¡Hasta que sople buen viento, no hagas ningún mudamiento!
Domingo 2º. Cuaresma, la Transfiguración del Señor .
Este domingo segundo de cuaresma, nos sorprende, porque nos toma entre dos
montañas, donde dos hombres muy especiales fueron llamados a mostrar su
fidelidad y su amor al Dios de los cielos. En la primera nos encontramos con
Abraham, a quien Dios había prometido darle un hijo y una descendencia
numerosa por su fidelidad. En la otra, nos encontramos a Cristo que acababa de
anunciar a sus discípulos su muerte y su resurrección, causando un gran revuelo
entre los suyos, sobre todo en Pedro que de plano se opuso a tal trato de parte de
los hombres para su querido maestro.
Sorprendentemente, Abraham, cuando más necesitaba a su hijo, es “invitado” a
sacrificarlo en lo alto de la montaña. Los que sean papás podrán comprender
aunque sea de lejos lo que significa entregar al hijo con el que se cuenta para
mitigar la vejez.
Cristo invita a tres de sus apóstoles a la montaña a la oración y a la alabanza a su
Padre y ahí ocurre algo extraordinario. Por un instante, Cristo deja ver a los suyos
la gloria que tenía y la que siempre le corresponde por ser el Hijo de Dios. Se
muestra radiante y glorioso, acompañado de dos personajes muy queridos del
pueblo hebreo, Elías y Moisés, que conversan con Cristo precisamente sobre su
pasión y su cruz.
Cuando Abraham está a punto de descargar el golpe que acabaría con su hijo en el
altar improvisado en lo alto de la montaña, hay una voz imperiosa que impide el
sacrificio de Isaac, alabando al mismo tiempo a Abraham por su fidelidad y su
entrega a la voluntad de Dios. Dios no nos pide sacrificarle un hijo, pero no cabe
duda que tenemos tantos apegos al mundo que a lo mejor él nos está pidiendo un
“hijito” de esos que tantos tenemos, un equipo de fut, o uno de los ídolos del cine o
la tv, el apego a una persona, o un hobby de tantos que tenemos, un vicio del que
queremos desprendernos pero del cuál no hemos hecho el primer intento de para
erradicarlo de nuestra vida.
Pedro, en un momento del encuentro de Cristo con sus personajes misteriosos, nos
señala dos actitudes, en primer lugar muestra su agrado por haber sido invitado a
participar de tal acontecimiento y desearía quedarse para siempre ahí. Cristo
señalará que su intento no sería precisamente quedarse ahí, sino bajar al plano,
donde están los hombres, donde están las tentaciones y la manera de mostrar día
con día y paso a paso la fidelidad y la perseverancia como respuesta al Dios de la
vida. Pero es agradable pensar como Pedro se sintió a gusto, indicándonos la
necesidad de subir con Cristo a la montaña para poder encontrarnos con él y con su
paz. Y el segundo intento también fallido de Pedro fue construir tres chozas, para
Cristo y para sus invitados. Es el peligro de querer construir templo al Señor,
cuando él es el que nos quiere construir a nosotros y a nuestras vidas. Fue la
tentación de David de curtirle templo al Señor.
En fin, en aquel día memorable, vino la voz del Padre invitándonos a escuchar a su
Hijo pues en él tiene el Padre todas sus complacencias: “Éste es mi Hijo amado,
escúchenlo” y para nosotros que estamos comenzando nuestra cuaresma, será el
gran mensaje, escuchar a Cristo y atenderlo, pero en los más pobres, en los
indigentes y en aquellos que sufren, poniendo en práctica aquel pórtico maravilloso
del Vaticano II en la inauguración de la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual; “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los
hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la
vez los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discúpulos de
Cristo”. (G et s. 1).