II Semana de Cuaresma
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO
Lecturas:
a.- Gen. 22, 1-2. 9-13.15-18: El sacrificio de Isaac.
La primera lectura nos narra el gesto heroico de Abraham, que no dudó en entregar
a su hijo Isaac en sacrificio a Yahvé porque se lo pedía en holocausto. Toda la
estructura del relato es un anuncio de la pasión de Cristo Jesús: subir al monte,
llevar los instrumentos para el sacrificio, la leña, y la víctima está dispuesta. El
mandato de Yahvé es claro: “Después de estas cosas sucedi que Dios tent a
Abraham y le dijo: «¡Abraham, Abraham!» El respondió: «Heme aquí.» Díjole:
«Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécele
allí en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga.» (vv. 1-2). La
obediencia de Abraham es admirable, confía tanto en Dios, que sabe que lo que
pida el Señor, será lo mejor para él. La obediencia quedó plasmada cuando Isaac se
acuesta sobre la piedra y la leña; el ángel del Señor detiene la mano del padre y se
oye la voz divina: “Entonces le llam el Ángel de Yahveh desde los cielos diciendo:
¡Abraham, Abraham!» El dijo: «Heme aquí.» Dijo el Angel: «No alargues tu mano
contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya
que no me has negado tu hijo, tu único.» Levantó Abraham los ojos, miró y vio un
carnero trabado en un zarzal por los cuernos. Fue Abraham, tomó el carnero, y lo
sacrific en holocausto en lugar de su hijo.” (vv. 11-13). Concluido el sacrificio,
Dios le promete multiplicar su descendencia por haber sumisamente obedecido. El
autor sagrado, quiere resaltar cómo ese hijo tan amado, tan deseado, en quien se
habían de cumplir las promesas mesiánicas se le manda sacrificarlo para probar su
obediencia. Será premiado en la vida de Abraham el temor que demuestra ante
Yahvé, dejando con vida a Isaac.
b.- Rom. 8, 31-34: Dios no perdonó a su propio Hijo. Himno al amor de
Dios.
El apóstol San Pablo, luego de dar las certezas de la esperanza cristiana eleva su
cántico o himno al amor de Dios. Fruto de su fe en Cristo Jesús y su misterio
pascual, desahoga su espíritu proclamando, que las tribulaciones no deben provocar
miedo a los poderes del mundo, puesto que nada ni nadie nos puede separar del
amor que Dios ha manifestado en Cristo Jesús (v. 39). Al hablar a los elegidos de
Dios, el apóstol menciona una razón fundamental el amor de Dios por los cristianos,
les recuerda que nos dio a su propio Hijo, cómo dudar, entonces, ahora que Dios
no nos dará todo lo que necesitemos para alcanzar la glorificación final (v.32; cfr.
Gál.3,12; Tit.1,1). Al mencionar la justificación se entiende que los que están en
Cristo Jesús no conocerán la condenación, es decir, que si ÉL murió y resucitó por
nosotros, es nuestro abogado ante el Padre. Esta confianza, se extiende también al
Juicio final. Finalmente, el apóstol enumera una serie de obstáculos o dificultades
que el mundo, la sociedad en general, pondrá al cristiano con el fin de apartarlo de
Dios, y del amor del amor de Dios en Cristo (v.39). Hay que destacar que el
apóstol quiere mostrar que el Padre nos ama en Cristo, no aisladamente, es decir,
unidos a nuestra Cabeza, nuestro Redentor, como hermanos. Los términos usados
por el apóstol, tribulación, angustia, potestades, ángeles, espíritus malignos,
principados, parecen aludir a los espíritus contrarios a Cristo, lo mismo la altura y
profundidad, fuerzas misteriosas del cosmos, fuerzas hostiles al hombre según la
mentalidad de la época (cfr. 1Cor.15, 24; Ef. 6,12; Col. 2, 15). Pablo con este
mensaje de jubilo, quiere señalar al cristiano, que todas las persecuciones que
puedan venir en el futuro no influirán para que Dios deje de amarnos, como puede
suceder con los seres humanos, sino que nos unirá más a ÉL, al vernos oprimidos,
convirtiendo todo ello en ocasión de victoria, gracias a Aquel que nos ha amado
(v.37). Aquí encontramos las raíces de la esperanza cristiana, el amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús; de parte de Dios nada podrá faltar para nuestra
salvación, quizás de parte nuestra pueda faltar algo, no así de parte de ÉL.
c.- Mc. 9,2-10: La Transfiguración. Este es mi Hijo amado, escuchadle.
Marcos coloca la Transfiguración entre el primer y el segundo anuncio de la pasión
y resurrección de Jesús. Es la voz del Padre, quien da sentido a todo el texto (v.7).
