II Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Segunda Lectura: Rm 8,31b-34:
“Dios no perdonó a su propio Hijo”
El texto de la carta a los Romanos que acabamos de leer nos recuerda el
misterio trinitario, por el que comienza la redención del mundo. Dios -escribe el
Apóstol- “no perdon ni a su propio Hijo, antes bien le entreg por todos nosotros”.
Basándose en esa constatacin, san Pablo pregunta: “cmo no nos dará con él
graciosamente todas las cosas?” (Rm 8, 32).
Jesucristo, que por nosotros murió y al tercer día resucitó, está a la diestra
de Dios e intercede por nosotros. Precisamente de este amor de Cristo nada nos
podrá separar (cf. Rm 8, 34-35). Estamos unidos a él mediante la fe. Y esta fe en el
poder redentor de la muerte y de la resurrección de Cristo es la fuente de la
victoria: “En todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos am” (Rm 8,
37). Su amor redentor nos une a Dios. Es la fuente de nuestra justificación. En él
encontramos la certeza de la victoria que anuncia el Apóstol.
El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y el de la Redención por él
llevada a cabo para todas las criaturas constituyen el mensaje central de nuestra
fe. La Iglesia lo proclama ininterrumpidamente durante los siglos, caminando “entre
las incomprensiones y las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios” (S.
Agustín, De Civ. Dei 18, 51, 2; PL 41,614) y lo confía a todos sus hijos como tesoro
precioso que cuidar y difundir.
Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo dio como salvación para todos,
como Pan que constituye el alimento para tener la vida. El lenguaje de Cristo es
muy claro: para tener la vida no basta creer en Dios, es preciso vivir de él (cf. St 2
14). Por eso el Verbo se encarnó, murió resucitó y nos dio su Espíritu, por eso nos
dejó la Eucaristía, para que podamos vivir de él, como él vive del Padre. La
Eucaristía es el sacramento del don que Cristo nos hizo de sí mismo: es el
sacramento del amor y de la paz, que es plenitud de vida.
“Dios no perdon a su propio Hijo…Y desde este amor, ¿Quién nos separará
del amor de Cristo?”. Así exclama hoy para nosotros, san Pablo. Ojalá que este
grito penetre hasta lo más íntimo de nuestros corazones y de de nuestras mentes!
Velemos para que nada nos separe de este amor: ningún falso eslogan, ninguna
ideología errónea, ninguna tentación de ceder a componendas con lo que no es de
Dios, o con la búsqueda de los propios intereses. Rechacemos todo lo que destruye
y debilita la comunión con Cristo. Seamos fieles a los mandamientos de Dios y a los
compromisos de nuestro bautismo.
Nuestra fe, que es la fe de los santos y de los mártires de éstos dos
milenios, es fuerza nuestra en la debilidad. Para nosotros es el signo de la
esperanza. “Quién nos separará del amor de Cristo? (…) Estoy seguro de que ni la
muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las
potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos
del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Seor nuestro” (Rm 8, 35.38-39).
También el segunda lectura de san Pablo a los romanos nos dice que Cristo,
que murió, más aún, resucitó, está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.
En efecto, Cristo está delante del rostro de Dios y pide por nosotros. Su oración en
la cruz es contemporánea de todos los hombres, es contemporánea de nosotros: él
ora por nosotros, ha sufrido y sufre por nosotros, se ha identificado con nosotros
tomando nuestro cuerpo y el alma humana. Y nos invita a entrar en esta identidad
suya, haciéndonos un cuerpo, un espíritu con él, porque desde la alta cima de la
cruz él no ha traído nuevas leyes, tablas de piedra, sino que se trajo a sí mismo,
trajo su cuerpo y su sangre, como nueva alianza. Así nos hace consanguíneos con
él, un cuerpo con él, identificados con él. Nos invita a entrar en esta identificación,
a estar unidos a él en nuestro deseo de ser un cuerpo, un espíritu con él. Pidamos
al Señor que esta identificación nos transforme, nos renueve, porque el perdón es
renovación, es transformación. Pues Dios no perdon a su propio Hijo…Y desde este
amor, ¿Quién nos separará del amor de Cristo?
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)