo podía prever, pero existe en una dimensión
profética en el relato: en un momento dado Dios Padre ofrecerá a su hijo a los
seres humanos, lo pondrá en sus manos. Estos sí acabarán con su vida. Algunos de
ellos creyendo que hacían un servicio a Dios. Pero la fidelidad de su Hijo al proyecto
del Padre, fidelidad cargada de amor, generará la generación de hijos de Dios.
En otro monte la Transfiguración
En otro monte la otra cara de la moneda. La transfiguración. La gloria de Jesús.
Jesús no vino a ser glorificado por los seres humanos. Él había superado en el
desierto la tentación de hacer de su misión un éxito popular generalizado. No
buscaba coronas de gloria. Pero el camino hacia Jerusalén, el proceso de su misión,
es duro. Si no él, sí sus allegados más próximos necesitan recobrar fuerzas,
mantener la esperanza. Por eso Jesús les ofrece la oportunidad de ver cómo las
grandes figuras de su religión, Moisés y Elías, están con él; y sobre todo la de poder
escuchar que el Jesús, contestado en diversos lugares de la geografía de su país,
tiene de su parte a Dios: “este es mi Hijo muy amado, escuchadlo”.
Necesitamos momentos de gloria, pero no abandonarnos a las
sensaciones placenteras.
Es necesario ese momento de gloria, para que el camino no sea duro, monótono
hasta perder el horizonte hacia donde avanzamos. Momento para recobrar fuerzas.
No para asentarnos en la montaña, como que quería Pedro. Es necesario bajar al
quehacer diario, a los encuentros diarios, que no son siempre con quien nos
aplaude, nos comprende. Es necesario afrontar lo duro del caminar que exige
nuestra fe. Siempre con la esperanza de que Dios está de nuestra parte, como
estaba de parte de Jesús.
Ese es el camino de Jesús
Jesús ha de enfrentarse, no a las grandes figuras de la tradición judía, sino a los
responsables de esa religión de su tiempo. Ha de vivir no en la gloria del Tabor,
sino pisando los duros y polvorientos caminos de Galilea y Judea. Dios entregó a su
hijo a los hombres y mujeres de un momento concreto de la historia. Y Él, que
podía librarlo de la muerte, como dice la Escritura, no lo hizo, lo dejos en manos
humanas a todos los efectos. Y sabemos que la decisión de éstos no fue la de Dios
cuando Abrahán estaba dispuesto a sacrificar a su hijo: ellos, los hombres,
culminaron el sacrificio.
Sintamos hoy la gloria de la Transfiguración. Cristo, cuyos pasos debemos seguir,
es el Hijo amadísimo de Dios, se expuso, por ser hombre, a las decisiones
humanas; pero Dios lo resucitó, y está presente entre nosotros, para animarnos en
nuestro caminar. Sobre todo hagamos caso a la voz de lo alto: “escuchémoslo”, a
través de la catequesis cuaresmal que domingo a domingo -día a día – nos ofrece la
Iglesia.
Fray Juan José de León Lastra
Licenciado en Teología
Con permiso de dominicos.org