El grupo de los discípulos se reduce a tres: Pedro, Santiago y Juan, que serán
testigos de este acontecimiento glorioso, los mismos que luego experimentarán en
el huerto de los Olivos, la versión dolorosa de este misterio. En la montaña, lejos de
las gentes, lugar del encuentro de Dios y del hombre, como Moisés que ahí recibe
los diez mandamientos mientras el pueblo espera su bajada (cfr. Ex. 19,20). En el
hecho de la Transfiguración está el germen de la Pascua. A ellos Jesús quiere
hacerles comprender el misterio de la Cruz que les acaba de anunciar, confirmar su
autoridad por la voz del Padre, que les manda escuchar a su Hijo. Sólo a ÉL hay
que escuchar, porque es constituido en único Maestro para ellos. La Transfiguración
a sus ojos es el esplendor del misterio de la cruz. Seguirlo a la gloria pasa
necesariamente por la cruz, de ahí la importancia que da el evangelista a los signos
de la trascendencia: la luz, la blancura de sus vestiduras, la nube, la voz del Padre.
Al anuncio de la humillación y el anonadamiento, la resurrección querida por el
Padre, convierte la Transfiguración en gozoso anuncio de su glorioso triunfo sobre
la muerte.
La presencia de Elías y Moisés, dotados de gran autoridad ante Dios, y como la ley
judía exigía que se comprobara un hecho mediante el testimonio de dos testigos,
esta es la primera razón que justifica su presencia en este hecho (cfr. Dt. 19,15)
Son los máximos representantes del AT., la ley y los profetas, precursores y
testigos de la antigua alianza. Se esperaba el retorno de ambos en el ambiente
judío (cfr. Dt.18,15; Mal.3,23). Testifican que han llegado los tiempos del Mesías.
Ambos hablan con Jesús, como Moisés que hablaba con Yahvé, y Elías que se
consumía de celo por el Dios de los ejércitos (Cfr. 1 Re.19, 14ss). Ahora Yahvé se
manifiesta en Jesús, por eso que mientras los tres conversan, el Padre se dirige a
los discípulos, con lo que se quiere dar a entender, que desde ahora el AT., ya no
les hablará sino a través de Jesús. Las palabras de Pedro, pretenden detener el
tiempo, olvida el sentido de la cruz, el esfuerzo personal por la transformación del
mundo. Quiere un mesianismo sin participación del hombre, sin compromiso, sin
problemas; quiere eternizar la luz a costa de las sombras de la historia humana. Su
intervención hace pensar en generosidad para los otros, pero en realidad piensa
sólo en sí mismo. La Transfiguración es un hecho divino y sólo el Padre da la clave
para leerlo: escuchar al Hijo. Sólo después de escucharle, se puede dar una
respuesta a Dios. Envueltos en la nube entran en la manifestación de su gloria y de
su presencia, toda una disposición para escuchar la voz divina, que como en el
bautismo, proclama a Jesús su Hijo amado, pero que ahora aade: “Escuchadle”
(v.7; Mc.1,11). Jesús es el profeta a quien todos deben ahora escuchar (cfr. Dt.18,
15). El mandato del Padre revela que la ley y las profecías hablaban de su Hijo, el
AT, llevaba en sus entrañas al Hijo, que es su Palabra, hacia la que están
orientadas, todas las palabras dichas antes por Yahvé y los profetas. El Padre se
complace en su Hijo, lo que habla de su estrecha relación, como Hijo único, el
Amado por excelencia (cfr. Sal. 2, 7; Is. 42,1). Finalmente, todo desaparece y
queda Jesús sólo, lo único importante, lo que cuenta, entra en la vía del dolor y del
sacrificio que conocerá en Jerusalén. Sólo de Él viene la salvación para sus
discípulos y todos los hombres, como proclamará más tarde Pedro ante el Sanedrín
(cfr. Hch. 4,12). La experiencia de la montaña les habló a ellos y a nosotros a las
claras de quien es Jesús, como camino para alcanzar la gloria, pasando por el
Calvario, y de cómo la Transfiguración es germen de resurrección. Sólo después de
las apariciones pascuales, y que sean enviados, los discípulos hablarán de la
Transfiguración del Señor Jesús, como acontecimiento salvífico.
Santa Teresa de Jesús, nos enseña a escuchar a Dios en lo íntimo del espíritu,
morada de Dios por el Bautismo.”Hartos aos estuve yo que leía muchas cosas y no
entendía nada de ellas. Y mucho tiempo que, aunque me lo daba Dios, palabra no
sabía decir para darlo a entender; que no me ha costado esto poco trabajo. Cuando
Su Majestad quiere, en un punto lo enseña todo, de manera que yo me espanto.
Una cosa puedo decir con verdad: que, aunque hablaba con muchas personas
espirituales, que querían darme a entender lo que el Señor me daba, para que se lo
supiese decir, y es cierto que era tanta mi torpeza, que poco ni mucho me
aprovechaba; o quería el Señor, como Su Majestad fue siempre mi maestro sea por
todo bendito, que harta confusión es para mí poder decir esto con verdad que no
tuviese a nadie que agradecer. Y sin querer pedirlo que en esto no he sido nada
curiosa porque fuera virtud serlo, sino en otras vanidades dármelo Dios en un
punto a entender con toda claridad y para saberlo decir, de manera que se
espantaban y yo más que mis confesores, porque entendía mejor mi torpeza. Esto
ha poco; y así lo que el Señor no me ha enseñado, no lo procuro si no es lo que
toca a mi conciencia.” (Vida 12,6).