II DOMINGO DE CUARESMA B
LA TRANSFIGURACIÓN
Padre Pedrojosé Ynaraja
Las noticias históricas de la vida de Jesús, nos llegan por dos canales, que, casi
siempre, o coinciden o se complementan. Este es el caso de la localización del
milagro que nos refiere el fragmento que leemos en la misa de hoy. Ninguno de los
evangelistas nos dicen que la montaña alta sea el Tabor, pero la tradición es casi en
su totalidad unánime. Algún comentarista ha opinado que, ya que habla de
montaña alta y el Tabor es un espectacular montículo, tal vez se tratase del
llamado pequeño Hermón, pero no veo que hoy en día, y por aquellas tierras, nadie
se acuerde de esta anecdótica información. Lo he llamado montículo porque se
levanta majestuoso en la llanura de Esdrelón no más de 400 metros (medido desde
el nivel del mar, tendría unos 580 m.).
Os lo he dicho otras veces, mis queridos jóvenes lectores, por la ambientación del
relato, podemos intuir que el Maestro, aquí debemos llamarle con la tradición, el
Salvador, marchó de excursión por las fiestas de Sukot. Le acompañaban sus
íntimos amigos y deberían haber levantado al llegar unas chozas, de acuerdo con
las normas, pero, por lo visto, no lo hicieron. Hicieron vivac. Yo no sé si vosotros
tenéis experiencia de pasar la noche así, se arriesga uno a que la lluvia o un fugaz
chaparrón se lo fastidie, pero son experiencias que uno no olvida nunca, por viejo
que se haga. Y el Maestro no se la quiso perder. ¿pero, es que el Señor quiso
simplemente desconectar, como hoy dicen algunos cuando huyen de sus labores
habituales? ¿Se trataba de cambiar el xip, como dicen otros que es necesario hacer
en ciertos momentos?
Sinceramente os diré, mis queridos jóvenes lectores, que he pasado muchos años
de mi vida sin entender este episodio. Como ocurre en tantas ocasiones, estaba
más influido por la escenografía de los artistas plásticos, que por el contenido
evangélico. El no darle valor o el desconocerlo, me preocupaba. Había estado en el
monasterio-fortaleza del Sinaí, que está dedicado a este misterio. En Jerusalén me
impresionó el fervor y entusiasmo de las comunidades orientales, cuando
celebraban la fiesta. En uno de mis viajes, celebraba la misa a las 6 de la tarde, el
sol, como es su costumbre en verano, entraba y se reflejaba en el ábside de la
basílica, proyectándose sobre mí. Los asistentes me dijeron después que les parecía
que me había transfigurado. Pues, no, lo hacía como en cualquier otra ocasión.
Os contaré, mis queridos jóvenes lectores, como lo veo hoy, como lo siento, para
ver si logro contagiaros mi gozo, deseando aprendáis la lección que del hecho he
aprendido yo. Jesús quería compartir con ellos, compartir vivencias, de mucho más
valor que las riquezas. Para conseguirlo precisaba silencio y soledad. Compartir
también su grandeza, sin orgullo, para que con sencillez avanzaran en el
conocimiento que de Él debían tener, de aquí que se encontrase con dos grandes
personajes del pueblo hebreo, Moisés y Elias. Aprovechando que el Pisuerga pasa
por Valladolid, como se dice en castizo, al tenerlos cerca de sí, experimentaban
ellos la perennidad gloriosa de los que habían sido fieles a Dios, el gozo de vida
eterna. Muy por encima de la mediocre idea del sheol judío, o del hades griego.
Aprendieron de paso también que en el Cielo no se pierde la individualidad (aviso
para la navegación de cabotaje budista). Hablaban ellos, deslumbrantes profetas y
habló Pedro, simple pescador de agua dulce. Manifestó un proyecto que en aquel
momento tenía, no se lo calló. Rápidamente podía hacer tres cabañas, una para
cada uno. El Padre Eterno sonreiría entonces y quiso desde la Eternidad hacerse
presente en el espacio y el tiempo. Habló, les confió su secreto, su ilusión, su
proyecto. Su voz envuelta en el misterio de la nube, les comunicó que se trataba de
su Hijo, que debían escucharle.
No se acaba el encuentro con esta solemne revelación. Despiertos del todo,
caminantes de una larga cumbre, cubierta de encinares, antes de descender por la
ladera, les confía otro secreto y una súplica: que no hablen de ello antes de que
resucitara de entre los muertos. Si a la Transfiguración se le dedica una
espectacular basílica, que no dejan de visitar los peregrinos, esta confidencia
amical, solo es recordada por una humilde ermita situada al pie del camino. Os digo
que más que fijarme en piedras, restos de cultos prehistóricos cananeos, por
importantes que sean para los arqueólogos, a mí me gusta pararme un momento y
recordar que nuestro Dios es un ser personal, comunicable, amigo y confidente. En
el misterio de su Ser divino, no quiere ser reservado. Por prudente que sea ser
cauto, se arriesga a revelarse. La Transfiguración, ahora sé que es una petición de
colaboración y la contemplo asombrado.(aviso de riesgo de aludes para
imprudentes caminantes solitarios)
Padre Pedrojosé Ynaraja