V Domingo de Cuaresma, Ciclo B
GLORIFICAMOS A DIOS TRABAJANDO PARA QUE TODOS TENGAN VIDA
La Palabra: “Ha llegado la hora en que sea glorificado el Hijo del hombre”
(evangelio ).
1. Una y otra vez se dice que los seres humanos hemos nacido para la gloria a
Dios. Lo cual puede dar la impresión de que Dios nos ha creado para ampliar su
dominio, para tener más súbditos. A veces la gloria de Dios ha justificado
persecución y hasta muerte de los seres humanos porque no tienen fe ni practican
una determinada religión. Eso no cuadra bien con la conducta histórica de Jesús: la
vida y la libertad del ser humano son más sagradas que todas las leyes y todos los
ritos religiosos. Si Dios es amor y no sabe más que amar, hemos sido creados para
ser nosotros mismos, para crecer y llegar a plenitud con y desde nuestra misma
singularidad. Esa condición divina es lo que ha infundido el Espíritu en nuestros
corazones: glorificamos a Dios, cuando nos dejamos motivar por ese amor a los
demás y nos comprometemos para que tengan vida.
2. Jesús de Nazaret recibió este Espíritu “sin medida”. Él mismo dice que su
alimento, lo que le sostiene y agrada, es hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo
su proyecto: que todos y todo tengan vida… “Aprendió a obedecer”, caminando por
este mundo, discerniendo lo que ocurría, acercándose a las personas para curarlas,
animarlas, sacarlas de su postración, librarlas de sus falsas seguridades. Por eso los
cristianos confesamos que Jesucristo es “Dios-con-nosotros”; la humanidad
alcanzada y transformada totalmente por Dios.
3. Nos disponemos a celebrar la muerte y resurrección de Jesús. Aquel hombre se
dejó modelar totalmente por el Espíritu que a todo da vida y aliento. Manifestación
de la gloria o grandeza inefable de Dios que actúa con misericordia y como
afirmación de todo lo humano. Inspirado por esa cercanía benevolente, Jesús dio
gloria y honor a Dios curando enfermos, rehabilitando a los pobres, tratando de
humanizar a los arrogantes; muriendo en la cruz.
Así manifestó en qué consiste y cómo se forja el verdadero humanismo. Cuando,
movido por ese amor, Jesús acepta la muerte para vida de todos, no solo proclama
la gloria de Dios; es también glorificación del ser humano. Según el evangelio, el
que entrega su vida por amor a los demás, es como la semilla que muere para “dar
mucho fruto”.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net