COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires –
ciclo 2012)
Domingo 4 de marzo de 2012
2º domingo de Cuaresma
Evangelio según San Marcos 9, 2- 10 (ciclo B)
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a
ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de
ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas
como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron
Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Maestro,
¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías". Pedro no sabía qué decir, porque estaban
llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y
salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". De
pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo
con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo
que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre
los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué
significaría "resucitar de entre los muertos".
"¡Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo!”
Este es el Evangelio de la Transfiguración donde se marca el conocimiento,
la comprensión de Jesús, ¿para qué viene?, ¿cuál es su misión?, ¿a qué lo
envía el Padre?; y de alguna manera el resumen del Antiguo Testamento se
da a través de estos dos Profetas: la presencia de Moisés, que es el
conocimiento de la Ley y la presencia de Elías donde, ambos, están
acompañando y testimoniando lo que Jesús va a hacer. Y la presencia de la
nube junto a ese “blanqueamiento” de las vestiduras, son la manifestación
brillante, luminosa, de Dios.
Luego, uno se imagina el gozo que esa situación produce; el gozo de que
¡Dios está y hay Paz! Pedro, asustado por ello, intenta armar tres carpas:
una para el Maestro, otra para Moisés y otra para Elías. "¡Este es mi Hijo
muy querido, escúchenlo!” Y mirándolo, vemos al Hijo obediente al Padre.
Nosotros tenemos que trabajar este concepto, trabajar esta realidad.
También, como el Hijo, tenemos una misión y una vocación. Y estas sólo se
podrán cumplir si están abiertas a la fe y al consentimiento de la voluntad.
Se dice que la obediencia es hija de la fe, y la fe nos hace entrar en la
dimensión de Cristo cuya medida es el amor. Hoy el mundo “hace agua”
porque, en su desequilibrio e inestabilidad, nadie quiere obedecer, o se hace
difícil obedecer. Y para saber mandar uno tiene que saber obedecer. El
Obispo manda, pero el Obispo manda porque también obedece. El sacerdote
puede mandar, porque el sacerdote también tiene que obedecer. El laico
tiene que mandar, en lo suyo, en su familia, en su trabajo, pero también
tiene que obedecer. El que sabe obedecer es también aquél que sabrá
mandar. Pero el que no sabe obedecer se convertirá en un arbitrario o en un
déspota.
La obediencia está sostenida en la fe, y creo que es importante trabajar
desde la fe el concepto de la obediencia. Vivir de acuerdo a la conciencia, de
acuerdo a lo que el Evangelio nos pide, de acuerdo a lo que el Señor nos
dice, de acuerdo a lo que la Iglesia nos instruye, de acuerdo a lo que la
sociedad y el Pueblo de Dios nos van indicando. Como decía Monseñor
Angelelli, obispo de La Rioja que murió trágicamente y se dice que lo
mataron, que “hay que escuchar con un oído a Dios y con el otro al Pueblo
de Dios”; y creo que es importante esta doble relación.
En esta Cuaresma, tiempo de conversión, tiempo de creer más en el
Evangelio, pidamos al Señor que escuchemos más para amar más.
Escuchemos más para ser obedientes: “este es mi Hijo muy amado,
escúchenlo” Escuchemos de nuevo a Cristo, y si tenemos esta gracia de
escucharlo vamos a tener sorpresas en el mejoramiento de nuestra vida y
en el trato respetuoso para con los demás.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén